Durante una hora he vagado bajo los obscuros
arcos de Back-Cup hasta el límite de la caverna. Este
es el sitio en el que tantas veces he buscado un agu-
jero por el que deslizarme, sin ser visto, hasta el lito-
ral del islote. Mis pesquisas han sido inútiles. Al
presente, en el estado en que me encuentro, víctima
de indefinibles alucinaciones, antójaseme que estas
paredes se espesan más, que los muros de mi pri-
sión se estrechan lentamente y van a aplastarme.
¿Cuánto tiempo ha durado esta turbación de mi
cerebro? No podría decirlo.
Ahora me encuentro en la parte de Bee-Hive,
frente a mi celda, donde no puedo esperar ni des-
canso ni sueño. ¡Dormir cuando se es víctima de
esta excitación cerebral! ¡Dormir cuando toco al
término de una situación que amenazaba prolongar-
se durante largos años!Pero ¿cuál será el desenlace
en lo que a mí se refiere? ¿Qué debo esperar del
ataque preparado contra Back-Cup? Los proyectiles
de Tomás Roch están prestos para ser lanzados en
el momento en que los barcos penetren la zona pe-
ligrosa, y sin necesidad de ser tocados se hundirán
en el abismo.
Sea de esto lo que sea, estoy condenado a pasar
en el fondo de mi celda las últimas horas de la no-
che. Es llegado el momento de volver a ella. Cuando
amanezca, yo veré lo que conviene hacer. ¿Acaso sé
si esta noche el Fulgurador Roch no disparará con-
tra los barcos antes de que éstos puedan intentar
nada contra el islote?
En este instante lanzo una última mirada a los al-
rededores de Bee-Hive. En el lado opuesto brilla
una luz, una sola, la del laboratorio, que se refleja en
las aguas del lago.
Las orillas están desiertas. En el muelle no hay
nadie. Pienso que a esta hora Bee-Hive debe de es tar abandonado, y que los piratas han ido a ocupar
su sitio de combate.
Entonces, arrastrado por irresistible instinto, en
lugar de entrar en mi celda, me deslizo por la pared,
escuchando, espiando, presto a esconderme si oigo
ruido de pasos o de voces. Llego ante el orificio del
tunel.
¡Dios poderoso! Nadie guarda este sitio. El paso
está libre.
Sin tomarme tiempo para reflexionar, me lanzo
por el obscuro agujero. Sigo por él tactando la pa-