VII. Dos dias de Navegación

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Tal vez, si las circunstancias lo exigen, me veré


en el caso de decir al Conde de Artigas que yo soy el


ingeniero Simón Hart. ¡Quién sabe si de esta mane-


ra obtendré más atenciones que permaneciendo el


guardián Gaydón! Pero esta determinación merece


ser reflexionada, pues siempre tengo la idea de que


si el propietario de la Ebba ha hecho raptar a Tomás


Roch, ha sido con el objeto de apropiarse de su


descubrimiento y quedar dueño absoluto del Fulgu-


rador Roch, por el que ni el antiguo ni el nuevo


continente han querido pagar el precio excesivo que


su inventor pedía. Pues bien; en el caso en que To más Roch llegase a descubrir su secreto, ¿no será


mejor que yo haya continuado a su lado, que se me


haya conservado en mis funciones y que sea el en-


cargado de prestarle los cuidados que su situación


reclama? Sí. Debo reservarme esta posibilidad de


verlo y oírlo todo; acaso ¡quién sabe! de compren-


der, al fin, lo que en Healthful-House me ha sido


imposible.


Al presente, ¿dónde va la goleta Ebba? Primera


pregunta.


¿Quién es el Conde de Artigas? Segunda pre-


gunta.


La primera quedará resuelta dentro de algunos


días, dada la rapidez con que camina este misterioso


yate de recreo bajo la acción de un propulsor cuyo


funcionamiento acabaré por descubrir.


Respecto a la segunda pregunta, es más difícil


que yo pueda ponerla en claro.


En mi opinión, este enigmático personaje debe


de tener un gran interés en ocultar su origen, y temo


no hallar indicio por el que pueda determinar su na-


cionalidad. Si este Conde de Artigas habla correc-


tamente el inglés-cosa de la que pude asegurarme en


su visita al pabellón 17-, lo hace con un acento rudo


y vibrante, que no se encuentra en los pueblos del Norte. El suyo no me recuerda ninguno de los que


he oído en el curso de mis viajes al través de ambos


mundos, sino es el de la dureza característica de los


idiomas de la Malaya. Y, realmente, con su tez obs-


cura, casi verde, tirando a cobriza; su cabellera


fuerte, de un negro de ébano; su mirada, que sale de


una órbita profunda, y que la inmóvil pupila arroja


como un dardo; su elevada estatura; sus músculos

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