Hasta el segundo día, y sin gran apresuramiento,
no se comenzaron en la Ebba los preparativos de
marcha. Desde la extremidad del muelle de
New-Berne púdose ver que, después de hacer la
limpieza del puente, la tripulación sacaba las velas
de sus cubiertas, bajo la dirección del contramaestre
Effrondat, largaba los rizos, aparejaba las drizas,
izaba los botes, todo lo cual indicaba una partida
inmediata.
A las ocho de la mañana, el Conde de Artigas no
había aún aparecido. Su compañero, el ingeniero
Serko-así se le llamaba a bordo-, no había tampoco abandonado su camarote. Respecto al capitán Spa-
da, ocupábase en dar diversas órdenes a los marine-
ros para la próxima partida.
La Ebba era un yate hecho indudablemente para
la carrera, aunque jamás hubiera figurado en los
matchs de la América del Norte, ni en los del Reino
Unido. Su obra muerta elevada, su velamen, la lon-
gitud de las vergas, su cala, que le aseguraba una
gran estabilidad; su forma, larga en la proa, fina en
la popa; sus líneas de agua, admirablemente dibuja-
das; todo denotaba un navío muy rápido, muy ma-
rino, y capaz para mantenerse en el tiempo peor.
En efecto, con fuerte brisa, la goleta Ebba podía
fácilmente andar doce millas por hora.
Verdad es que los barcos veleros están siempre
sometidos a las variaciones atmosféricas, y en tiem-
po de calma tienen que someterse a la estabilidad.
Así es que, por más que posean cualidades náuticas
superiores a los de los steam-yates, no tienen jamás la
garantía de marcha que da el vapor a estos últimos.
Parece, pues, que la superioridad pertenece al na-
vío que reúne las ventajas de la vela y de la hélice.
Pero sin duda no era esta la opinión del Conde de
Artigas, puesto que se contentaba con una goleta para sus excursiones marítimas, hasta cuando fran-
queaba los límites del Atlántico.
Aquella mañana la brisa ligera soplaba del Oeste.
La Ebba sería, pues, favorecida, primero para salir
del Neuze, y después para tocar, al través del Pam-
plico-Sound, en uno de esos golfos pequeños, espe-
cie de estrechos, que establecen la comunicación
entre el lago y la alta mar.
Dos horas después la Ebba se balanceaba aún