Sucedió durante mi último año de preparatoria, cuando tenía 17, cuando los problemas de adultos aún cercanos se tornaban lejanos; cuando sientes que la vida puede ser devorada de un mordisco y los momentos buenos pueden ser eternos. Ese instante de juventud en el que sientes eres dueño del mundo y tu vida se descarrila en diversos sentidos. Ese momento en el que destruyes y construyes lo que serás a partir de ahora sin comprender con exactitud lo que vendrá a futuro.
Sucedió cuando mi corazón estaba vulnerable y dejó paso a aquellos hermosamente dolorosos sentimientos.
¿Por qué de todas las personas en el mundo tenía que ser él?
.
Septiembre, 1987.
Fue como un sueño. Efímero, espontaneo, simple, con la agridulce sensación de recuperarlo incluida. Y, literalmente, acababa de despertar. Con los ojos entrecerrados intentaba acostumbrarme a la luz del sol; el aire que se colaba por la ventana a mi lado izquierdo se sentía fresco, mi boca se sentía reseca y tenía el brazo derecho entumido. Miré al frente, el profesor explicaba algo sobre la segunda guerra mundial, a mi alrededor nadie prestaba atención, quizá dos o tres personas, los demás estaban sometidos a un mundo de amigos y tardes tranquilas. Miré a mi derecha, ah, ahí estaba, el culpable, Armin me miraba preocupado.
–Te quedaste dormido – susurró, esperando no ser pillado por el profesor. Enderecé mi cuerpo y estiré los brazos intentando tocar el cielo, metafóricamente claro –. ¿No has podido dormir bien?
Recuperé la postura. Observé el lejano horizonte y cómo el azul del cielo se teñía de resplandecientes blancos gracias a las nubes en contraste con la luz del sol. Un colibrí voló y aleteó alrededor de un árbol de jacaranda; deseé ser él.
–Algo así – le dije –. Olvidé la tarea y la hice en el último momento.
Armin era un buen amigo mío. Llevamos nuestros casi tres años de preparatoria juntos. Él era alguien disciplinado y carismático, le iba bien en las materias y lograba caerle bien a las personas; su cabello rubio, largo hasta la barbilla, junto a su infantil rostro, provocaba que en ocasiones le confundieran con una chica. Yo prefería catalogarlo en la sección de persona adorable (aunque de adorable solo tenía el rostro).
Esperé media hora más hasta que la campana de salida sonó y todos en el aula tomaron sus cosas y emprendieron rumbo hacia los pasillos. Armin se despidió de mí como cada día y, como cada día, yo esperé a que todos salieran. Antes de salir el profesor llamó mi nombre.
–¿Me ayudarías? – preguntó mostrándome con una ademan de su mano las pilas de exámenes que había aplicado ese día. No a nosotros, quizá a otros grupos.
–Claro – coloqué mi mochila correctamente y estiré ambos brazos para que el hombre colocara en ellos una de las pilas.
Le seguí de cerca.
Afuera, algunos de los alumnos aún deambulaban por los pasillos, unos pocos en soledad, otros muchos en perfectos grupos de tres o cinco, imposible el paso para alguien más. Todos sumergidos en sus mundos perfectos de películas y amores tempranos. Era sencillo, sí, tenían una vida sencilla. Bajé la vista; al alzarla a lo lejos divisé a la perfección en persona. Mi problema.
Levi Ackerman.
Su nombre es Levi Ackerman. Mi problema era Levi Ackerman. Entonces, claro, no lo consideré de ese modo. En ese instante todo lo que podía pensar de él era en lo genial que le lucía ese corte de cabello muy al estilo militar (solía llevarlo largo atado en una coleta, éste año al parecer había decidido hacer un cambio). Me pregunté cómo luciría yo si me cortará el cabello también. La idea no me gustó.
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Boyfriend
FanfictionSolíamos caminar juntos a casa, pasamos tardes haciendo tareas, mirábamos películas los viernes por la noche, intercambiábamos música, y nuestras familias eran cercanas. Y Levi, incluso, salía con mi hermana, así cuando me di cuenta había una dist...