VII. - ✧ Profundidades ✧

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Existieron miedos. Pequeños fragmentos de temores al silencio, a las palabras que nunca dijimos, a lo que no veíamos, a lo ilegible, a lo intraducible. Miedo a ese silencio en el que estaban escritas todas las verdades, esas que no quisimos ver porque sentíamos que no las merecíamos.

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El siguiente día comenzó con nerviosismo al despertar y los ojos rojos por no dormir. La luz del día molestó mis ojos, la cama estaba justo bajo la ventana, así que halé mis cobijas y me cubrí con ellas hasta la cabeza.

Me quedé así hasta que Farlan me dijo que debíamos ir a las regaderas, luego nos encontraríamos en la cafetería junto a los demás.

–Guiaré el tour – dijo, guiñó un ojo y sonrió.

La personalidad de Farlan era apabullante de algún modo y, no obstante, de igual forma lograba hacerte entrar en una zona confort de la que quizá no escaparías pronto. Hablaba cuándo tenía que hablar, y siempre agregaba un extra que lograba hacerte creer que él estaba en lo correcto sin parecer petulante.

Me agradaba por su tranquilidad y por su facilidad de resolver las cosas.

Nuestra primera parada luego del desayuno fueron los distintos edificios de las facultades. Cada uno envuelto en su propia magia. El de arquitectura con sus formas y atracciones. El de arte con sus escalones de colores y manchas de pintura en la pared. El de literatura estaba impregnado de tranquilidad. Había música en el área de descanso. Y todos a mí alrededor charlaban y sonreían.

Tenso al principio, sorprendido quizá un poco, paso a paso me dejé impregnar por ese entorno que no me correspondía; las risas alegres de Sasha que rompían el lugar en miles de fragmentos, los comentarios amistosos envueltos en satisfacción de Farlan, y las sonrisas fugases que corrían de un lado a otro hasta perderse de Mikasa.

Ahí en esa pequeña infinidad, transcurridos los minutos y los recuerdos volviendo a mi mente me hicieron sentir la desdicha por sentirme demasiado cómodo en ese ambiente que debería negar para no generar más lazos invisibles con esas personas.

De algún modo pensar en Levi, y luego pensar en nuestra fracturada amistad, me hacía temer. No quería volver a sentirme prisionero con alguien, con un corazón en común condenándonos a la desgracia.

Y sin embargo, los dedos que se deslizaron entre los míos, la calidez que envolvió la palma de mi mano al ser presionada, la sonrisa tirante en los labios de Farlan, hicieron que mis nervios treparan por mis piernas y dejaran gruesas marcas en mi mente que no desaparecerían por días. Comenzó a molestarme su familiaridad, la forma en la que me abrazaba, como tomaba mi mano y halaba de mí por todos lados como si fuésemos amigos de toda la vida; siendo aceptado en ese estrecho círculo amistoso empalagoso en el que estaba siendo hundido sin posibilidad a salir.

–¿Eren? – llamó mi nombre. No me había dado cuenta en qué momento solo éramos él y yo.

Lo miré con duda, buscando con discreción a Mikasa, ella no estaba en ningún lado. Si ella me hubiese dicho que el conocer a Farlan era su principal idea en todo eso lo habría aceptado, no se lo hubiera negado o rebatido, era después de todo algo demasiado obvio.

Insistió en sostener mi mano una, dos, tres, ocho veces más hasta que recibió una sonrisa como respuesta de mi parte. Su mirada segura y caminar ligero, la angustia de arrancar a tan amistosa persona de mi entorno o de hundirla en mi supernova de oscuridad, me llenaron de una ligera intranquilidad.

Nos sentamos en una banca de cemento bajo un roble. Me habló sobre lo que esperaba de su vida a partir de ahora. Me dijo que le gustaban los placeres sencillos, las papas fritas con queso, lo cálido de una sopa casera, meter los dedos en el agua, la tranquilidad de las tardes de otoño, la buena música, la lluvia y las tazas de café que le acompañan y quedarse dormido en cualquier parte después de un largo día.

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