VI. - ✧ Estrellas fugases ✧

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Conocerlo fue como ser acogido con los brazos abiertos por una madre, perdonando cada uno de tus pecados de manera renovadora.

Hubo un cosquilleo en mi cuerpo durante nuestra primera conversación.

Hubo miradas.

Hubo sonrisas.

Hicimos "click".

Y el pequeño deseo de que con nuestras cosas en común probablemente surgiera el amor.

Sí... probablemente.

.

El fin de semana llegó entonces.

Con una sensación de intranquilidad como su compañía.

Tenía una pequeña maleta lista y un bolso con bocadillos para el camino. Era viernes por la tarde y Mikasa estaba próxima a llegar, había llamado hace media hora para confirmarlo. El viaje sería algo largo, cuatro largas y merecidas horas lejos de todo esto.

Ese día Levi estaba ahí, me había ayudado empacando algunas cosas por mí, y se había quedado acostado sobre mi cama mirando el techo. Enumeraba las estrellas y recitaba sus nombres, formando constelaciones con la punta de sus dedos. Yo permanecía acostado a su lado y le corregía cuando se equivocaba.

–¿Lo recuerdas? – preguntó después de largos minutos en completo silencio.

–¿Qué cosa?

–El día que nos conocimos. Eras tan jodidamente molesto y ruidoso.

–Y tú siempre fuiste demasiado serio.

Busqué con mi mano la suya y entrelacé nuestros dedos, solíamos hacer eso siempre. Levi siempre sostenía mi mano cuando éramos niños; cuando correteábamos en el parque, cuando resbala y raspaba mis rodillas en un día de lluvia, en los museos para evitar que me perdiera, y al dormir para ahuyentar mis pesadillas. Todo eso se sentía tan lejano ahora.

Su mano apretó la mía.

–¿Cómo será cuándo realmente tengamos que separarnos? – está vez fui yo quien preguntó.

Levi guardó silencio algunos segundos.

–Siempre que puedas podrás visitarme.

Asentí.

Cinco minutos después mamá gritó desde el piso de abajo. Mikasa estaba aquí.

–Entonces nos vemos – suspiré, de pie frente a él.

En sus ojos vi la necesidad de decirme algo pero al final ese sentimiento huyó lejos y nada además de un asentimiento y un gesto inmutable me fue otorgado. Le dije que se cuidase en mi ausencia.

–Eren – Mikasa, con su esencia –no más de una niña, sino de una mujer– cubierta de brillantes destellos, y un rostro con esa boca pintada de carmín llena de dientes y sonrisas burbujeantes, se acercó a mí y me estrechó en sus brazos tan pronto me vio de pie al final de las escaleras.

Escuché a levi chistar a mis espaldas. Mikasa, de inmediato, con sus ojos de noche de octubre, le miró en reproche. Apreté sus brazos en un afirmación muda de que no hacía falta le reclamase por algo. Ella suspiró en redención.

–Bien, mamá – «mamá» así era como Mikasa llamaba a mi madre, le tenía cariño, y el sentimiento era reciproco, mi mamá decía que Mikasa era la hija que nunca tuvo. Nunca supe como sentirme respecto a eso – lamento no quedarme más tiempo, pero si queremos llegar a los dormitorios antes de que los cierren tenemos que irnos ahora.

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