XV. - ✧Fiamma✧

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Fue todo lo que necesitábamos. Una despedida adecuada, incluso si el mundo continuó girando con su extraña forma de regirlo todo y destruirlo como bolas de nieve colisionando con una superficie dura. Deshaciéndolas y destrozando lo que somos y lo que amamos.

.

Fui a casa de Mikasa, le conté todo esperando que las cuatro paredes de su habitación fueran perfectas para guardar secretos. Ella me escuchó tanto como pudo, luego nos quedamos callados sin saber cómo continuar desde ese punto. Ella creía estar parada ante la imposibilidad de hacer algo por mí, yo sabía que era un hecho. Nadie además de mí mismo podía salvarme, el cómo, era aún un misterio, tenía, sobretodo, que saber a qué me enfrentaba primero. Pero tenía miedo. Mucho miedo.

–¿Quieres que te acompañé a casa?

–No quiero ir a casa ahora.

Quería desaparecer. Realmente desaparecer. Por un pequeño instante por lo menos. Lo suficiente para sentirme a salvo.

–Sigue lloviznando, creo que lloverá en cualquier momento – le dije con la cabeza recargada en la pared fría y a punto de desvanecerme sobre el colchón.

–...Tiene que detenerse. La lluvia es decir.

Me reí, con tristeza.

–Quizá.

–Deberías dormir.

–No. Quiero quedarme y ver cuánto dura; solo para estar seguro que no lloverá eternamente.

Mikasa se sentó al pie de la cama. Me miró con aquellos decaídos ojos que había usado en mí los últimos meses.

–Hay cosas más importantes – ella dijo –; cosas más importantes que chicos besando chicos y chicas besando chicas. No creo ser la única persona que lo note.

–Son la minoría – ella pareció querer replicar. Seguí hablando –. Quiero saber... quiero saber que se siente querer y ser querido de la forma correcta una vez.

–Eren...

–Mikasa préstame un vestido – la miré a los ojos, luego desvié la mirada hacia su armario frente a mí.

Ella pareció mirarme con un sentimiento amargo en el pecho. Pero no dijo nada.

–¿Por qué?

–Y la peluca que tu mamá guarda, creo que servirá, soy delgado y mi rostro es como el de mi madre, no creo que alguien lo note.

–¿Estás siendo idiota?

–Seguramente.

Ella rió.

Al final, del armario obtuvo un viejo vestido negro de mangas largas, con el cuello redondo, lo suficientemente alto para que el pecho fuese cubierto. Era esponjoso de abajo, como de bailarina. Los padres de Mikasa no estaban, fue fácil tomar la peluca de cabello lacio que la mamá de Mikasa guardaba de un viejo disfraz que sólo usó una vez. Me puse medias e incluso un sujetador relleno de algodón muy ligeramente. Mikasa maquillo mi rostro y me prestó tacones, no fue tan difícil aprender a usarlos, caí tres veces, y necesite del brazo de Mikasa para sostenerme los primeros minutos. Cuando me miré al espejo todo había desaparecido. Realmente había desparecido. Al menos superficialmente.

–¿A dónde vas? – Mikasa preguntó cuando vio mis intenciones de salir de la habitación.

–¿Farlan está durmiendo?

Ella solo asintió.

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Tres golpes en la puerta hicieron eco en mis oídos. Abrí con lentitud. Suspiré.

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