Prólogo.

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Estoy en un lugar vacío en donde solo mis pensamientos hacen eco en la nada. No veo cosa más que mi propio cuerpo y la inmensa soledad que se extiende y parece perderse a lo lejos. Esto se está haciendo cada vez más repetitivo. Comienzo a caminar, con paso desconfiado pues no sé en qué es lo que estoy parado. No recuerdo mucho de la última vez que estuve acá, estos sueños no son tan agradables que se diga y por eso es preferible que olvide cuanto se refiera a ellos.

Veo algo. Un delgada línea enterrada en el suelo; se ve muy pequeña. ¿Qué será? Decido avanzar un poco más rápido e investigar de qué se trata. A medida que me acerco tengo la sensación de que la línea se aleja, y esa sensación se materializa en realidad cuando noto que con cada paso que doy se aleja más hasta que se pierde de mi vista.

Un destello de luz a lo lejos entra por mis pupilas.

Se cuela con violencia entre mis retinas y me ciega instantáneamente haciendo convulsionar a mis pensamientos hasta que finalmente...despierto.

***

El sonido del despertador rebota en mi habitación a buena hora de la mañana. Quisiera seguir durmiendo pero las obligaciones del día me lo impiden y me ordenan ponerme de pie y prepararme para el instituto. Mis ojos, aún un poco torpes del sueño, tratan de visualizar la hora en mi reloj de mesa; las cinco y treinta de la mañana. Cómo desearía poder hacer que el tiempo se detuviera y continuar tumbado en mi cama bajo las gruesas cobijas, durmiendo y olvidando momentáneamente mis banales problemas. Sigo pensando que hubiese sido mejor ser un niño para toda la vida, sin ninguna preocupación, sin ninguna obligación, sin el latente deseo de querer ser tan igual pero muy distinto de los demás. La confusión al crecer no disminuye porque sepas más cosas, sino más bien aumenta por saber demasiado. Es entonces cuando te das cuenta que el mundo cada vez está peor y lo que hagas por mejorarlo termina siendo un guijarro más tirado y olvidado en el suelo. En conclusión, la adolescencia es una mierda. La mía al menos. O eso creo hasta el momento.

Me acerco al alfeizar para correr las cortinas de la ventana y la abro lo más que puedo para dejar entrar la tenue luz del crepúsculo del amanecer y la fresca brisa de la madrugada. Mi único consuelo es poder tener la habitación que linde con una vasta llanura que la vista no alcanza a verle fin, cubierta por pasto verde y una soledad tranquilizadora. Los tonos anaranjados y purpuras del sol despertando contrastan con el verde, haciéndome sentir un poco mejor.

Sonrío, haciéndome creer que ese lugar tras mi habitación, abandonado y solitario, solo me pertenece a mí y me muestra su belleza solamente a mí. Creo que jamás me encontraré a alguien que pueda ver lo que mis ojos ven y contemplarlo como yo lo hago. La belleza tiene un sentido diferente para cada persona, pero en algunos casos como el mío esa belleza puede estar ligada a lo que pueda sentir al verla. Me considero un caso especial. O tal vez solo estoy siendo egocéntrico. A veces me despierto un poco estúpido. Disculpen.

Siento algo extraño bajo mi ropa de dormir. No, esperen, no es nada extraño. Si bien dije que la adolescencia era una mierda, creo que no me equivocaba. Desde que entré a ella todas las mañanas me encuentro con la sorpresa de tener mi pene erecto, duro como un jodido pedazo de hierro—o algo así—que bajo mi bóxer se mira como una protuberancia puntiaguda y peligrosa. No creo que sea capaz de sacarle un ojo a alguien con esto pero no digo que no sea posible. Uno nunca sabe. De todas maneras, espero en mi habitación hasta que el fenómeno pasa.

Dicen que en los hombres las erecciones en la mañana son normales porque eso indica que el corazón está haciendo circular la sangre por ese lugar y no la deja estancada. Si es cierto, entonces eso indica que mi corazón la hace circular demasiado perfecto. Ya sabrán ustedes a qué me refiero.

Me dirijo al baño que está al final del pasillo de mi habitación. Hay un silencio demasiado perturbador pero rápidamente recuerdo que mis padres están en viaje laboral. Ellos son genetistas, trabajan en cosas relacionadas con esa ciencia o algo así. No me interesa mucho la verdad, siempre he pensado que es aburrido trabajar en un laboratorio rodeado de tubos de ensayo y probetas, mirando por un microscopio organismos que carecen de cerebro y que hacen movimientos extraños. Debido a su trabajo tienen que viajar constantemente al extranjero porque aquí, en Colorado, o mejor dicho en todo Estados Unidos, carecen de lo necesario para llevar acabo sus investigaciones, cosa extraña considerando que este país suele tener de todo.

Sí, lo sé, han de pensar que soy un mocoso que viene de una familia adinerada y no sabe por qué carajos quejarse. En buena parte están en lo correcto, mi familia sí tiene dinero, pero no soy ningún mocoso que le encante disfrutar de ello. A menos que sea para comprar yogurt. Amo el yogurt. Por lo demás, la realidad es que soy bastante negado para ese tipo de cosas. No soy de los que le encanta salir a botar dinero en tiendas y restaurantes caros. Prefiero la paz de mi casa a estar en la ciudad rodeado de toneladas de concreto y automóviles. Si algo me caracteriza es el poco aprecio que le tengo a los bienes materiales, además de ser lo poco en lo que coincido con mis padres. Ellos siempre me han dicho que el dinero no es lo más importante, y en todo caso, aquí donde vivo no es exactamente un lugar donde haya mucho en qué gastar la barbarie de dinero. Este lugar es perfecto... es mi lugar perfecto: Longmont, una pequeña ciudad sobrepoblada en el estado de Colorado, alejados de la gran civilización pero con un poco de tecnología. Nuestra casa no es lujosa ni nada por el estilo, es simple, acogedora, cálida y familiar; suficiente para mi vida que se acelera o se hace más lenta por ratos. Si bien Longmont no es la octava maravilla del mundo ni la última, es una ciudad que tiene lo suyo, o al menos para mí es suficiente con sus ríos, planicies y bosques llenos de abundante vida vegetal y animal. Es un mundo por aparte ¿saben? Aislado pero a la vez conectado con todo. Es genial.

Tomo una ducha rápida y me preparo para ir al instituto. Cojo de la nevera leche, busco un tazón y en la alacena la caja de cereal medio vacía. Desayuno un poco apresurado porque el tiempo ha volado mientras contemplaba desde mi ventana el amanecer y no me di cuenta en qué momento se me había hecho tarde. ¡Oh! Mientras corro hacia la puerta me he dado cuenta de algo, perdonen mi mala educación, aún no me presento. Lo siento, es que a veces me da por pensar demasiado y me resulto perdiendo entre mis palabrerías mentales. En fin, mi nombre es Sasha, soy un chico de 17 años y les confiaré la historia que jamás conté: mi vida

Sasha: Diario de un chico adolescente. (Vol. I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora