Capítulo 6.

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"Origami"

Arden. Mis ojos arden y duelen. Las lágrimas en las mangas de mi suéter finalmente se han secado. Son las tres de la madrugada, estoy solo y siento esa maldita angustia dentro que no me ha dejado en paz desde ayer por la tarde.

¿Por qué esto tiene que ser así?

Ayer tuve que fingir hasta que terminamos de arreglar aquel salón, que todo estaba bien, que nada había sucedido, que aquel juego transcurrió sin ningún percance pero... no fue así. Regresé solo a mi casa, pedaleando lo más fuerte en mi bicicleta, sin dar explicaciones, con la tonta excusa de que tenía algo importante que hacer, sin volver a mirar atrás... sin mirar a Cori nuevamente a los ojos. Como deseé en ese momento haber tenido el auto de papá a la mano. Hace semana y media que está acá y sin darle uso. Bueno, posiblemente fue mejor que no lo tuviese a la mano en ese momento, seguramente me hubiese suicidado en algún barranco, que sé yo.

Siento una lluvia de emociones dentro que no sé cómo detenerlas. Se arremolinan en un huracán provocándome nauseas, nerviosismo y una incertidumbre que se instala pesadamente en algún lugar.

¿Qué crees que estás haciendo, Sasha?

Y la estúpida pregunta se repite una y otra y otra y otra vez en mi cabeza.

De solo pensar en ese jodido instante se me suben los colores a las mejillas y me dan ganas de destrozar algo con la mayor violencia posible.

El tono de mensaje de texto de mi celular resuena en el silencio de mi habitación. Ha estado así desde ayer por la tarde, vibrando y timbrando descontroladamente sin detenerse. He podido contar ciento cuarenta y tres mensajes de texto y ciento doce llamadas que no me he atrevido a contestar por temor a que sea la voz de Cori la que se encuentre del otro extremo. El teléfono de la casa tampoco ha parado de sonar, pero sea quien sea no me da el valor de levantarlo y saber de quién se trata. Los mensajes de texto se han acumulado sin ser leídos por la misma razón, por el hecho de que me da miedo saber qué es lo que dicen.

¿Qué demonios pasa contigo, Cori?, pienso.

Veo por mi ventana y me encuentro nuevamente con aquella basta llanura tras mi habitación. El cielo aún está negro y las estrellas titilan en lo alto como luciérnagas pegadas en un techo basto e infinito. Es una paz tan inigualable. ¿Por qué no salir a dar un paseo? Apenas son las tres de la madrugada—algo estúpida la idea, lo sé—pero posiblemente eso me ayude a despejar mi mente.

Cojo del armario un suéter con capucha color gris con rayas negras de tela delgada, lo suficiente para abrigarme sin morirme de hipotermia. Me pongo mis zapatos converse y me dispongo a salir. Abro la ventana y salgo por ella, caminando unos cuantos pasos por el tejado para encontrarme con la rama de un árbol frondoso que me permite bajar del techo.

Algo estúpida mi forma de salir, considerando que estoy solo y que podría hacerlo por la puerta. Parece que me estoy fugando.

En fin. Finalmente llego al suelo sin mucho esfuerzo.

Sigo un pequeño sendero que atraviesa la llanura cubierta de pasto bastante alto, empapando mi pantalón con rocío y llenando mis zapatos de lodo. No sé hasta dónde llega este sendero; un poco irónico el hecho de que me encante la vista de esta llanura desde mi habitación y nunca me hubiera tomado la molestia de venir a dar una caminata por ella.

Camino por alrededor de quince minutos, pensando entre cada paso en aquellas palabras tan resonantes en mi oído «...me he enamorado del ser más hermoso del mundo»

Mierda.

Mierda.

MIERDA.

¿¡Por qué no se lo pudo haber dicho a otra persona!?

Sasha: Diario de un chico adolescente. (Vol. I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora