Síndrome de Estocolmo.

85 8 3
                                    

Tras mil muros de exasperante renuencia
mi cautiva alma despedaza de a pocos su existencia,
pues no hay salidas para este corazón atrapado
entre los crueles barrotes de tu inexorable indiferencia.
Aullándole a la luna como un lobo solitario
espero tu regreso como siempre,
mas recibo tan solo los azotes de tu orgullo implacable
y perezco hambriento de las palabras que tu boca no hable.
Dime entonces qué es lo que de ti espero,
dime ahora dónde guardo mi esperanza.
Rescátame de esta celda en la que tú me condenaste,
rescátame de este miedo de perderte que me mata.
No hay silencio más hiriente que el callarle a quien se ama
ni herida más profunda que amar a quien no te habla.
Rompe de una vez las alas a volar
y ¡escógeme maldita sea! Te lo ruego... ten piedad.
Es que mi orgullo es tan patético cuando lo comparo
con este amor que a gritos desespera por tomar tus manos.
Mas con mi último suspiro gritaré tu nombre
y con mi último esfuerzo lograré alcanzarte,
mi camino ha sido escrito por tu dedos desde la primera vez que me tocaste
y mi final ya fue contado por tus labios desde aquella vez que me besaste.
Aquí esperaré ahora entonces, silente, por tus manos.
Aquí, como siempre, viviré con la fe que me dieron tus ojos,
pues no replicaré ni protestaré la voluntad de estos corazones locos
que nos unen a través de la distancia cuando escuchan un "te amo".

Historia de un Amor PerversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora