Lamentos de un corazón arrancado (II).

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Qué maldito peso es este que llevo a cuestas,
qué infernal castigo cae ahora sobre mí,
la pesadumbre de mil voces chilla en los rincones de mi alma
y renacen los gritos ahogados de aquellos fantasmas que están por venir;
melancolía alcoholizada de infames recuerdos,
turbias banalidades consecuentes de incontables momentos,
fermentadas en lo más profundo de mis lágrimas,
apagadas lágrimas, secas ya de tanto llanto.
Mirando su tan dulce filo me inclino hacia lo incierto
una punzada certera, tal vez duela menos;
su destellante reflejo me incita a un final, que siento muy cercano,
pero el rojo carmesí que brota en cada pálpito me recuerda que estoy vivo,
aunque prefiera no estarlo.
Ya estoy harto de tantas tormentas,
como si el pasado no trajera ya suficientes desengaños;
entre rayos caminaré ahora, este sendero, solitario
y en cada estruendo de un latir mío morirá un poco tu corazón lejano.
¡Desearía desearte lo peor!
Y desearía morir por desearlo.
Desearía no sentir ni un sentimiento
y que cada sentimiento no me pisotee el alma hecha retazos.
Desaparece de una vez lisonjera vacuidad,
ve a gastar en otro iluso idiota tus promesas de libertad finjida,
vete y no vuelvas nunca
y, aunque que te lo exija, no regreses más por mí,
no regreses, te lo ruego y déjame perecer con tu partida.

Historia de un Amor PerversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora