***Pensé durante varios días en escribir esto, en si estaría bien o no, en si era lo correcto. Llegué a la conclusión de que como escritora no tengo otra opción, puesto que el negarme a mí misma no escribir algo cuando siento que debo hacerlo es, simplemente, una tortura.
La niña
Siento un cosquilleo en el estómago, no es placentero, no indica dicha. Es como si mi cuerpo me avisara que se acerca una tormenta, tal y como lo hacen los huesos rotos frente al frío.
Intento no darle importancia, es solo un cosquilleo. Los días pasan, y el cosquilleo se transforma en una molestia. Algo sucede. Algo no está bien.
Miro el calendario y me recorre un escalofrío, no de esos que te sacuden despacio el cuerpo, sino de esos que te provocan temblar las rodillas y te cuesta respirar. Este escalofrío es por algo en particular.
Miro mis dedos y comienzo a contar, dos, tres... cuatro. Veinticuatro.
Ha pasado un año entero. Un año. La tierra ha dado la vuelta al sol y mis ojos se llenan de lágrimas, acompañadas de un sentimiento que no sé reconocer. No lo he sentido nunca. Es algo entre nostálgico y agradable, entre orgullo y frustración, entre amor y odio.
Me repito a mí misma que llorar no va a servir de nada, que no vale la pena, que no tiene sentido. Entonces, cierro los ojos y sin querer, viajo en el tiempo.
Soy yo, en ese entonces, asustada, quebrada, jugando con los dedos de los más puros nervios. Es una yo que me cuesta reconocer, y sé que no ha pasado más que un año, pero en perspectiva, es una vuelta al sol. Y una vuelta al sol es harto.
No quiero volver a ser esa niña perdida de hace un año, esa niña que estaba tan tontamente enamorada que cometió errores hasta por si acaso. Esa niña que se cegó porque quiso, que creyó en un amor que no existía, esa que se perdió de todas las formas posibles en la mirada de alguien que nunca la iba a amar de la forma en que ella merecía, de la forma en que ella le amaba a él.
¿Amor propio? Esta niña no tenía amor propio. Le gustaba actuar segura, le gustaba creer que era confiada, que lo tenía todo, pero al final del día, solo estaba actuando.
A esta niña de hace un año, le gustaba pensar que él estaba hecho para ella. Le gustaba fantasear con que aquella relación estaba destinada a ser. Y no miento, la química era innegable, los sentimientos de la niña eran reales, sin embargo... ni la química, ni los sentimientos, podían jugársela al destino.
Aquella niña, estaba llena de esperanza, a pesar de que estaba rota hasta lo más profundo de su ser, su fe en el amor verdadero no se veía amenazada ni por la más dura de las tormentas.
Ella creía con cada célula de su cuerpo que él era el amor de su vida.
Ella... era tonta.
Esta niña cerró los ojos, tomó al chico de la mano y comenzó a correr. Confió en que el sabría guiar el camino, en que él sabría qué hacer... en que él la quería.
Y correr con los ojos cerrados... nunca es una buena idea.
Tropezó.
No abrió los ojos.
Se estrelló.
No dejó de correr.
Se desorientó.
No le soltó la mano.
Hasta que un día él la arrastró hasta el borde del precipicio. Ella abrió los ojos, él le dijo que todo estaría bien y ella, apretando fuerte su mano... saltó.
La caída no duró demasiado, pero el golpe contra el piso le terminó por romper los pocos pedazos del alma que tenía sanos.
Las heridas le dolían, no podía dejar de llorar.
Se puso de pie y se dio cuenta de que él no había saltado con ella. Él no estaba por ninguna parte. Miró arriba y ahí lo vio, sin ninguna expresión en el rostro, mirándola desde lo alto del precipicio, sin ningún rasguño.
La niña dejó de llorar, se limpió las heridas, tomó una gran bocanada de aire y no volvió a mirar atrás.
Abro los ojos y vuelvo al presente. El sentimiento que me azota me obliga a llorar. Estoy feliz, pero también estoy enojada.
Y estoy feliz porque desde entonces, desde que la niña cayó del precipicio, todo ha ido bien. Esta vez, como una mujer, encontró a un hombre, uno que la hizo abrir los ojos y la tomó de la mano, pero no la arrastró. Un hombre que no solo la ha amado como lo merece, sino que tanto como ella lo ama a él.
Y estoy enojada porque las cicatrices de la niña no van a borrarse, porque serán un recordatorio eterno de que saltó sola al vacío cuando no debía. Y que como mujer, él la hizo sentir niña, la hizo sentir frágil, pequeña, y luego la destruyó.
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Escritos cortos
Teen FictionEstos escritos son completamente originales y está prohibido tomarlos.