Capítulo 11

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Se me fue el apetito. Me quedé tan estupefacta que solo me percaté vagamente de lo que dijo después. Algo sobre que había oído que la abadesa actual era muy religiosa, aunque era seglar, y, que excepto por los dos últimos años de sequía, la abadía era bastante rentable.

Supongo que a continuación mantuvimos algún tipo de conversación, pero no me acuerdo de nada. Lo único que recuerdo son las ganas de salir del comedor cuanto antes. No tenía ni idea de adónde ir, pero los comentarios de Berta me habían hecho sentir como si los muros se cernieran sobre mí para asfixiarme.

Cuando al final salí de la residencia, me quedé un rato en el patio. Esperaba que el viento primaveral que se arremolinaba alrededor de mía y traía unas pocas gotas débiles me dejara lo suficientemente aterida como para no sentir la furia y la rabia de los demonios Desilusión y Cólera que me poseían. Sabía que debería haber vuelto a la capilla a pedir perdón por permitir que los demonios me invadieran el alma, pero la verdad era, que Dios me perdone, que no quería dejarlos marchar.

El rey debía de haberme tomado por tonta. No había ocultado en ningún momento que esperaba llegar a ser algún día abadesa de Munsterbilzen, y que todo mi trabajo, mis estudios y mis actos eran una preparación para ello. Conocía mis ambiciones, al tiempo que sabía que la abadía había sido prometida a su hija. ¿Qué perversa crueldad le impedía decirme que mis sueños eran imposibles? ¿Cuál de sus caras era la verdadera? ¿Aquella con la que lloraba porque un hijo al que amaba lo había traicionado y que mostraba una indulgencia cariñosa con sus nietas y nietos? ¿O la cara con la que disfrutaba despiadadamente del engaños? Para él, yo no era más que una oportunidad de divertirse un rato.

Dado mi estado de ánimo, paseé por el recinto del palacio durante largo rato sin otra cosa que hacer que dejar que el viento me golpeara en la cara. Debí de dar por lo menos doce vueltas antes de percatarme de que el palacio y el asentamiento que lo rodeaba se habían despertado y empezaban a desperezarse. Al igual que en Munsterbilzen, alrededor de las murallas que rodeaban el recinto había crecido un poblado. Oía los gritos que daban los campesinos al ganado, la voz de los mercaderes que se elevaba para ensalzar las virtudes de sus mercancías, y me imaginaba a los escribanos de aquí para allá con sus estiletes de madera y los dedos manchados de tinta.

Al rato, la gente empezó a atravesar la entrada al recinto del palacio: los escribanos que me había imaginado, y también comerciantes y artesanos que harían sus tareas para que en el palacio todo siguiera su curso. Mientras miraba, vi que Eginardo atravesaba la entrada envuelto en una larga capa que lo protegía del fuerte viento. Supuse que su residencia se encontraba en uno de los grandes edificios que había visto cuando me guió al palacio el día que llegamos. Una vez dentro del recinto, entró en uno de los largos edificios de madera situados frente a la residencia real.

No tenía ni idea de qué había allí. Aunque me picaba la curiosidad, era reacia a seguirlo para averiguarlo, ya que mi sola presencia parecía enervarle y angustiarle. Un momento después, vi que algunos de los niños y niñas, que ahora sabía que eran hijas y nietas y nietos del rey, salían de la residencia y entraban en el mismo edificio que Eginardo. La curiosidad, aguzada por el viento que soplaba alrededor, invadió mi mente como los revoltosos y maliciosos espíritus que la madre Landrada me había dicho que habitaban su tierra sajona. No pude resistirme a seguirlos.

Atravesaron el vestíbulo y entraron en una habitación amueblada con largos bancos. Yo me quedé en el vestíbulo, pero podía ver a Eginardo de pie sobre una tarima en un extremo de la habitación. Fruncía el ceño concentrado sobre un libro que tenía en la mesa que había delante de él. Parecía ajeno a las charlas y el alboroto que se formó alrededor cuando todos se sentaron en los bancos: una corta fila de niños delante y dos filas de niñas detrás.

LA TENTACIÓN DE LA MONJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora