AQUISGRÁN
Primavera de 794
Amelia
Tuve un gran sobresalto a la mañana siguiente al comprobar que casi amanecía ya cuando desperté. No recordaba haber dormido jamás hasta tan tarde, y no estoy segura de a qué se debió entonces. Tal vez fue porque dormí muy poco de camino al palacio, o quizá la blanda cama de plumón y plumas me hizo sentir como en una nube celestial.
En cuanto me vestí, me apresuré hacia la capilla que había visto en el recinto del palacio. Pensaba recitar las escrituras y las plegarias que debería haber recitado hacía tres horas, cuando todavía era de noche. La capilla, con su alta cúpula, era la más hermosa que había visto nunca. Era de piedra y tenía planta octogonal. Había dieciséis arcos sobre los que se levantaba una galería; las columnatas de mármol debían de haberse importado de Roma. También había mosaicos que representaban a Cristo y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. La tentación de la belleza que me rodeaba hizo que me resultara difícil cerrar los ojos para rezar.
Antes de terminar el ritual de vigilia, noté que había alguien más en la iglesia, a mis espaldas. Pensé que habría entrado a rezar, pero me obligué a no girarme hasta haber terminado. Cuando al final me levanté y me dirigí a la puerta, vi a Eginardo de pie justo a la entrada de la capilla. Debía de haber estado rezando porque hizo la señal de la cruz, dio unos pasos hacia mí y se inclinó. Primero pensé que hacía una reverencia a la Hostia, pero me di cuenta de que me saludaba a mí.
-Amelia –dijo en voz baja. Le temblaba la voz y parecía que se atragantaba con el sonido de mi nombre.
-¿Sí? –repliqué y caminé hacia él.
-El rey me ha pedido que le dé un recado.
Una esperanza momentánea me hizo aligerar el paso. Sin duda el rey consideraba que había cumplido mi tarea y podía volver a casa.
-Su Majestad me ha pedido que le diga que será bienvenida para el desayuno en el comedor del palacio con su familia y que...
-Qué amable de su parte –dije-. Pero, por favor, dígale que me basta con la más sencilla de las comidas y que puedo prepararla yo misma si es necesario. Dígale también que prefiero comer sola; así tengo más tiempo para rezar y meditar. –No añadí que de paso quería evitarme la incomodidad de sentirme como una intrusa en las reuniones familiares.
Había recorrido ya la capilla en toda su longitud, y cuanto más me acercaba al extraño joven, más nervioso se ponía.
-No tengo la capacidad... no, sí tengo la capacidad, desde luego, pero no voy a... bueno, no es que no vaya... La verdad es que no puedo... No porque no desee transmitir lo que me ha pedido, claro, pero...
-Tal vez sería mejor si parara un momento y respirara profundamente. –Mientras se lo decía, coloqué mi mano sobre la suya, que no paraba quieta. El contacto le asustó. Alejó la mano de una sacudida y abrió los ojos como platos; y parecía que le costaba respirar.
-Sí, sí, claro –replicó y respiró rápido varias veces-. Lo que quería decir es que no puedo darle al rey su... El rey no está. No está aquí. Quiero decir que no está en el palacio.
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LA TENTACIÓN DE LA MONJA
RomansaEn el siglo XII, una mujer con ideas propias y que quisiera elegir libremente su destino no recibía más que escarnios e insultos por su atrevimiento. Esto es lo que le ocurre a Amelia de Ardennes hasta que se convierte en novicia de la abadía de Mün...