Capítulo 20

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TEMSE

Otoño de 794

Amelia

Estaba en un túnel oscuro. No se me ocurrió que fuera extraño ser capaz de ver en la oscuridad que reinaba en este. Solo era consciente de que él me necesitaba. Le llamé.

      -Carlos. Carlos. Estoy contigo ahora.

      -¿Amelia? –preguntó inseguro.

      -Sí, estoy contigo ahora –repliqué para darle seguridad. Estaba herido. A punto de morir.

      -¿Dónde? No puedo verte.

Sentí que se me escapaba.

      -¡Respira! Respira, amor mío. Respira...

      -Sí –dijo una voz que no reconocí. –Respire hondo. Ha estado enferma.

Abrí los ojos y vi un rostro. Me sentí confusa; no era la cara del rey. Era un rostro joven. Ojos oscuros, barba negra, de buen ver. No tenía ni idea de por qué me miraba con tanta inquietud.

      -¿Quién es usted?

      -Me llaman José. –Su acento era inconfundible.

      -Es judío. –Intenté incorporarme y busqué a Carlos alrededor, pero José me empujó suavemente contra el mullido colchón encajado en una cama de madera.

      -Y  usted,  cristiana  franca.  Monja,  diría.  –Su  sonrisa  le  hizo  parecer  aún  más  joven,  casi  un muchacho.

      -¿Qué hace usted aquí? –pregunté completamente desorientada.

      -Yo podría hacerle la misma pregunta. –Se alejó un momento para coger un pequeño cuenco-. Y advertirle que debería ser más cuidadosa con lo que come.

      -¿Con lo que como?

      -Es peligroso comer setas. Algunas son mortales. –Me acercó el cuenco a la boca y, con una mano en mi espalda, me ayudó a incorporarme para beber. Tras la cortina se oían voces apagadas.

      -¿Es usted médico?

      -No.

Me eché hacia atrás, desconfiada ante el brebaje.

      -No le haré ningún daño –dijo al notar mi aprensión-. No es más que caldo de ave.

      -¿Por qué me lo da?

      -Porque está enferma, y así obtendrá el alimento que necesita para recuperarse.

Le miré a la cara un momento. Sus ojos negros parecían sonreírme, pero también mostraban tristeza, como el contorno de su boca. Me acerqué el cuenco y bebí un poco. Sabía a gloria, así que bebí más y más, hasta que me lo acabé, y mientras él no dejaba de decirme que no me apresurara.

      -¿Dónde estoy?

      -En mi casa, en el pueblo de Temse.

      -¿Temse? ¿De verdad? ¿He llegado por fin a Temse? –Apenas podía contener la emoción. Di las gracias al Señor en silencio e hice el signo de la cruz.

      -Ustedes los cristianos siempre me desconciertan cuando hacen eso –dijo mientras intentaba santiguarse con más pena que gloria-. Nunca sé si intentan protegerse del demonio o dar las gracias.

      -Estaba dando las gracias, desde luego. Dios me ha hecho llegar hasta aquí a salvo. Y también le agradezco que le enviara a usted para salvarme. Pero, ¿dónde está...?

LA TENTACIÓN DE LA MONJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora