Epílogo

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AQUISGRÁN

Invierno de 814

Carlomagno

Recordó ese día el resto de su vida, el día que se alejó de ella para internarse en un mundo que lo conocería como el Sagrado Emperador Romano, Carlos el Grande, Carlomagno.

Alcuino estaba a su lado el día que murió, al igual que Eginardo.

      -Escribe esto, Eginardo –dijo-. Y escríbelo bien, ya sabes que nunca dominé el arte de dibujar palabras en un pergamino.

      -Sí, Majestad –replicó el erudito. Cogió el estilete y lo mojó en el tintero.

      -La amé como nunca un hombre ha amado a una mujer.

      -Es un hermoso tributo el que pagáis a vuestra difunta esposa –dijo Eginardo mientras escribía en el pergamino-. Dado que la reina Liutgarda no vivió para convertirse en emperatriz, su familia apreciará vuestra atención.

      -¿Mi esposa? –Aun que se acercaba a los setenta y yacía en la cama enfermo y con fiebre, tenía la voz fuerte-. No hablo de Liutgarda, Eginardo, aunque tampoco hablaría mal de ella, a pesar de lo delicada e insulsa que era. Pero no la quería.

      -Perdonadme, Majestad –replicó Eginardo y se restregó la frente en un gesto nervioso, dejándose una mancha de tinta entre los ojos.

      -Hablo de la abadesa –dijo Carlomagno forzándose a sí mismo a calmarse.

Eginardo levantó la vista del pergamino.

      -¿La abadesa?

      -La abadesa de Munsterbilzen.

      -Ah, sí. La hermana Amalberga.

      -Amelia –dijo Carlomagno en voz baja y calmada mientras dirigía la mirada hacia algo en la distancia que solo él podía ver.

      -¿La amaba? –preguntó quizás más sorprendido de que el rey lo admitiera que del hecho en sí.

En ese momento, Alcuino carraspeó y le echó una mirada de advertencia a su discípulo.

      -Todavía la amo. Y tú también la amaste un tiempo –añadió con una suave risa cómplice.

Eginardo se sonrojó.

      -Munsterbilzen floreció durante su abadiado –dijo en un intento de desviar la atención de sí mismo-. Los métodos agrícolas que perfeccionó allí han beneficiado a todo el imperio.

      -Fue ella quien me curó la herida del hombro con un beso –dijo el emperador como si no lo hubiera oído-. Si no hubiera muerto cuando apenas acababa de cumplir los treinta y dos, me curaría ahora.

      -¿Debo escribir eso, Majestad?

      -Desde luego. Escribirás la historia de mi vida cuando yo no esté. Escribe sobre cada detalle, en especial sobre mi amor por Amelia, pero no menciones la batalla contra las hordas vikingas en la que luché para vengar a su amiga. A Amelia no le gustó. Me dijo que el ojo por ojo no era cristiano. Y admito que no me siento especialmente orgulloso de ello ahora.

Eginardo se detuvo y volvió a mirar al emperador.

      -Disculpadme, Majestad, pero esa fue una de vuestras más gloriosas batallas, especialmente... -Cuando oyó que Alcuino volvía a aclararse la garganta, se calló y siguió escribiendo.

      -Una vez le escribí una carta, pero era demasiado atenta para incomodarme al admitir que la había leído. Así de virtuosa era.

      -Demasiado atenta para incomodaros –repitió laboriosamente mientras escribía. Levantó un momento la vista hacia el rey-. ¿Explico la historia de cuando montó en un enorme pez para cruzar el río Scheldt y llegar a Temse?

Carlomagno se rió.

      -No es más que una leyenda, Eginardo. La cuentan para asegurarse que llegue a santa, pero inclúyela si te place.

Eginardo escribió casi durante una hora, hasta que el emperador se sintió cansado y quiso dormir. Se quedó al lado de Carlos mientras dormía, y en la calidez silenciosa del dormitorio real él mismo se quedó dormido en la silla. Lo despertó la voz del emperador.

      -Has vuelto, mi amor –dijo el emperador-. Sí, desde luego, esta vez estoy preparado.

      -¿Majestad? –preguntó Eginardo incapaz de entender la palabras del rey.

No hubo respuesta y cuando se aproximó un poco más vio que el Sagrado Emperador Romano Carlomagno había muerto.

Eginardo completó la narración de la vida del gran emperador en el año 830 de Nuestro Señor. Fue cuidadosamente editada por los sabios de la corte, que persuadieron a Eginardo de la forma apropiada en que el legado de Carlomagno debía pasar a la posteridad. No había mención alguna ni a la revancha contra los vikingos ni a Amelia.

LA TENTACIÓN DE LA MONJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora