Y realmente empezamos enseguida los trabajos preliminares en la iglesia. Se cavaron y prepararon los cimientos hasta que el invierno aprisionó el suelo en su cárcel de hielo. Entonces empecé a enseñar los métodos de cultivo que había aprendido. Al principio fueron pocos los que se sentaron a la mesa de José para escucharme, pero poco a poco otros se fueron animando. Isaac seguía sin hablarme, aunque lo pillé escuchando con disimulo una o dos veces.
El invierno llegó con toda su crudeza y, con él, el viento que escupió nieve hasta que cubrió de blanco el pueblo y los campos. A veces dejaba largas dagas colgando de los aleros de las casas. Yo me dediqué a ayudar a Judith a hilar, a tejer y a remover sin cesar la olla de la que nos alimentábamos todos. Me encantaba cuando trabajábamos las dos juntas. Me gustaría decir que siempre hablábamos de temas importantes: Dios y la muerte, la salvación y la fe. Pero no era siempre así. La mayoría de las veces hablábamos de las cosas de la vida, de las importante pequeñeces mundanas que los hombres suelen encontrar aburridas. A menudo nos reíamos de cosas maravillosamente ligeras, efervescentes y cotidianas que ya no recuerdo.
"Ya no hay tanta quietud como antes, ¿verdad, José?", comentaba Isaac. "En la casa que hay un niño y parece que sean dos", decía a veces. "El cacareo de una gallina puede ser pesado, pero el de dos puede llevarte a la tumba", exclamaba otras. Raramente se dirigía a mí de un modo que no fuera indirecto y despectivo. En ninguna ocasión me habló directamente.
Decía: "¿Quieres pedirle a la que se sienta junto a tu esposa que me pase el cucharón para servir las gachas, José?" o "Dile a la monja que se hace tarde, que acorte sus plegarias para que podamos acostarnos todos".
Solo de esa forma evasiva y molesta se puso trabas a la práctica de mi fe. Sentía curiosidad por las oraciones diarias de la familia y, cuando le pregunté a José sobre ellas, me explicó que leía la Tora.
-Es lo mismo que su Biblia –dijo. Cuando me tradujo las palabras, reconocí pasajes del libro del Deuteronomio que me eran familiares: "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas".
Las plegarias que seguían a la lectura, también en la extraña lengua de los judíos, no me resultaron ofensivas cuando José me las tradujo. La larga recitación se llamaba Shemoné Esré, y empezaba así: "Bendito seas Señor, Dios nuestro; Dios de nuestros padres; Dios de Abraham; de Isaac y de Jacob; Dios grande, poderoso y temible; Dios altísimo que prodiga buenos favores y que crea todo. Recuerda las buenas acciones de los patriarcas y trae el Redentor a los hijos de sus hijos, por Su Nombre, con amor. Rey que asiste, salva y escuda. Bendito seas Señor, escudo de Abraham".
Fue esa bendición de alabanza la que me hizo comprender que nuestro Dios es verdaderamente el mismo, y reflexioné con más detenimiento sobre lo que la madre Landrada me había explicado de sus antiguas divinidades paganas. La plegaria era extensa, e incluida no solo bendiciones de alabanza y agradecimiento sino también súplicas por la redención de nuestros pecados. Me pareció que la oración cristiana Padre nuestro era una versión abreviada del larguísimo Shemoné Esré.
Hombres y mujeres rezan por separado entre los judíos, y así aprendí a hacerlo yo. También aprendí el ritual de dar tres pasos adelante y tres atrás antes de las oraciones. No sabía qué significado tenía para los judíos, pero para mí era honrar a la Santísima Trinidad, el Padre, el hijo y el Espíritu Santo. También aprendí cuándo debía arrodillarme y cuándo inclinarme. Judith me enseñó que debía doblar las rodillas en la palabra bendito e inclinarme en la palabra Tú cuando se refería a Dios. Acabé reconociendo las palabras correspondientes en hebreo. Era el mismo Dios al que yo adoraba, pensaba, aunque la lengua no era el franco.
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LA TENTACIÓN DE LA MONJA
RomanceEn el siglo XII, una mujer con ideas propias y que quisiera elegir libremente su destino no recibía más que escarnios e insultos por su atrevimiento. Esto es lo que le ocurre a Amelia de Ardennes hasta que se convierte en novicia de la abadía de Mün...