Capítulo 21

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                                                                                               TEMSE

                                                                Otoño, invierno y primavera; 794-795

                                                                                              Amelia


Pensé que lo demás se sentirían tan incómodos como yo por el comportamiento de Isaac, pero José y Judith no le habían dado la menos importancia y se reían sobre algo que uno el otro había dicho.

       -Me temo que tengo que irme –dije finalmente.

Judith me miró sorprendida.

      -¿Irse? ¿Adónde?

      -Tengo que encontrar un lugar donde hospedarme.

      -¿No puede quedarse aquí'-preguntó Judith.

      -No deje que Isaac la incomode –dijo José al mismo tiempo-. Aprenderá a hacer caso omiso de él, como nosotros.

Judith asintió con vehemencia, lo que me llevó a pensar que de verdad quería que me quedara. Y realmente yo quería quedarme. Hablar con Judith aliviaba mi pesar por la pérdida de Adolfa. No obstante, dudaba de la conveniencia de hacerlo, ya que no estaban bautizados.

      -No intentaremos convertirla al judaísmo si promete no convertirnos en cristianos –dijo José leyéndome el pensamiento. Su expresión divertida y algo cínica no había desaparecido.

      -La verdad... no sé... es que...

Recordé las enseñanzas de la madre Landrada sobre la reunión de la sinagoga en Cristo al final de los tiempos. Pensé que tal vez eso me libraba de la ardua tarea de intentar convencer a mis anfitriones de que se bautizaran ya que Dios, en su sabiduría, recibiría a los judíos en el momento que le pareciera oportuno.

      -Les ofrecería mi más humilde agradecimiento si me permitieran quedarme.

Judith se apresuró hacia mí y me besó en la mejilla.

      -¡Sería maravilloso!

Su entusiasmo me hizo reír de alegría y la abracé.

      -Tal vez le gustaría conocer a otros cristianos –dijo José-. Acompáñeme. Primero le presentaré a Conwoin.

Al poco, me vi envuelta en mi capa y andando junto a José por un camino fangoso en el que se alineaban las cabañas de madera y adobe que formaban la aldea de Temse. Una de las construcciones parecía una taberna, y había una herrería y una carpintería, e incluso una tejeduría. El mercader vigilaba atentamente mis observaciones.

      -Temse es un pueblo de campesinos libres que tienen tierra en propiedad, pero la mayoría de ellos, como mi padre, han sufrido demasiadas cosechas malas últimamente. Mi propia familia pasaría hambre si no fuera por mis viajes para vender sal. –Se detuvo y señaló una cabaña delante de nosotros-. Esta es la cabaña de Conwoin, un campesino muy respetado en el pueblo.

Delante de la puerta de la pequeña cabaña, José anunció a voces nuestra llegada.

      -¡Conwoin! Abre la puerta. He traído la respuesta a tus plegarias.

      -¿Y qué sabe un judío de las plegarias de un cristiano? –se oyó desde dentro. Cuando se abrió la puerta, apareció un gigante rubio de tez rubicunda con una sonrisa en la cara, que se tornó en expresión de sorpresa al verme-. ¡Por todos los dioses y espíritus, me has traído una monja!

LA TENTACIÓN DE LA MONJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora