Capítulo 5.

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Abrí la puerta de mi casa, y afortunadamente no había nadie. Tiré la ropa ensangrentada en la lavadora, la puse a funcionar y ocrrí al baño a lavarme. Tenía que deshacerme de la mayor parte del sucio y de la sangre. 

Al introducir la mano en el agua que brotaba del lavamanos sentí un ardor insoportable, tuve que quitarla por un rato, pero la volví a colocar. El agua fría hizo el remedo de cicatrización, y pude ver que la herida de mi mano era más profunda de lo que pensaba.

-Esto es una herida de puntos.- pensé.

Me di un baño largo, tenía que lograr que algo me distrajera de lo que acababa de ocurrir, pero nada lo conseguía. Lloré toda la tarde por lo sucedido, la muerte de Cintia me dolía en el alma.

Traté de hacer los deberes del colegio, pero las lágrimas me lo impedían. En una tarde normal, habría llamado a Cintia para hacer la tarea juntas. Era demasiado desdichada en ese momento.

Vi el reloj y noté la hora. Eran las cuatro de la tarde. Habían pasado sólo cuatro horas desde la peor escena de mi vida, y seguramente de las vidas de mis amigos. Todo había sido tan horripilante que por más que trataba de olvidarlo lo recordaba con más fuerza: Cintia gritando y pidiendo ayuda.

Faltaban solo dos horas para que llegaran mis padres, cuando el timbre sonó. Sentí pánico, pues pensaba que eran los padres de Cintia preguntando por ella, pero al abrir la puerta vi a Gabriela, con sus ojos totalmente hinchados de tanto llorar.

-¡Cristina!- me dijo, y corrió a abrazarme. Ambas nos dimos un abrazo tan estrecho que los sentimientos de culpa y tristeza volvieron a aflorar. Nuevas lágrimas surcaban mis mejillas.

-Gab, ¿qué estás haciendo aquí?- pregunté.

-No podía estar en mi casa sola, tenía miedo. La escena del agujero se repite una y otra vez en mi cabeza y no puedo soportarlo.- gritó Gabriela, sumamente alterada.

-Lo se, lo se. También tengo mucho miedo Gab. No se que vamos a hacer ahora.- dije en voz muy baja.

Cerré la puerta y caminamos hasta el sofá de la casa. Nos sentamos ahí y nos quedamos un rato en silencio, pensando.

-Cris, tú no vas a decir nada ¿Verdad?- dijo Gabriela, a  los pocos minutos de sentarse.

-Por supuesto que no. No sabría que decir.- repuse.- Aunque hay algo que me preocupa ¿Qué le vamos a decir a los padres de Cintia?-

Gabriela se puso de pie y comenzó a temblar. Claramente no había pensado en eso, tampoco sabía que le podría decir a los padres de Cintia. Me puse de pie y fui a la cocina, donde serví dos vasos de jugo de naranja, fui de nuevo a la sala y le ofrecí uno, y Gabriela se lo bebió de un sólo trago.

-Hay que llamar a Betania, ella es la única que puede ayudarnos a inventar algo.- dijo, con el vaso vacío en la mano y aún temblando nerviosamente.

-Tienes razón, vamos a llamarla.- dije. Cogí el celular, marqué el número de Betania y lo puse en altavoz. Si alguien podía hacer sonar convincente algo era ella. Al rato sonó una voz algo distinta a la voz suave de la chica.

-¿Aló?- dijo la voz.

-Betania, ¿eres tú? Es Cristina.- dije, en voz baja.

-¿Cristina? ¿¡Qué pasó!?- la voz se alteró notablemente. Era Betania.

-Nada, no ha pasado nada Betania, cálmate. Es que necesitamos tu ayuda.- dije, en tono suplicante.

La chica se quedó en silencio por unos minutos, hasta que habló de nuevo.

-¿Qué clase de ayuda?-

-Si los padres de Cintia llaman o van a nuestras casas... ¿Qué les vamos a decir?- pregunté con un nudo en la garganta.

Otra vez hubo silencio, y luego un ruido extraño, como si se hubiese alejado del celular. Al rato, volvió a hablar, en voz muy calmada.

-Fíjate. Escúchame muy bien Cristina. Si alguno de los padres de Cintia preguntan por ella, les decimos que no sabemos de ella desde el colegio, que posiblemente está en el bosque.-

Gabriela gritó y yo traté de calmarla. Betania continuó hablando.

-Es lo más cerca de la verdad que podemos decir.-

-Dios, Betania.- dije, mientras nuevas lágimas salían.- Tengo miedo, y mucho. Gabriela está conmigo aquí. Vino porque está asustada.-

-¿¡Y tú crees que yo estoy bien!?- se alteró mucho.- ¡Yo estoy tan aterrada como ustedes! ¡Esa mierda de agujero se tragó a Cintia y todos lo vimos!.-

Betania colgó, y quedé con el celular aún en la oreja. Estaba impresionada de que alguien de un carácter tan fuerte como Betania estuviera asustada.

-Bueno Gabriela, ya sabemos qué le vamos a decir a las demás personas.- dije.

Miraba a Gabriela caminar nerviosamente de un lado a otro y mirando hacia el reloj, que anunciaba las cinco de la tarde.

-Cristina ¿puedo usar tu baño?- preguntó la chica y le dije que si. Ya Gabriela conocía mi casa desde hace años y aún me pedía indicarle en dónde quedaba. Era algo olvidadiza e inquieta, pero era una buena amiga.

La muchacha subió las escaleras y escuché como cerraba la puerta. Mientras ella estaba en el baño decidí buscar otro vaso de jugo de naranja, y fue cuando escuché un grito desgarrador que provenía del piso de arriba. Escalofríos bajaron por mi espalda, y supe que algo malo había pasado.

No pude evitar dejar caer el vaso, que se hizo pedazos al contacto con el piso. Corrí hacia el piso de arriba y me acerqué a la puerta del baño. Comencé a tocarla vigorosamente.

-¡Gabriela! ¿¡Qué pasó!?- gritaba mientras seguía tocando la puerta. Si fuese más fuerte la habría tirado.

Nadie respondía, un silencio provenía del otro lado de la puerta, hasta que de repente la puerta se abrió.

Gabriela estaba en el suelo del baño, llorando, y tenía una cara de horror mientras sostenía algo entre sus manos.

-¿Qué pasa Gab? ¿Qué tienes ahí?- pregunté, mientras me acercaba a ella.

La muchacha me miró y abrió sus manos, mostrándome el objeto. El miedo que sentí fue tan increíble que caí al piso con ella. La cosa que tenía entre sus manos era el lazo rojo de Cintia.

El Agujero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora