Capítulo 19.

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Tres días pasaron en los que no pude dormir, pensando en lo que me había revelado la mujer que se hallaba cinco pisos más arriba de mi habitación en el hospital. El haberme dado cuenta que la única manera de salvarnos era aquella tan horrible, tan difícil de decir, tan irracional... No  loquería ni siquiera imaginar.

Tres días antes, en un ataque de desesperación durante mi estancia en el hospital, fui al pabellón de psiquiatría donde se hallaba la única sobreviviente de la última vez en la que el agujero se alimentó de vidas humanas. Luisa Villanueva, una anciana demacrada por culpa de los años en lo que ha estado encerrada en el hospital, me reveló cosas aterradoras acerca del pasado, cosas que ella vivió una vez, cuando perdió el conocimiento el día en el que fue al agujero con sus amigos.

Me había explicado el por qué de mis visiones, por qué no le afectaban a nadie más de los que quedábamos con vida. Ya había acabado con cuatro de mis amigos, y tenía que encontrar la forma de podernos salvar. Pero lo peor era eso. La manera de librarnos de la muerte.

Luisa lo había hecho, la cosa más horrible que algún ser humano puede hacer. Había asesinado sin clemencia a una de sus amigas. La había convencido de que saltara al agujero y luego todo estaría bien. Lo había visto en aquellos minutos en los que estuvo tirada en el suelo.

Según ella, el agujero tenía siete reglas inquebrantables para los habitantes de su interior. Siete normativas que se debían cumplir a cabalidad.

La primera sostenía que toda cosa viviente que cayese en su interior se iría al infierno.

La segunda era un extraño rayo de esperanza en lo que les deparaba el destino a los que cayeran en el agujero. Tal vez era la que más irritaba a sus habitantes. La sexta regla le otorgaba a las almas de las víctimas la capacidad de enviarle mensajes a las personas cercanas a ellos, tratar de ayudarlos a superar la pérdida.

La tercera era que de haber personas involucradas en el crimen, ellas también debían pagar con su alma.

La cuarta sostenía que los pactos con el agujero eran inquebrantables. Cosa que significaba que no podíamos decirle a nadie más lo de la muerte de Cintia, por haber arrojado aquellos objetos a su interior.

La quinta regla decía que los lazos de hermandad, ya fuesen de sangre o no, eran importantes para el agujero, pues una fuerza como aquella era difícil de destruir.

La sexta regla era una continuación de la quinta, diciendo que sólo la persona o las personas que tuviesen dicho lazo con la víctima original, les sería otorgada la visión. Yo era la persona indicada, la elegida por el agujero para las visiones tan horrendas. No sabía si era algo bueno o malo, pues de alguna forma lograba saber quién había caído.  En la madrugada antes de su muerte, Gabriela me había avisado que una criatura demoníaca se hallaba en mi habitación.

Pero la última de las reglas era la que más me aterraba. 'Los inocentes no lo merecen' explicaba todo lo que contenía la más horrenda de sus normas. Era la razón por la que no había podido dormir en el tiempo que pasé en el hospital. Un alma inocente, pura de corazón, debía saltar a voluntad en el agujero.

¿Cómo podía ser posible? ¿Por qué tenía que ser de esa forma? No se me pasaba por la cabeza semejante atrocidad como la que Luisa hizo en su juventud. Había sacrificado a su amiga para que saltara en su interior. Se había atrevido a hacer lo impensable para un ser humano con un mínimo de sentido común. A menos que ella no tuviera alguno.

Había enloquecido realmente al haber cometido ese asesinato. No le había quitado la vida ella directamente, pero había hecho que se suicidara, no sabía de qué forma, porque apenas escuché la razón del por qué Luisa aún se hallaba con vida salí corriendo de su habitación. No quería seguir escuchando más de la macabra historia de esa mujer y sus amigos, el día en que su tragedia comenzó.

El Agujero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora