Capítulo 17.

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Abrí los ojos al escuchar que la puerta de la habitación se abría. A través de las rendijas, pues en seguida simulé que estaba durmiendo, percibí la entrada de dos personas, las cuales supuse que eran el doctor y una enfermera.

-¿Ella es la paciente?- dijo una voz femenina en un susurro, aunque se notaba la sorpresa en su voz.

-Si, ella es la paciente. Cristina Oliveros, de dieciséis años. Se desmayó y presentó convulsiones luego de una discusión con sus padres. La trajeron en seguida para acá.- dijo el doctor en voz más alta que la de la mujer, haciendo que me sobresaltara un poco.

-Doctor, ¿no sabe quién es? Es la amiga de las chicas desaparecidas. Las fotos de todo el grupo de amigos han estado rodando por la prensa local, y estoy segura que ella es una de las que aparece allí.-

-Lo sé. Desde que llegó me di cuenta de quién se trataba. Pobre chica, imagino lo que debe estar pasando al preguntarse en dónde están sus amigas. En la mañana venimos a hacerle los chequeos, por ahora dejémosla descansar. Lo necesita.-

Diciendo esto, las dos personas dejaron la habitación, haciendo sonar la puerta suavemente contra la cerradura.

Mierda. ¿Mi cara había aparecido en los periódicos? ¿Por qué no lo había visto? Fu entonces cuando lo recordé. No lo había hecho pues sólo me bastó mirar la primera plana para sufrir un ataque de histeria, pero supuse que de haberme atrevido a abrirlo, habría visto mi foto y las del resto de mis amigos. Unos amigos que prácticamente estaban sentenciados a muerte.

Ya eran cuatro. Los chicos que habían muerto bajo el macabro poder de los habitantes del agujero, mis dos mejores amigas, Ethan y Camilo. La aterradora visión que tuve antes de perder el conocimiento me había confirmado que ellos no estaban vivos, y el recordarlo una y otra vez me hacía sentir un dolor terrible en el pecho, como una obstrucción.

Abrí completamente los ojos, y vi que la habitación del hospital en donde me hallaba recluída desde el día anterior estaba pobremente iluminada por los destellos de los aparatos. Mi madre ya no estaba ahí, por lo que supuse que había ido a comer algo.

Me zafé de las sábanas y me senté en la cama, dándome cuenta que estaba vestida con una suave pijama de algodón, que con la poca luz parecía ser de un verde agua. Tenía calcetines, y al tocar el suelo setní lo helado que estaba. Busqué las pantuflas que debían estar en algún lado hasta que finalmente las encontré.

Iba a buscarla. Me iba a arriesgar a salir de la habitación y subir hasta el piso siete del hospital, donde una mujer anciana podría darme pistas de como deshacernos de la terrible maldición que nos habíamos conseguido por andar jugando con fuego.

Tomé aire, y luego de lograr tener determinación suficiente, abrí la puerta. El pasillo estaba desolado, y estaba tan increíblemente brillante que me dolió la vista. Todo era blanco en el pasillo del hospital, siendo contrastado por alguno que otro cuadro de flores que lograba inspirar cierta paz. Miré hacia las esquinas, donde me fijé en las cámarasa de seguridad moviéndose de un lado a otro, rastreando los movimientos de cualquier ser vivo que se atreviera a salir de allí.

Miré la hora, y eran las cuatro de la mañana. No había dormido absolutamente nada de lo que en realidad necesitaba, unas diez o doce horas de sueño. Aunque luego de pensar en lo que podría pasarnos a los que quedábamos, me impulsaba a buscar con más ganas a Luisa Villanueva, la única sobreviviente de la anterior matanza del agujero.

¿Cómo lo había hecho? Esa era la pregunta que siempre me invadía la cabeza cuando pensaba en esa mujer. No tenía idea de como lo habría logrado, aunque le costó demasiado alto el ahber sobrevivido. Estar toda su vida internada en el área de enfermos mentales no había sido un destino justo para Luisa.

Corrí hacia las escaleras, ubicadas a la derecha del amplio y largo pasillo, resbalando levemente a causa de los calcetines, y a toda prisa, me fijé que justo al lado de las escaleras se hallaba un ascensor, al cual llamé inmediatamente. Al ver hacia una pared, vi un anuncio que me informó que me hallaba en el piso dos. Cinco pisos más que me separaban de mi objetivo.

Traté que la cámara cercana al área de las escaleras y el ascensor no me notara, por lo que me arrinconé a un sitio desde el cual -pensé- no me vería.

Por fin el ascensor llegó, abriendo sus puertas para recibirme. Sin mirar, corrí hacia su interior, cuando tropecé con algo que me tiró la suelo. Al fijarme, no pude evitar gritar de miedo. Cintia estaba allí, mostrándome un objeto que sostenía entre sus manos, un lazo rojo con la palabra 'Lujuria' escrito en él, sobre la tela. Pero lo peor era que ella no se encontraba sola.

Detrás de ella, se hallaban Gabriela, Ethan y Camilo. Todos me mostraban objetos. La chica de cabello corto hasta la línea de la mandíbula sostenía entre sus pálidas y cadavéricas manos un zarcillo, con la palabra 'Pereza' en él; Camilo tenía una moneda con la palabra 'Avaricia'; y Ethan tenía un llavero con la palabra 'Envidia'.

Todos se acercaban a mi, murmurando cosas sin sentido, pero que de pronto logré descifrar como 'Somos el agujero.' Lo mismo que había aparecido escrito en el espejo.

Coloqué rápidamente mi cabeza entre las piernas, cubriéndome el cuerpo con los brazos, en una especie de rollo. No podía ver más nada de eso. No quería. No lo podría soportar de nuevo. Se hizo el silencio, y al alzar la cara no había nadie.

Esa era otra de las razones por las que más me impulsaba a hablar con Luisa. ¿Por qué parecía ser yo la única que tenía visiones aterradoras? ¿Qué sucedía conmigo? ¿Acaso era la próxima?

Ni loca iba a entrar al ascensor. La sola idea de que los habitantes del agujero usaran las imágenes de mis amigos de nuevo en mi contra me hacía tener escalofríos contínuos en mi espalda. Subí las escaleras con rapidez, esperando que nadie hubiese escuchado el ruido de mis gritos de terror.

Piso tres. Cuatro. Cinco. Seis. Estaba subiendo las escaleras, cuando vi que al final de estas mis fallecidos amigos falsos estaban obstruyendo el paso. Ya era suficiente de todo.

-¡Quítense de mi camino! ¡Tengo algo importante que hacer, y ustedes no van a impedirlo!- exclamé con fuerza y dureza, extendiendo una mano hacia ellos.

Fue como si me hubiesen obedecido, pues se desvanecieron como el polvo, haciendo un ruido extraño al hacerlo. Piso siete. Si el hospital era silencioso, el pabellón de psiquiatría era una zona muerta. Ni el ruido del aire acondicionado se lograba escuchar, lo que me perturbó un poco.

Caminé hasta donde me di cuenta que había una reja que daba el acceso a las habitaciones, justo hasta donde yo quería ir.

-Sé que quieren ayudarme, amigos.- comencé a dirigirme a los verdaderos espíritus de ellos- Así que por favor, les pido que abran esta puerta para poder salvarnos, a todos si es posible.-

Era mi última esperanza. Deseaba con todo mi corazón que desde el lugar donde se hallaran mis amigos, me hubiesen logrado escuchar. Esperé unos minutos, pero nada pasó. Suspiré de resignación. Ellos no podrían ayudarme. No estaban en un lugar apropiado para hacerlo.

-Abuelo, por favor. Ayúdame y abre esta puerta. Estoy en problemas.- me dirigí hacia mi recién fallecido abuelo, quién en vida había sido muy especial conmigo.

Antes de que todo esto sucediera, no me había comunicado directamente con algún espíritu. Pero si un monstruo había hablado a través de un espejo conmigo, creí que mi abuelo podría hacerlo también.

Obtuve respuesta. Nunca sabré si fue realmente mi abuelo o algo más, pero la puerta de hierro cedió al intentar abrirla. Me sorprendí por un momento de que una simple petición a la nada -o algo así- funcionara realmente. Caminé hasta el pasillo, y comencé a ver los nombres de los pacientes que se hallaban en las puertas.

En la tercera puerta de la derecha, estaba ella. Luisa Villanueva. Mi corazón se aceleró en seguida, y como un segundo milagro, esa puerta también se abrió.

El Agujero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora