Me quedé paralizada en la puerta de mi casa, mientrs los padres de Cintia miraban hacia el interior.
-Hola Cristinita.- dijo la señora Wettel, la madre de Cintia. Una mujer delgada y alta, muy parecida a su hija- ¿Cómo estás?-
-Ehmm... Bien, bien.- mentí. Estaba muerta por dentro.
-¿Cintia está contigo?-me preguntó el padre de Cintia, un hombre bastante mayor que su esposa que trabajaba en el pequeño hospital del pueblo como cirujano.-Es que hoy vamos a salir a cenar con algunos compañeros del hospital, y como no estaba en casa cuando llegamos, supusimos que estaba contigo o con Gabriela.-
El señor Wettel había hecho la pregunta del millón de dólares, un millón de dólares que nadie, absolutamente nadie querría tener. Por mi mente pasaron miles de ideas. Pensé en cerrarles la puerta en la cara a los padres de Cintia, pasarle llave, apagar las luces, ir al cuarto e mis padres, buscar en la gaveta demi papá un arma y luego volarme los sesos. Era mil veces mejor estar muerta que enfrentarme a la dura realidad de decirles a los padres de una de mis mejores amigas que su hija estaba muerta, había sido llevada por los mil demonios que habitan en el agujero del pueblo.
Un rastro de lucidez apareció en mi cabeza. Había recordado mi conversación telefónica con Betania, que me había dicho que si pasaba esto que estaba viviendo justo ahora, les diría que no tenía ni la más puta idea de dónde se encontraba su hija.
El detalle estaba en que yo mintiendo era un completo asco. No podía decirles semejante mentira a los padres de Cintia, sobre todo cuando ellos saben muy bien que su hija y yo hemos estado juntas desde primaria. Pero debía darles una explicación, era totalmente necesario, así que hice mi mejor intento.
-Ella se fue hace rato. Pensé que se había ido a casa.- dije,en un tono tan poco convincente que pensé que no me creerían. Afortunadamente, lo hicieron.
Alteré en todos los sentidos la historia que Betania me había dicho explícitamente que les contara.
-¿En serio?- repuso la señora Wettel- Qué raro, no está allá. ¿Será que se fue a casa dealguien más?-
-No lo se señora Wettel, ella sólo me dijo que se iba, yo estaba dandome una ducha cuando escuché que se cerraba la puerta.- titubeé un poco al mentirles aún más. Aunque la parte en la que me daba una ducha era cierta, hasta le indiqué mi cabello aún húmedo después de tratar de alisarlo por los golpes y patadas que la enferma de Gabriela me había propinado.-A lo mejor se fue a casa de algún otro compañero de clase, recuerden que su hija conoce a todo el colegio.-
Claro que los conocía a todos. Cintia era un encanto en todas las maneras existentes, sabía tres idiomas, tocaba el piano y el violín excelentemente, era delegada del salón, hasta había sido reina del baile seis veces seguidas. Todos la amaban y ella los amaba a todos.
-Tienes razón.- suspiró la madre, mientras sonreía. Cuando la señora Wettel sonreía era como ver a una Cintia años después. Con su cabello castaño-negro ondulado hasta la cintura, y de cara delicada y blanca.
"Una perfecta Blancanieves" le decía siempre que la veía llegar al colegio con su eterno lazo rojo, un lazo que ahora era una maldición, pues nos recordaría para toda nuestra vida que Cintia ya no estaba. De sólo pensar en eso, mis ojos se humedecieron de nuevo.
-Pero cariño, no la hemos llamado al celular. Intentalo a ver.- dijo el señor Wettel, mientras miraba a su esposa sacar el aparato de su bolso.
Mierda, mierda, mierda. ¿Y ahora qué iba a pasar? Si la chica no atendía sus padres se volverían locos.
-Aló, cariño. ¿Dónde estás?- dijo la madre de Cintia.
Mis cuerpo entero quedó como una tabla. No, como una piedra. ¿Acaso Cintia le había respondido a su madre? ¿Cómo rayos podría pasar eso? Cintia estaba más que muerta, estaba en el mismo infierno. Nada de lo que estaba sucediendo era real. No podía serlo.
-Ok Cintia, no te desaparezcas así. Llama cuando vayas a casa de Gabriela de algún otro chico para la próxima. Nos vemos en el restaurante. Te quiero hija.- dijo la madre de Cintia, y colgó el celular.
Si antes estaba muerta por dentro, ahora ya estaba en estado de descomposición. El aire comenzó a faltar en mis pulmones, tenía ganas de desmayarme ahí mismo, pero tenía que aguantarlas, al menos hasta sus padres se fueran. Luego podría enloquecer totalmente.
-Gracias Cris. Dijo que había ido a casa de Gabriela, que se moría de ganas de ver una película que tenía en su casa... El Agujero. ¿Tú la has visto?- preguntó con curiosidad la mamá de Cintia.
Mi mundo comenzó a dar vueltas, los oidos comenzaron a zumbarme. Había entendido completamente el mensaje. No había sido Cintia la que había contestado el celular, o por lo menos, no era la verdadera ella. Tuve que controlar mis naúseas.
-No...No la... He visto.- Dije entre escalofríos.
-Bueno, según Cintia era basante buena. Nos dijo que nos alcanzaba en el restaurante. Si pasa por tu casa, le dices que estuvimos aquí.- Sonrió la madre de Cintia, y con un gesto amigable, se retiraron de la entrada.
Cerré la puerta con fuerza, corrí a mi habitación y me lancé en mi cama a gritar de horror. El juego del agujero había comenzado, y de la manera más terrible. Una sensación de que algo se me olvidaba apareció, pero por más que lo intentaba no lograba saber qué era. Mi teléfono celular se escuchó abajo, y reprimí un grito.
¿Y si lo que sea que imitara a Cintia había decidido llamarme? De sólo pensar en eso sentí otra vez las naúseas brutales que había tenido frente a los padres de Cintia.
Corrí al piso de abajo y noté que mi teléfono tenía una llamada perdida, y al ver de quién era, algo en mi se calmó, pero otro lado se puso en estado de alerta. Gabriela me estaba llamando.
El teléfono sonó otra vez, y atendí. Gritos sin sentido venían del otro lado de la línea. Eran tan estridentes que tuve que alejar el auricular de mi oído.
Escuché el ruido de un auto estacionarse frente a mi casa. Mis padres había llegado. Corrí a mi habitación y grité al celular.
-¡Cálmate Gabriela!-
-¡Cristina! ¡Ayúdame!- gritaba Gabriela, se le notaba tan asustadaque mi corazón comenzó a latir fuertemente de nuevo.
-¿¡Qué te pasa!?- grité, demasiado nerviosa para ocultarlo.
-El... ¡El lazo! ¡Volvió a aparecer de la nada! ¡Me voy a morir!- gritó, pero esta vez le entendí a la perfección.
-¿A qué te refieres?- Y entonces lo recordé. El lazo rojo de Cintia había desaparecido justo después de que Gabriela se había ido de mi casa. Algo sobrenatural venía con ese objeto, y tenía que saber qué tenía que ver con Gabriela.
-¡Cristina!- escuchéla voz de mi mamá que provenía de las escaleras.
-¡Estoy aquí!- grité, y luego volví a tratar de calmar a Gabriela.
-Mañana vamos al agujero a lanzar esa mierda lejos de nosotras.- le dije, confiada.
-¿Y si vuelve? Cristina, apareció así de la nada. Como si siempre lo hubiese tenido en la mano.- dijo, nerviosa pero mucho más calmada que al principio.
-Entonces... Vamos a la iglesia del pueblo. Es nuestra última opción.- le dije.
-Cris, ¿puedes venir a mi casa a dormir? Estoy demasiado asustada para estar sola. Mis padres no vienen hasta entrada la noche. Fueron a una cosa del hospital, con los padres de Cintia.-
Mi corazón se aceleró hasta el punto máximo. La supuesta Cintia estaba en casa de Gabriela viendo una película.
-¡Gabriela, corre! ¡Sal de tu casa en este mismo instante!- grité.
ESTÁS LEYENDO
El Agujero.
HorrorEn el tranquilo pueblo de San Pablo existe una leyenda que cuenta que toda cosa que caiga en un agujero ubicado en el bosque se irá directamente al infierno. Cristina y sus seis amigos hacen un pacto, cuando un error les cambia la vida para siempre.