Capítulo 10.

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No fue hasta que salió definitivamente el sol cuando decidí salir de mi habitación. Al fijarme que Gabriela ya no se hallaba ahí, me tomó más de un minuto pensar en que ella se habría ido a su casa antes del amanecer. Los padres de Gabriela eran muy estrictos con ella, no la dejaban quedarse en casa de sus amigas, aunque vivieran a diez casas de distancia.

Hacía calor, el aire acondicionado estaba apagado y sudaba a chorros por debajo de las gruesas mantas de mi cama, por eso tomé una toalla y salí en dirección al baño. Mientras me duchaba, escuché el sonido inconfundible de lo que era mi celular, repicando desesperadamente en la mesa de noche. 

El agua fría ajustó la elevada temperatura corporal que tenía luego de la horrenda pesadilla que había tenido durante la madrugada. Aún podía sentir en mis piernas el incesante correr de las supuestas arañas, que se transformaron en el espanto de mi amiga, culpándome por no haberla salvado. Si tan solo ella supiera que no fue mi culpa, yo quise con todas mis fuerzas ayudarla, pero una energía nos repelía a todos, no me permitió acercarme y sacarla del infierno al que estaba dirigiendo.

Mis ojos ardían, de las tantas veces que había llorado por lo que había sucedido. Aún no cabía en mi cabeza que una de mis mejores amigas había muerto. Lo creía una fatalidad del destino, un error en la historia que no debió jamás suceder.

Salí de la ducha, y al llegar a mi habitación me vestí con una ropa cómoda. Era sábado, y al no tener clase, me sentí liberada de no tener que ver al resto del grupo. No podía decir que todos se sintieran culpables, pero después del asunto en el que nos habíamos involucrado, y además del pacto que nos unía para siempre al agujero del mal, lo supuse lógico.

Fue entonces cuando me fijé en mi celular, que ya hacía un rato que había dejado de sonar. Sólo habían llamado una vez, y pensé que se había tratado de Gabriela, agradeciendo por haber acpetado que se quedara en mi casa mientras sus padres estaban en la misma cena de trabajo que los padres de Cintia. Los cuatro eran personal médico del enorme hospital de San Pablo, una construcción maciza que en los años cuarenta se usaba como fuerte durante los movimientos civiles, pero con el tiempo se fue quedando en ruinas. Si alguien quería orientarse de como llegar a algún lugar de la ciudad, podía guiarse por la torre de nueve pisos que conformaba el hospital.

Me acerqué lentamente a la mesita de noche, donde yacía el celular, quieto, silencioso. Lo tomé y abrí la tapa. La llamada que había recibido era de Ethan.

'Hmmm, inusual.' pensé. Ethan Hudson casi nunca llamaba a nadie por celular, a menos que fuera algo de urgencia. Algo que necesitaba decir desesperadamente. Algo que lo tuviera despierto toda la noche.

Salí nuevamente de mi habitación con el celular en la mano, decidida a tomar algo de desayuno. No había cenado en la noche anterior, provocando que mi estómago me pidiera a gritos algo de alimento. Estaba de pie al borde de las escaleras cuando escuché más voces de lo normal. Bajé las escaleras cautelosamente. No esperabamos visitas. Además de mi hermano, nuestros únicos familiares vivían en una ciudad muy lejana de aquí, y a nuestros vecinos no les hacía falta venir a casa. Bastaba con una simple charla en la entrada.

Fue cuando pisé el último escalón que pude ver quien estaba en la sala de la casa. Mi espalda se enderezó por completo. Estaba paralizada, pues en el sofá estaban sentados los padres de Cintia, los señores Wettel; y los padres de Gabriela, los señores Mora. Habían cuatro personas más, personas que identifiqué como oficiales de policía del pueblo. Algo andaba mal.

Di la vuelta, con la intención de subir las escaleras y llamar a Ethan. Esa seguramente era la razón por la que me había llamado. Había visto a los oficiales de policía acompañados por los padres de dos de nuestras amigas, una que ya no estaba en este plano, y la otra porque... ¿Por qué estaban los padres de Gabriela en mi casa?

-Cristina, ven aquí.- dijo una voz masculina grave y ronca. Una voz que definitivamente pertenecía a mi padre. El sonido de mi nombre pronunciado por su voz me hizo detener en seco, y lentamente me di la vuelta y caminé hacia donde ahora se hallaba Cristian Roque, un señor de unos cuarenta y tantos años, con abundante cabello canoso y con lentes para ver.

-¿Si, papá?- pregunté con un hilo de voz. Miraba al suelo, por nada del mundo me atrevía a mirar a los ojos a alguno de los que se hallaban ahí. En especial a los Wettel.

-Este es el oficial...- comenzó a decir mi padre, pero el hombre que me iba a presentar lo interrumpió. Alcé el rostro hacia él, y noté que era un hombre de unos treinta años, moreno y de cara robusta.

-Ugas. Detective Gustavo Ugas.- dijo con voz seca y sin estrechar la mano- Estamos aquí porque estos señores- estiró su rechoncho brazo hacia los padres de mis amigas- Llamaron en la madrugada a la estación, diciendo que sus hijas están extraviadas.-

Mierda. Eso si que era algo en lo que ninguno de nosotros había pensado. Los padres de ambas habían llamado a la policía, los habían involucrado en algo que ellos jamás en sus vidas podrían comprender. Tragué saliva, porque había un error en todo ese rollo: ¿Gabriela estaba extraviada?

-Disculpe...- dije, extrañada- ¿Acaso dijo 'hijas'?-

El rechoncho detective Ugas asintió fuertemente, y fue que volteé la cara hacia el sofá, donde pude ver la expresión preocupada de los padres de Gabriela. Ok, entonces si era verdad, pero ¿cómo era posible que se extraviara una chica que conocía todo el pueblo de memoria, y que además vivía a diez casas? Estaba confundida. Entonces mi celular volvió a sonar. Miré a la pantalla y constaté que se trataba nuevamente de Ethan.

-Esperen un momento. Es un compañero de clase.- dije, apartandome de ellos hacia la cocina. Abrí el celular y escuché la nerviosa voz de Ethan Hudson.

-Cristina, los policías.- dijo, titubeando.

-¿Fueron a tu casa?- pregunté.

-Si, antes incluso que amaneciera tocaron la puerta. Están preguntando por Cintia y por Gabriela.-

-¿Dónde anda Gabriela?- pregunté, y se hizo el silencio por unos instantes.-¿Estás ahí?-

-Espera un momento... ¿Gabriela no está en tu casa?- dijo Ethan, con su voz algo aguda, haciendolo sonar extraño.

-No. Bueno, ella vino a dormir aquí porque sus padres no estaban y ella tenía miedo, por... lo que ya sabes. Pero cuando desperté ya no estaba. Pensé que se había ido a casa, pero ahora que veo esto...- me detuve en seco. Una idea paralizante inundó mi mente. Eso no podía ser posible.

-Cristina...- dijo Ethan , sonando más nervioso aún- ¿Tú no creerás... que... Gabriela...?-

Ethan y yo habíamos pensado exactamente lo mismo. La horrible idea de que Gabriela hubiese caído en el agujero era aberrante, imposible, nula. Eso no pudo suceder. Pero en el fondo, algo me decía que Gabriela no estaba viva.

El lazo rojo que Cintia había usado por última vez antes de la tragedia la había estado persiguiendo, como algo sobrenatural, algo maligno. Y yo pude presenciarlo con mis propios ojos. No eran mentiras de Gabriela al decir que el lazo se había materializado de la nada en sus manos, cuando yo misma estuve buscando el objeto en el baño cuando a Gabriela le dio el ataque repentino de rabia y no lo encontré por ninguna parte.

Incluso, me había dicho algo que me había helado los huesos. Había asegurado que Cintia estaba tomada de las manos con el mismo Diablo, acusándola de haber hecho algo que había sido un completo accidente... ¿Y si no lo había sido? ¿Y si alguien realmente había empujado a Cintia al agujero?

El Agujero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora