El detective Ugas y los consternados padres de mis amigas aún estaban en mi casa cuando terminé de hablar con Ethan por teléfono. Lo que habíamos pensado era algo aterrador, eso no podía ser posible. Con cuidado, como al caminar sobre una frágil capa de hielo, me acerqué de nuevo a la sala, y el detective me puso una de sus rechonchas manos sobre mi hombro, y posé mi mirada fija en ella.
-Bien, señorita- dijo con su voz ronca, mientras me conducía suavemente a una silla cercana a donde se hallaba el resto de las personas ajenas a la familia. Por un momento dejé de ver la mano del detective y miré hacia las cara de los señores. Los cuatro, a pesar de mantener una actitud serena, se le podía notar en la mirada que estaban preocupados, y con razón, porque la hija de uno de ellos estaba definitivamente muerta.
Me senté en la silla, y miré de nuevo al detective, quien se sentó al frente, impidiendome ver más allá, a mis padres, unas figuras que me daban seguridad hasta en el momento más oscuro, justo como el que estaba pasando en ese momento.
-Diga, detective.- dije, con una voz tan calmada que sonó falsa.
-Los padres de la señorita Cintia Wettel me contaron que habían estado aquí ayer, preguntando por su hija, y les dijiste que no sabías en donde estaba.- dijo el detective.
-Si, exacto.-
-¿Y?- dijo el detective, mostrando una leve sonrisa. Tal vez fueran locuras mías, pero pensé que el detective me creía estúpida. Con la sonrisa intentaba hacerme creer que podía confiar en él, algo que jamás ocurriría.
-Y... ¿qué?- dije secamente.
-¿Es verdad eso? ¿No sabías en donde estaba Cintia ayer?- dijo, sonriendo aún más. Parecía una vaca sonriendo.
- Es cierto. No sabía... No entiendo, ¿Qué pasa? ¿Algo le pasó a Cintia?- agudizé la voz, haciendola sonar desesperada. La verdad, no creí que pudiera haber mentido tan magistralmente.
-Eso es lo que intentamos saber, porque no ha vuelto a casa desde ayer en el colegio. Según los padres de la chica, cuando vinieron a tu casa a preguntar por ella, tú les dijiste que se había ido de tu casa hacía un rato.- Esta vez, el detective Ugas estuvo serio. Su rostro me hizo tragar saliva.
-Si, eso fue lo que les dije.- fruncí levemente el ceño.
-Entonces ¿por qué me acabas de decir que no sabías donde estaba, si ella se había ido de tu casa?-
El detective quería enrredarme. Quería que me confundiera y que, si sabía algo -y sabía-, confesara. Pero no, él no iba a lograrlo.
-Bueno, explicándome bien, no supe a donde se fue luego de salir de mi casa. No me dijo nada, y no le pregunté. Cintia ya es grande.- expliqué, naturalmente.
-¿Acaso no estabas presente cuando los señores Wettel llamaron a su hija?-
Vaya, al parecer el detective estaba informado de todo, hasta de como el monstruo que habita en el agujero había fingido ser Cintia y respondido a su llamada. El solo recordarlo me provocó escalofríos.
-Ehh... Si, yo estaba presente.- titubeé.
-Ella les respondió diciendo que estaba en casa de la otra chica, que también se encuentra desaparecida, ¿eso es cierto?-
Gabriela. ¿Qué le había pasado a Gabriela? ¿Dónde estaba? Ethan me dijo que anteriormente, cuando los policías habían entrado a su casa a preguntar acerca del paradero de las chicas, que él tampoco tenía idea de dónde se hallaba la chica, haciendolo creer que, de alguna forma incomprensible para la mente humana, ella también había muerto cayendo en... ese lugar.
-Es cierto... Ella... Les contó eso, que estaba en casa de Gabriela, ¿Las dos están desaparecidas? ¿Están seguros? ¿Revisaron los alrededores? Podrían estar en el bosque... No se...-
Sin darme cuenta, les había dado una ligera indirecta de donde se hallaba Cintia, pero de Gabriela no podía saber donde estaba. Lo del agujero era estúpido, ella no se acercaría a ese lugar de madrugada luego de haber presenciado lo que desencadenó nuestro insomnio, nuestro horror.
-No creo que estén en el bosque. Nadie en el pueblo va a ese lugar.- dijo el detective Ugas, esta vez con un tono sombrío. Era cierto, nadie en el pueblo se atrevía a entrar al bosque, por miedo a que algo los llevara al agujero. Todos sabían la leyenda que envolvía al bosque de San Pablo, y por ningún motivo querían saber si se trataba de verdad o solo un mito. Nadie, menos nosotros seis.
-Si, pero... ¿Y si las secuestraron? La ciudad queda muy cerca de aquí, quizás... Quizás algún ladrón las vio en casa y las raptó.- dije, preocupada. Eso aplicaba a Gabriela, pues sabía muy bien donde estaba la otra chica desaparecida.
-Si hubiese sucedido, el secuestrador habría llamado a los padres, o habría signos de lucha en la casa, lo cual no ha pasado.-
En ese instante, sonó el timbre de la casa. Me sobresalté al principio, me había metido tanto en la mentira que le estaba contando al detective que me separé de la realidad. El detective se reclinó hacia atrás, en el respaldo de la silla, y se puso de pie con algo de dificultad. Yo miré atentamente a la puerta, al igual que todos los presentes.
-Bueno, creo que nadie cree saber qué les pasó a las chicas.- dijo la señora Wettel, preocupada. Quería consolarla, pero me contuve.
-No se preocupe, señora Wettel. Ninguno de ustedes se preocupe, este pueblo es pequeño, sus hijas deben estar en algún lugar de aquí. Las vamos a encontrar.- dijo el detective, con voz firme.
Nadie había atendido el timbre aún, y al parecer, el interrogatorio al que había sido sometida había finalizado por fin. La presión había terminado, por lo que me puse de pie, y mis rodillas temblaron levemente. Aún estaba nerviosa, la sensación de que en algún momento iba a correr gritando la verdad aún no me abandonaba. Caminé hacia la puerta, justo cuando el timbre sonó de nuevo y abrí. Albergaba la esperanza de que fuera Gabriela, extrañada por la presencia de la policía en mi casa, pero desapareció en cuanto vi que se trataba de Ethan Hudson. Su cara perfecta estaba perturbada, y sus ojos vi el miedo.
-Ethan ¿qué pasa?- pregunté, de repente sintiendome asustada de nuevo.
Ethan no se inmutó. Estaba inmóvil en la entrada, y eso me puso aún más nerviosa. Salí y cerré la puerta tras de mi. El sol de la mañana calentaba suavemente mi cara, parecía ser un día normal en el pueblo, a excepción de nosotros. Ya nada sería igual para los seis... O cinco.
-Me estás preocupando. ¿Qué pasó?- insistí, y fue entonces cuando Ethan alzó su brazo y depositó algo en mi mano, un objeto pequeño y redondo, al parecer metálico. Tuve que usar toda mi voluntad para abrir la mano, y fue entonces que lo vi. Era el arete de Gabriela, el mismo que había usado aquel día.
-Lo encontré en camino tu casa. Iba a preguntarte que tal iba la investigación.- dijo él, con voz preocupada -Pero lo peor no es eso, fíjate en lo que tiene escrito el arete.-
Fue entonces cuando lo vi. Fijandome bien en el arete, pude ver que decía claramente 'Pereza', había sido escrita con lo que al parecer era una navaja, y una línea recta tachaba la palabra, como si se tratara de una lista.
-Hay algo raro en esto.- dijo Ethan.
El agujero. Él era el culpable. Había comenzado la matanza.
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El Agujero.
رعبEn el tranquilo pueblo de San Pablo existe una leyenda que cuenta que toda cosa que caiga en un agujero ubicado en el bosque se irá directamente al infierno. Cristina y sus seis amigos hacen un pacto, cuando un error les cambia la vida para siempre.