Capítulo 18

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Realidad.

Había leído una vez sobre las proporciones que hay en un universo 50-50, en cuanto a la distribución de maldad y bondad, de premio y sacrificio. Los porcentajes equilibrados entre impulsos positivos y negativos, sobre los precios elevados de las cosas buenas y las consecuencias de pagarlas. Y aquí venía, dentro de esa preciosa aura colorida, venía oculta una maraña sucia y dolorosa. Era momento de pagar la factura, el precio que debía pagar por esa felicidad a la que me entregué con el hombre de mi vida, era extremadamente caro y sufrí las consecuencias. 

Partimos a la mañana siguiente, y en la misma semana ya estaba metida en el laboratorio de operaciones con una tableta en la mano y una bata impecable con algún tiempo de desuso.  Todo volvía a la normalidad, no importaba qué había pasado a unos cuantos kilómetros de distancia, si me había entregado o no, si un hombre desalojado de su consciencia experimentaba el temor de amar a una chica por primera vez. La gente seguía moviéndose igual, bajo el estrés de una rutina intacta. Por fuera sonreía y brillaba como el más joven de los luceros, y por dentro guardaba un baúl plateado de recuerdos inolvidables. Allí estaban todas las justificaciones que no di a las llamadas irascibles de Minora y a los regaños de Henry. Más que regañón, se sentía curioso y frustrado al no poder averiguar mis razones. Me bebía las explicaciones junto con el americano espeso que me acompañaba en los almuerzos y me ayudaba a entender el porqué León no había llamado los últimos días. Porque desapareció en cuanto nos despedimos en la casa del bosque. Me gustaría reacomodar el orden los sucesos y comprender exactamente la cronología de mi corazón en decadencia. 

Primero, recuerdo su sonrisa rota y una mirada vacía justo antes de besar mi frente y negarme el roce de sus labios. Me castigó un poco y luego cedió por convicción. No decía nada, pero sus ojos guardaban montones de promesas irrealizables, sus manos sujetaban su regreso, pero había algo en su silencio que me avisaba que ya no iba a volver. Pensarlo dolía un poco menos que tratar de averiguar las razones de su discreta despedida. Podía incluso robarle el beneficio de la duda y mantener viva la esperanza de su regreso. Pero en ese instante sentía estar cogiendo agua con un tenedor, veía como de mis manos se escapaban todas esas posibilidades que había tratado de sembrar junto a él, se me iban y no había manera de retenerlas. Lo dejé ir, gastando todas esas reservas de fortaleza que luego me hicieron mucha falta. Él nunca hubiese imaginado la batalla interna de mis entrañas por tratar de sujetarlo, por contradecir mis impulsos y mis conmociones. Con una sonrisa enredosa fingí que estaba perfectamente bien y que no me daba cuenta de lo que sucedía, fingí demencia, me refugié en esa inocencia que me había estado protegiendo durante los días a su lado. No me vio romperme, porque ni siquiera yo entendía lo mucho que dolía. Lo hice tan bien, que mi dolor pasó desapercibido hasta de mí misma. No quería asimilarlo y retomé mi rutina con ese placer de haber pasado mis días con el hombre de mis sueños. Intentaba llenar todos los espacios en que sus pensamientos pudiesen intervenir en mis días, pasaba tiempo en la agencia de Minora, en la empresa y en el gimnasio. Hacía cualquier cosa que me distrajera de la ansiedad de sumergirme en una realidad lacerante y que ya comenzaba a incinerar mis tobillos. Por las noches, me gustaba imaginar su voz en mi buzón deseándome buenas noches, o algún texto en mi correo justificando su ausencia y culpando a las carreras del trabajo. Tuve que medicar a mi corazón para que no se diera cuenta que todo era parte de mi imaginación, para mantenerlo ausente de la realidad y de aquello que ya parecía inevitable. Se había ido, y mis miedos tocaban una puerta que decidía no abrir, por salud, por conveniencia, y por algo de inteligencia también. 

Segundo, ¿cuánto tiempo pasé en ese estado de transición ignorando esa realidad asesina que venía a buscarme cada noche, asomada a mi ventana, con ojos siniestros y cadavéricos? pudo haber sido una semana, quizás dos, o tres... No estaba consciente, era una auténtica maniática y obsesa del control. Pero luego apareció ese auto en el lugar que se me había asignado en el estacionamiento, y que había permanecido todo el tiempo vacío. Un flamante corvette color rosa, con un enorme moño dorado cubriéndole la parte delantera. Era muy parecido al juguete que había recibido en uno de mis cumpleaños, listo para completar la colección de accesorios para mis muñecas. Podía ser producto de mi imaginación o tal vez una ostentosa compensación por un par de semanas de ausencia estaba frente a mí, al lado de una maceta con tres tulipanes del mismo color. En uno de ellos colgaban las llaves y en el otro un sobre blanco. En ese momento todos mis sistemas se activaron y me trajeron de vuelta a la tierra, en una realidad impostergable. Con el corazón latiendo a mil por hora cogí el sobre blanco, y con desesperación me salteé la nota inicial para verificar que tenía su firma, de no ser así no me importaba su contenido, ni mucho menos el regalo. Y sí, era él. Firmaba con el nombre de August.

Te Encontré(Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora