Capítulo 1

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LA ciudad de los sueños.

¿Se han preguntado como sería la vida si todo aquello con lo que soñamos de pequeños, se hiciera realidad?

Esa respuesta había perdido credibilidad desde que me mudé a los Ángeles, el paraíso de los sueños, el lugar donde todos los días son soleados y las noches tan reconfortantes como la esperanza de recibir un nuevo amanecer con la vida resuelta. Así ha sido hasta entonces. No hacía más de dos años que John Ryder me había trasferido aquí para que colaborara con su compañía, supongo que mi esfuerzo por llamar su atención valió la pena. El señor Ryder, el hombre más exitoso y bueno que jamás imaginé conocer. Se interesó en mí desde el primer curso, cuando recién estaba despidiendo a mi adolescencia. Decía que era la "niña" más valiente e inteligente que había conocido jamás. Bueno, tal vez en algo tenía razón. Aún consideraba una locura viajar tantos kilómetros lejos de casa únicamente para estudiar una licenciatura, sin mamá, sin nadie que se ocupara de una niñita de apenas dieciséis años. ¿Era realmente una niñita? Por supuesto que no, así me describía él, pero no lo era. Tuve una infancia dura, lejos de mi padre, que me forzó a independizarme y a ser fuerte sin ninguna otra opción. A los dieciséis años ya luchaba por pagar el mantenimiento del departamento que alquilaba mientras asistía a la escuela, un departamento que mamá no podía pagar, pero que mi trabajo de medio tiempo en un puesto de comida rápida, me lo permitía. Mis notas altas consiguieron una beca que se hacía cargo del setenta por ciento de mi inscripción semestral y el otro treinta lo conseguía vendiendo postres entre los vecinos del edificio. Mi vida cambió cuando conocí a John y me gané su confianza. No dudó en ofrecerme un empleo en su empresa, mis capacidades compensaban la minoría de edad que aún no me permitía ser empleada de planta. El sueldo por supuesto era muy provechoso, incluso aún cargando con mis gastos podía mandar un poco a mamá y a mi hermano pequeño, que me extrañaban desde casa. Navegué durante un tiempo por un mar intranquilo, lleno de frustraciones, cansancio físico y mental. Pero todo comenzó a mejorar cuando descubrí mi verdadera vocación. Conocí a Henry, mi ángel precursor y la principal razón por la que llegué ahí. Él le ha dado otro sentido a mi estancia en los Ángeles. Ya no es únicamente la compañía de John a mi cargo lo que me llevó ahí, sino él, Henry. Mi mejor amigo. Ya es un importante diseñador de modas, obsesionado con la idea de hacerme mundialmente conocida. Es absurdo, la fama y yo no nos llevamos nada bien, y él lo sabía. Cuando vivíamos aún en la capital, poco después de conocerlo, había estado invirtiendo su tiempo en presentarme con las agencias de modelaje más conocidas en ese entonces, pero nunca lo logramos. Lo único que teníamos a nuestro favor era una belleza occidental que podía presumir herencia de Cassandra, mi madre. Cabellera larga y alaciada y un singular brillo cobrizo a juego con las enormes avellanas que adornaban la forma circular de mi rostro. Mi apariencia tiene un toque casi exagerado de inocencia que simula a la perfección los años que tenga. Pero no fue suficiente. Nunca fui delgada ni tampoco muy alta. Mis 160 centímetros de estatura fueron la principal razón de salir sin éxito tras varios casting. Había momentos que odiaba mi cuerpo, ¿debía forzosamente parecer un esqueleto andando para ser aceptada? Tengo curvas pronunciadas, pero no se me considera pasada de peso. Henry siempre ha dicho que tengo el cuerpo ideal, que precisamente a mi estatura le debo la figura que perfecciona mi cuerpo. Pero así es en ese ambiente, si no cargas en tu frente un cartel con la palabra "ayuda" no eres aceptada. Tu rostro debe parecer enfermizo y cada gesto se debe marcar como si lo único que cubriese la parte esquelética del rostro, fuese piel. Nada más, ni una sola acumulación de grasa, ni un solo hoyuelo en tus mejillas. Nada, nada de eso es válido. Tuvimos que conformarnos con desconocidos y pequeñísimos locales de publicidad, que no pagaban más de un dólar por hora. Era aceptado como parte de mi experiencia. Llegué incluso a aparecer en varias revistas independientes que se distribuían en los mercados a muy bajo precio. Nadie importante pagaría por ellas, pues luego el viento las hacía pasear por las callejuelas más recónditas de la capital, para servir como alimento de una chimenea o si suerte tenía llegaban a parar en algún salón de belleza, para que al menos los peinados elaborados que llevaba sirvieran de inspiración y no fuera algo tirado a la basura. La segunda opción representaba un logro para nosotros, pues la gente comenzaba a acercarse para pedir consejos de belleza y una que otra rutina de ejercicios. ¿Quién era yo para negarme? No era más que una chica de tantas, con anhelos truncos y sueños frustrados. Una de tantas. Después, descubrí que la báscula no era un rival difícil de vencer. Con cuarenta y dos kilogramos, me presenté en una agencia más o menos conocida, llevaba más de un mes matándome de hambre y con ejercicios que por poco me hacían perder el conocimiento. Todo esto, a escondidas de Henry, aproveché uno de los viajes de su titulación para intentar conseguir aquello en lo que tanto habíamos fracasado. Quería que llegara y lo primero que encontrara fuera un contrato firmado con una empresa reconocida. ¿Pero que obtuve? Un rotundo no. "Eres demasiado pequeña", "tus piernas no son lo suficientemente largas" "no alcanzas el limite permitido de estatura". ¿Y los cabellos perdidos durante la dieta? ¿Y los trastornos alimenticios que por poco genera esa maldita obsesión? Nadie habla de ello. Henry jamás se enteró y yo no volví a mencionarlo. Cuando me encontró casi vuelta un cadáver, tuve que culpar a la universidad y a la compañía de John, que en realidad no hacían nada más que sanarme y mantener mi mente alejada de aquellos fracasos que por poco arruinan mi vida.

Te Encontré(Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora