Capítulo 26

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Deha-vú.

Las mañanas en LA siempre tienen más color y más calor. Y por supuesto, mucho más ruido. Siempre es entrañable sentir que no eres la única persona que carga una prisa sobre la espalda, un apuro que te obliga a salir de la cama y caminar junto con el sol. 

Mi segundo día en casa, y debía ponerme al corriente con la compañía y con otros asuntos que esperaban ansiosos mi llegada. Con todo y eso, sentía la necesidad de permanecer todo el día en cama, de dejar que el sol se ocultara y observar el momento exacto en que las estrellas comenzaran a llenar la ventana. Me sentía huésped de un cuerpo agotado y sin energías. Y la noche anterior no había colaborado mucho para motivarme a enfrentar la luz de un nuevo día. Era innegable la influencia que había tenido en mí el encuentro con Leonardo, específicamente su comportamiento. Ya había visto antes esa expresión, pero no quería atribuirme todo el protagonismo. Después de todo, la idea de causarle algún dolor me revolvía el estómago. No quería ser el motivo de ninguna de las sensaciones que le incomodaran o interfirieran en su rutina, de ninguna manera. Era más soportable lidiar con mi corazón en plena recuperación, que con un costal de culpas y remordimientos. Yo sabría como suturar mis propias heridas, pero ser la mano que sostiene la daga enterrada en otro corazón, era algo que no podía remediar. Yo mejor que nadie sabía lo que aquello representaba, el miedo que causa el poder que otras personas tienen sobre tus emociones y algo me decía que esa noche Leonardo experimentó una ligera pizca de temor. Sí, temor hacia mí. La idea no dejaba de parecerme nauseabunda. Había pasado por eso ya y era una sensación para nada agradable. Yo aprendí a lidiar con mis propios tormentos, los mismos que de niña me despertaban a plena madrugada gritando el nombre de mamá, quien corría desesperada a intentar calmarme hasta que yo pudiera conciliar de nueva cuenta el sueño. Un poco más tarde, tuve que ser yo quien corriera hacia mi llamado para recuperar la calma y hacerme dormir de nuevo. Pasó en México a mis 17 y pasó en Suiza en plena adultez. Después de eso, parecía conciliador ayudar a las personas, que como yo, experimentaban la misma pesadilla, pero en el caso en el que yo era el monstruo que interrumpía sus sueños.  No pude evitar ver el reflejo gastado y enfermizo de Ryan en los ojos perdidos de Leonardo. Ryan, el chico fuerte e inquebrantable, el chico rudo y sexy que no imploraba compañías ni gastaba palabrería retórica para sus intenciones, no las necesitaba, su físico era suficiente herramienta para conseguir sus objetivos. Yo había logrado atravesar su alma y verlo obligado a explorar el desorden emocional que llevaba años evadiendo. No me hubiese gustado que las cosas acabaran así, hubiese preferido quedarme con la jovialidad de un rostro que se ha mantenido alejado de las desgracias de la vida. Tenía un rostro hermoso, una piel brillante, y unos ojos intactos de lágrimas banales. "Nunca me han roto el corazón" presumía con una sonrisa brillante, orgullosa, incluso inocente. Yo sabía que todo eso no era más que debilidad agrietada y que bastaba un solo chasquido para que todo ese mundo de falsa fortaleza se le viniera encima y le arrebatara todas sus posibilidades. Nunca fue mi intención causarle ningún daño al que para ese entonces era mi primer amor, mi primer experiencia de romance. Incluso cuando partimos, me prometí nunca más hablarle del amor que se estaba llevando entre sus pasos egoístas y cobardes. Pero había una advertencia detrás de mis lágrimas, un temor profundo ante su retrasado arrepentimiento. Después de todo, seguía poniendo su dolor por encima del mío, algo me decía que la vida lo estaba preparando para recibir la herida que terminaría por debilitarle el cuerpo entero hasta dejarlo enfermo y agonizando por algún tiempo, el tiempo que su orgullo le permitiera internarse en un tratamiento seguro. Tardó un tiempo, su orgullo si que era necio pero al mismo tiempo su peor enemigo, la herida sangraba lo que su orgullo le permitía, hasta dejarlo en completa convalecencia, hubiese preferido no saber de él después. Verlo, y saber que su enfermedad me correspondía me dejaba con las manos atadas, fue más duro incluso cuando era yo quien sufría en mi habitación cuando él decidió poner sus prioridades por encima de lo que llamamos "nuestro." No pude hacer nada para sanar su dolor y se convirtió en víctima de sus propias decisiones. Pero con Leonardo la historia no siguió nuestras intenciones, fue el destino quien decidió por él y se dio el lujo de perdernos. Ambos habíamos sido victimas, sin importar todo mi sufrimiento, era terriblemente injusto que tuviera que cargar ahora con la impotencia de su falta de libertad. Yo estaba a salvo, ¿pero él? ¿Por qué estaba anticipando un dolor que probablemente solo exista en mi imaginación envuelto por una ansiedad intermitente? 

Te Encontré(Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora