Capítulo 28

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Solía desmaquillar mis emociones con papel y tinta, desnudarlas y dejarme a mí completamente sosegada. Aunque luego me sintiera tan expuesta, que mi único consuelo era encontrar en cenizas las letras que expresaban ese lenguaje prohibido de mi corazón, casi siempre herido. Como si se tratase del testamento que guardara las últimas palabras antes de su agónica muerte. Porque moría y era un hecho imposible hacerle volver a la vida, y murió en aquel apartamento de enormes ventanas soleadas y techos oscuros. Murió todo aquello que mi corazón tenía que decirle a su amor, y del que nadie volvió a saber nunca. Todo eso me llevaba a pensar el destino de todos esos sentimientos que Leonardo había dejado plasmados luego de terminar la pintura, ¿A dónde se había ido todo eso a lo que difícilmente se le podía llamar amor? ¿Lo había abandonado por completo?

Su mirada me decía que había quedado encarcelado entre las paredes de esa sala llena de su arte. Sentí una oleada regocijante de un sentimiento no nombrado, pero que estaba por estallar y moverse junto con el aire. 

-No es la única pintura que habla sobre nosotros. Hay otras que solo hablan de ti.

Permanecí en silencio  y lo miré acercarse con cautela, sin llegar a estar demasiado cerca. 

-¿Por qué? -volví la mirada a la pintura. A la sonrisa de January, la chica de cabello naranja que tenía la vida dibujada en sus ojos. Era feliz y amaba, estaba enamorada del hombre de preocupaciones triviales. El hombre de rastas y con esa simpleza encantadora. Los personajes que habíamos inventado para vivir nuestro amor me hicieron recordar que las posibilidades no existen, o si existen son completamente intocables. Nada se puede hacer contra las escrituras de un destino concluido, nada salvo guardar la calma mientras la corriente te arrastra hacia terrenos de tortura voluntaria. 

-Porque fuiste un sueño. Fuiste un trozo pequeño de un paraíso que no esperé encontrar jamás. Porque te tuve y no podía creer que todo eso me estaba pasando. 

El filo de sus confesiones logró perforar la armadura recién forjada con intenciones de resultar impenetrable. Sus palabras salían tibias de sus labios, pero impactaban en mi piel como lanzas en llamas. 

-No es necesario que digas algo.- me volví hacia él y en un acto de escasa voluntad deseaba lanzarme a sus brazos. Todo imaginativo, todo se guardaba en mi mente mucho antes de que mi cuerpo fuese capaz de reaccionar. Su presencia se convirtió en la ilusión de un sueño que estaba esperando por mucho tiempo. Las terapias, las heridas, las suturas, la piel sin cicatrizar, todo eso había dejado el luto atrás para encontrarse firmemente con el autor intelectual de todos los crímenes. Todas las noches que había estado deseando encontrarme con él y su versión de los hechos habían tomado forma en su presencia medio rota e insegura, se estaba confesando y logré ver más allá del corazón del monstruo que espantaba mi sueño todas las noches. No era tan temible ahora, por lo pronto era un niño asustado y perdido, un niño al que deseaba arropar con toda la calidez de un amor inmerecido. Y lo hice, con pasos contados le hice saber que su cercanía no me molestaba en absoluto, y que podía incluso tocarme. Tomé sus manos como abriendo una propuesta y lo invité a que me diera ese recorrido hacia todas las pinturas que hablaban sobre mí, sobre nosotros, sobre ese algo que solo podía existir en un arte encapsulado. Y observé cada una de ellas, y conforme lo hacía algo se movía dentro de mí, creciendo e invadiéndolo todo. A esas alturas ya no importaba su silencio, ni mis sonrisas, ni mucho menos ese cosquilleo que comenzaba a palpitar en mi abdomen, una sensación mucho más sexualizada que las que ya había experimentado a su lado. Algo que hablaba más sobre la necesidad de culminar todas las pasiones que solo son capaces de expresarse en sueños. 

Cuando no había una pintura más que observar, dejé un intervalo para mis interpretaciones, dejé que se reunieran a solas y sacaran sus propias conclusiones. No tenía duda, había algo muy dentro de él que me llamaba, que pedía a gritos y reclamos lo que por derecho le correspondía, era nuestra energía haciéndose una sola, desbordando lo tangible y trasladándolo a lugares inalcanzables por la consciencia. Cuando mi silencio cesó fui yo quien le invitó una copa de vino en su propio establecimiento, me gustaba esa sumisa manera de entregarse por completo, sin cuestionar, como un pequeñito obediente.  

Te Encontré(Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora