Capítulo 10

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Las cosas a partir de ahí, tomaron un rumbo diferente. León y yo estábamos en un estado indeciso de transición. Inexplicable para cualquiera que preguntara. Algo había descubierto esa noche, algo que quizá prolongara el instantáneo interés que había surgido en aquella fiesta de celebridades, pasando por un tramo inconstante de percepciones e intenciones. Seguía siendo ese postre ilegal e infiltrado en su dieta estricta y sana, pero al menos ya formaba parte de su menú. Sus llamadas se hicieron cada vez más consecuentes, llamaba por la mañana hasta que su voz matutina creó un hábito irreemplazable antes del almuerzo. Me motivaba para estar activa durante mi jornada laboral en la compañía y luego a mediodía llamaba para poder comer juntos. Una de cada tres veces coincidían nuestros horarios de trabajo y teníamos la suerte de compartir algún emparedado en la cafetería del edificio donde yo trabajaba. Por las noches, si todo estaba a nuestro favor y no se sintiera cansado o demasiado somnoliento, nuestras llamadas telefónicas duraban poco más de media hora. Me gustaba su voz detrás del teléfono,  tranquila, silenciosa pero con una dulzura compensadora. Había un eco en su voz cada que llamaba, se lo atribuía a algún rincón que utilizaba para aislarse del resto de los sonidos. Nunca pensé demasiado en ello, no había razón para preocuparme. Sus "buenas noches" antes de dormir podían llevarse toda clase de ondas negativas en el día. Seguían las conjeturas, desde luego, pero a esas alturas sabía que habíamos avanzado a zancadas y eso para mí era demasiado considerable, lo suficiente para evaporar toda clase de sospechas. Él estaba interesado en mí y eso era lo único importante.

¿Cuántos días habían pasado? ¿treinta? Un poco más o un poco menos. Y en ese tiempo no había pasado un solo día sin que no supiera de él, sin que no estuviera tan cerca que pudiera memorar el aroma exacto de su perfume, para extrañarlo en su ausencia.  Comenzaba a acostumbrarme a él y a sus atenciones, incluso a su mal humor, ese tono un tanto exagerado cuando yo decidía llamarlo. Para mi mala suerte siempre elegía el momento más inoportuno, colgaba mis llamadas con brevedad, no sin antes recordarme que no debía llamarlo a menos que él me lo pidiera. Eso tampoco importaba, incluso esa misma mañana había hecho un intento más. No parecía molesto, pero sí insatisfecho. Había desobedecido sus ordenes una vez más, pero ambos sabíamos que esa misma tarde ambos nos recompensaríamos. Hacía una mañana hermosa y  había decidido colgarme una sonrisa permanente frente al espejo. Los domingos eran los únicos días de la semana dedicados enteramente a nosotros, había tomado la costumbre de sorprenderme de diferentes maneras y esperaba que no fuera la excepción. El domingo pasado había hecho una pequeña exposición de pinturas en el jardín de su casa del bosque, pinturas que había logrado a lo largo de su escondida carrera como artista, aseguró que era la primera persona en ver sus trazos, algunos profesionales y otros con errores y frustraciones infiltrados en los paisajes. Festejé su talento y su confianza. 

Por la mañana atendí una llamada de Henry que nos llevó únicamente veinte minutos, no los suficientes para extender los detalles de mi nuevo romance, no hablamos de mí. Hablamos sobre su trabajo y su nuevo amor, estaba tan lleno de ilusiones que no quise entrometer las mías y lo escuché hablar con alegría, con una voz casi melodiosa. Terminé su llamada con una sonrisa y anticipé unas cuantas más al escuchar los zapatitos de Mony moviéndose con prisa hacia mi despacho. Había llegado. La puerta se abrió luego de un par de golpecitos y el peinado perfectamente recogido de la muchacha se asomó por la puerta. No fue necesario que hablara, yo lo entendía y ella lo sabía. Sus ojos se expandieron contagiada con mi entusiasmo y luego de un leve asentimiento de mi parte se retiró. Me dejó con una sonrisa ancha y el atuendo extraño que Leo me había aconsejado (casi ordenado) llevar para ese día. No entendía sus razones, pero sabía que era parte de su teatro, además desde que me coloqué los pesados botines de piel una hipotética piraña comenzó a navegar en mi estómago. Di un último vistazo a mi apariencia en el espejo alargado que había colgando detrás de un pasillo de anaqueles pequeños en esa misma habitación. Mis piernas se sentían desnudas, como si los leggings de cuero sintético y cintura elástica fuesen dibujados con tintura negra sobre mi piel, demasiado ajustados. Llevaba también una blusa de tirantes delgados color carmesí con un decorado especial en mi cintura, justo a los costados la tela se interrumpía por un par de listones delgados del color del metal entrelazados hasta terminar en forma de nudo y con una parte de las cintas holgadas. Entre las separaciones del trenzado se podía apreciar un poco de la piel de mi cintura. Sonreí frente al reflejo de un maniquí de alguna bikerstore y luego me apresuré a su encuentro.

Te Encontré(Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora