Ocaso

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El golpeteo frenético que azota la puerta de mi habitación me sacó del sueño profundo y placentero en el que estaba sumida. Me quejé somnolienta y con molestia en la vista observé la hora en el reloj sobre la mesa de noche a un lado de mi cama.

—Siete y quince de la mañana. —refunfuñé.

—¡Amanda, despierta! —gritó mi madre al otro lado de la puerta.

Mamá me llamó con evidente emoción. Refunfuñé internamente y trás una larga exhalación, reuní toda la fuerza de voluntad en mi sistema para salir de la cama y abrirle la puerta al despertador humado que lleva por nombre Eliza.

Samy, mi adorado perro de pelaje dorado, que había criado desde cachorro y que tenía conmigo varios años, me miró perezoso desde su pequeña cama en una de las esquinas. Apenas levantó un poco sus orejas y sin perder su actitud de "no me importa el mundo" , permaneció echado sin molestarse por nada más.

Muchas veces envidiaba a ese malcriado.

—¡Amanda, por favor abre ya!—gritó mamá. Se notaba emocionada.

—¿Qué sucede mamá? Es sábado. ¿No has escuchado que el sábado es día de reposo? —dije al abrir la puerta.

Ella me ignoró y entró enseguida, tomó asiento en la orilla de la cama y abrió el portátil que traía en sus manos.

—Te dejaré dormir si es que no quieres revisar el correo que llegó muy temprano. —me dijo con fingido desinterés.

Al escuchar aquello todas mis alarmas se encendieron, mi corazón empezó a latir con frenesí y todo el sueño y pereza que tenía desapareció en el acto. Me lancé a la cama y ella me dejó ver la pantalla.

«COMITÉ DE ADMISIONES»

Se leía grande y claro. Luego podias leer:

«Universidad de Columbia»

Siendo mi último año en la preparatoria, había estado enviando solicitudes a distintas universidades, depositando mayor interés en Nueva York y su prestigiosa Universidad Columbia, con uno de los mejores programas en el área de periodismo, era mi meta. Había estado esperando su respuesta respecto a mi solicitud desde hace meses. Tenía demasiada ilusión con la idea de pertenecer y estudiar periodismo en dicha universidad y así mismo poder mudarme a la gran ciudad y vivir toda la experiencia universitaria. Mis padres han estado reuniendo para esta ocasión, desde antes de mi nacimiento, y yo he puesto todo de mi parte, reuniendo cada dolar que llegaba a mis manos.

—¿Lo abro ya?

—Tu padre dijo que sí. No quiere hacerte esperar más. Por eso me hizo despertarte. Prometí avisarle por teléfono.  —dijo mamá.

—Esta bien, lo haré. Sin mucho drama. Después de todo solo es Columbia. —dije tratando de sonar relajada.

Sin perder más tiempo abrí el correo.

—¡Espera!—me detuvo mi madre cerrando el portatil de golpe.

—¿Qué ocurre?

—Tu padre y yo queremos que sepas, que pase lo pase, estamos muy orgullosos de ti —aseguró ella con cada palabra impregnada de amor.

Adoraba a ésta mujer. Ella y mi padre son por mucho lo más valioso que tengo. Con gran esfuerzo me han ofrecido un moderado estilo de vida y una relativa estabilidad económica. No tenemos lujos pero contamos con lo necesario. Mis padres son de esos que te apoyan en cada proyecto que inicias, que se interesan por ti a veces más de lo que un adolescente quisiese, pero sin lugar a dudas, son unos padres ejemplares, amorosos y mi mejor ejemplo de vida. No sé qué sería de mí sin ellos.

Dos VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora