Entre la espada y pared

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Se acercaba la media noche y el hogar de los Middelton continuaba atestado de gente. Los músicos no paraban de tocar, los mesoneros no dejaban de surtir tragos, cócteles o manjares en cada mesa. La elite de la sociedad neoyorquina continuaba en la fiesta, desde políticos y millonarios empresarios, hasta famosos de la televisión y deportistas.

Ethan y Linnet, pasaron gran parte de la noche conmigo. Por mi parte, yo trataba de escuchar sus conversaciones e involucrarme en ellas, en un intento por distraer mi atención de una mesa en particular. Ya que, algunas veces mi inquieta mirada iba hacia donde Derek y un grupo de sus amigos, incluida Isabella, se encontraban reunidos. Luchaba conmigo misma para que eso no me afectara, pero a decir verdad, eso fue unos de los motivos para desear que la fiesta culminara de una buena vez. No dejaba de sentir una extraña sensación en el pecho cada vez que los descubría riendo por algo gracioso que había dicho alguien en su mesa o cuando ella se acercaba demasiado para hablarle discretamente al oído. Reconocerlo duele un poco, pero Isabella es el tipo de chica ideal para alguien como Derek. Sólo debías observarla unos minutos para distinguir clase, belleza y excelentes modales. Hablaba con fluidez natural y sabía ser social. Se desenvolvía muy bien entre las personas, como si toda su vida la hubiese pasado de reuniones sociales en reuniones sociales. Por lo que había oído, sus padres son tan acaudalados como para permitirse el pequeño lujo de regalarle un exclusivo Jet privado, con capacidad para veinte personas, a su hija en su último cumpleaños. Por su parte, Isabella a muy corta edad había incursionado en el mundo empresarial por medio de su línea de ropa, perfumes y maquillaje. Lo cual la hace joven, bella, adinerada e independiente, sin duda, una mujer deseable a los ojos de cualquier hombre, y por qué no, también a los ojos de Derek Versteeg. Después de todo, ni siquiera Hailee Middelton y todos sus millones eran competencia para esa chica, que contaba con una excelente genética, una personalidad atractiva e inteligencia. Un combo que raya en lo perfecto.

Por un momento, sentí celos. No de su belleza o fortuna, pero si envidio el hecho de que ella pueda estar libremente con el chico de su elección sin que nada le impida disfrutar de una vida normal y tranquila.

—¿Cuánto crees que falte para que lancen los fuegos artificiales? —me distrajo Linnet.

Salí de mis ensoñaciones y le respondí que no tenía idea. Poco después, Darren y una amiga suya que lo acompaña, se acercaron a nosotros para hacernos compañía en nuestra mesa.

Mas tarde, esa misma noche,  el mesonero que nos atendía, derramó por accidente una copa de champaña sobre mi vestido. Naturalmente el liquido frío me hizo saltar del asiento.

—¡Oye! ¡Ten más cuidado! —le gritó Darren.

—Cu-cuanto lo siento —dijo el joven mesonero.

—¿Estás bien? —me preguntó Ethan.

—No fue nada —contesté.

El mesonero en medio de sus nervios volvió a ofrecer disculpas y al ver su expresión pálida tuve compasión de él.

—Tranquilo, le puede suceder a cualquiera —le dije mientras trataba de limpiarme con una servilleta.

—¡Mira lo que hiciste! Casi nos bañas a todos —exclamó Darren.

El chico no supo que hacer o que decir.

—¿Estás bien? —esta vez me preguntó Darren.

—Sí, no fue nada.

—¿Quieres qué te traiga una toalla?

—No. Prefiero ir al baño y arreglarme.

—Pero te perderás el espectáculo —señaló Darren.

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