Preguntas y Respuestas

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Han transcurrido varios días desde la última vez que vi a Derek. No sé nada sobre él más que la poca información que lograba obtener a través de su hermana. A pesar que tuvimos nuestro pequeño acercamiento en el ascensor, que se había mostrado sinceramente preocupado por mí y hasta me llegó a ofrecer su casa como refugio temporal, nada de eso me salvó de ser ignorada los días posteriores. Entonces, empecé a creer que no había pasado nada trascendental entre nosotros. Que su preocupación sólo se trataba de solidaridad de su parte y su ofrecimiento una forma de disculpa. En un intento por sacarlo de mi mente, me aliste para salir. Debía enfocarme en lo verdaderamente importante, como lo es recordar mi posado y buscar la forma de retomar la vida de la que se me apartó abruptamente.

—¿Vas a salir? —preguntó Darren cuando me vio en las escaleras.

—Sí, pero descuida, iré escoltada.

Me causaba gracia cuando lo decía. Era un poco ridículo que un guardaespaldas me siguiera todo el tiempo.

—¿No prefieres que te acompañe yo? —se ofreció.

Darren es un tío protector. Hace mejor trabajo que su hermano y cuñada.

—No hay necesidad. Estaré aquí en poco tiempo.

Pareció decepcionado. Me acerqué para despedirme dándole un abrazo, con la intención de que me regalara una de sus contagiosas sonrisas.

Bajo otras circunstancias, me agradaría contar con su compañía, pero debía estar  sola para lo que iba hacer.

Cuando salí, le di al chofer el papel con la dirección que investigué con anterioridad. Él la examinó y no puso cuestionamientos. El vehículo echó a andar y yo me distraje al pasar frente a la casa de los tíos de Ethan. Me causó curiosidad saber cómo estaba, ya que también había desaparecido. Pero al menos, él podía inventar cualquier excusa. Derek sencillamente me estaba evitando.

Yo y mis estúpidas expectativas. Creyendo que aquello significó algo para ambos. Debía poner los pies en la tierra y enfocarme. Cuando no esperas nada de nadie, en especial de los chicos, se ahorran valiosas horas de vida que a menudo malgastamos pensando en ellos y su extraño proceder.

—Esa es la tienda de antigüedades, señorita —señaló el chofer al estacionarse a un lado de la calle.

—Gracias, Nial.

—¿La acompaño?

—No tardaré, espérame aquí.

—Pero tengo ordenes de...

—Sé cuáles son tus ordenes. Pero insisto, no corro peligro allí dentro —me adelanté a decir.

—Está bien. Estaré vigilando de cerca.

—Sí, muy bien. Eso está mejor.

Bajé y caminé a la tienda que cuenta con una fachada típica, pero al mismo tiempo atrayente. Las campanillas sobre la puerta sonaron cuando entré. Hay una gran variedad de curiosos y antiguos artículos exhibidos en anaqueles muy bien situados. Una caja musical y un par de relicarios de plata sobre el mostrador llamaron mi atención.

—Bienvenida. ¿En qué puedo ayudarte? —me recibió Cynthia.

La reconocí al instante y su cara de sorpresa e incomodidad al verme me dejó saber que ella también lo hizo.

Me acerqué cautelosa. Cynthia, por su parte, se situó tras el mostrador y evitaba mirarme a los ojos.

—Hola, soy Hailee. No sé si me recuerdas. Nos tropezamos en el Carnegie Hall, la semana pasada.

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