Revelaciones

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La calle estaba completamente desolada, la brisa fría calaba mis huesos y al examinar el cielo daba la impresión que una tormenta se aproximaba. Me encontraba a mitad de la carretera; a mi espalda había un bosque con sinuosos arbustos y árboles cuyas largas ramas crujían en las alturas por la fuerza del viento que las azotaba. Frente a mí, una casa sencilla de madera gris y marcos de color blanco. Un árbol enorme y frondoso acariciaba el techo de un costado de la casa al mecerse con el viento. 

Tenía la sensación de que había estado antes en este lugar. No lo recordaba con claridad pero así lo sentía en mi fuero interno.

Terminé de cruzar la calle y me acerqué despacio a la casa que parecía estar vacía. Subí los escalones delante de mí y llamé a la puerta. No recordaba porqué me encontraba aquí y mucho menos como había llegado. Sin embargo, continué adelante. Era como si algo inexplicable me invitara a pasar y explorar el lugar. 

Volví a golpear con mis nudillos la madera de la puerta pero nadie acudió a mi llamado. Miré a mi alrededor y todo estaba tan calmado que me pareció surrealista.

De pronto, la puerta rechinó al abrirse lentamente. Para mi sorpresa, no se encontraba nadie detrás de ella. Sencillamente se había abierto sola.

"Quizás fue el viento" Me alentó una vocecilla en mi cabeza. Pero sabía que en éste caso aquello no era posible.

Tragué en seco antes de adentrarme. Algo demasiado fuerte me conducía a esa casa solitaria. Y debía averiguarlo así que entré.

Las luces no están encendidas y todo se percibe como si estuviera dentro de una película a blanco y negro.

En la pequeña sala de estar hay un gran sofá frente a una pantalla de televisión, el comedor está a mi derecha y la cocina se encuentra al final del pasillo pasando las escaleras.

"Conozco esta casa" pensé al cabo de unos segundos.

Entre más exploraba la vivienda mucho más familiar me resultaba. Cada esquina, cada mueble, cada aspecto de esta casa me hace sentir que aquí es dónde realmente pertenezco.

—Amanda... —escuché la voz cálida de una mujer. 

—¿Mamá? —dije por puro instinto.

Nadie respondió pero un par de zancadas se escucharon en la planta alta. Corrí por las escaleras y al final del pasillo estaba una puerta con el nombre Amanda pegado a ella con stickers y otros implementos decorativos.

La voz familiar tenía que haber provenido del interior de esa habitación. Así que me armé de valor y giré el picaporte. Tras un leve empujóncito la puerta se abrió completamente y solo pude ver una habitación común.

La cama estaba hecha, el pequeño escritorio estaba ordenado pero la ventana estaba abierta y la cortina traslúcida se elevaban cuando el viento entraba.

Caminé hacia ella para cerrarla pero estaba atorada y el viento terminó tirando un portarretrato que se hallaba sobre la mesa de noche a un lado de la cama. Apliqué la suficiente fuerza y logré cerrar la venta. Las cortinas finalmente descansaron y pude recoger el retrato familiar del piso.

Era una fotografía con tres personas; un hombre, una mujer y una joven de tez blanca, cabello castaño oscuro y ojos de color café. Y junto a ella un hermoso cachorro de pelaje dorado.

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