Ofrenda de paz

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Esa noche no lograba conciliar el sueño, me movía de un lado a otro y por si fuera poco, mi apetito había decidido montar guardia para acompañarme.

Era más de media noche y yo estaba pensando en algún aperitivo que calmara mi ansiedad. Así que, después de pensarlo un rato, hice las sabanas a un lado, salí de la cama, me acomodé la camisola de seda y ajusté las cintas de la bata al rededor de mi cintura.

Afuera de la habitación todo está en absoluto silencio. Las luces permanecen apagadas así que asumí que todos en casa dormían. Bajé las escaleras y fui directo a la cocina y encendí una de las luces. Luego fui hasta el refrigerador y busqué los ingredientes necesarios para prepararme un emparedado.

Saqué el pan, queso y jamón y por último la lechuga y tomate. Sostuve todo y empujé la puerta del refrigerador con mi cadera. En ese mismo instante me sobresalté al ver a Derek de pie allí a mitad de la cocina.

-¡Me asustaste! -exclamé.

-No fue mi intención. Lo siento.

-¿Qué haces aquí?

-Decidí pasar la noche en mi antigua habitación. Mi hermana me persuadió.

Dejé los ingredientes sobre la isla y él caminó hacia donde yo estaba.

-No me refiero a eso. ¿Qué haces despierto a esta hora?

Lleva puesto un pantalón de pijama gris y franela blanca. Peinó su desordenado cabello cobrizo con ambas manos y mi atención se fijó en sus brazos que lucen muy bien definidos.

Aclaré mi garganta y aparté la mirada antes que me capturara infraganti.

-Supongo que por lo mismo que tú -contestó echando un vistazo a los ingredientes.

Me hice a un lado cuando se acercó a la nevera para sacar una jarra de sumo de naranja.

-¿Cómo sigue tu pierna? -me preguntó de repente.

-Mejorando. Apenas y siento una pequeña molestia al caminar.

-¿Harás la denuncia?

-Si, saldré en la mañana a realizarla.

-Buena elección.

-¿Quieres un sándwich? -le pregunté cuando empecé a apilar las rebanadas de pan sobre un plato.

Dejó la jarra de jugo sobre la mesa y me observó con una pizca de entusiasmo en sus cálidos ojos café.

-Muero de hambre -fue todo lo que dijo.

Reí.

-Ya somos dos.

-¿En qué puedo ayudarte? -preguntó.

-Toma asiento y deja que la experta haga lo suyo.

-De acuerdo -musitó exhibiendo en el aire las palmas de sus manos como si se diera por vencido.

Se acomodó en uno de los bancos frente a mí al otro lado de la superficie de mármol y sólo me observó en silencio mientras yo preparaba la comida. No estaba nerviosa pero se sentía extraño estar así, en silencio, sin discutir o de mal humor.

-¿Quieres mostaza? -pregunté.

-Por favor.

Derek sirvió el jugo en dos vasos y poco después empezamos a comer. El sándwich estaba delicioso, disfrutamos cada bocado y el sumo de naranja fue el acompañante perfecto.

La noche estaba tranquila, parecía que éramos los únicos en casa.

Cuando terminé de comer, Derek me llevaba un par de minutos de ventaja. Sostuvo los platos y vasos con una sola mano y se levantó para ir directo al fregadero.

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