Capítulo 1

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Después de un tiempo sin aparecer, mi abuelo se dignó a mostrarse. Pero no venía solo, traía en una pequeña caja una muñeca que aparentaba tener unos 15 o 16 años. Al verle me quedé sorprendido, lo notaba algo raro. Creo que, aunque tenía ya unos 67 años, era la primera vez que le veía cansado, como viejo. Su expresión era dejada, caída. Y sus ojos azules celestes, hoy eran más grises que nunca. Su mirada reposaba sobre mí. Yo solo le miraba. Él se adelantó, me cogió de la mano, y dijo:

- Hans, he venido a que me cuente la última de las historias que escucharé.

Yo no supe qué decir. Me quedé pensando en sus palabras. ¿Quería mi abuelo decir que se moría? No. No podía. No podía dejarme solo, no podía morir ahora. Simplemente, no podía morir. Me quité ese mal pensamiento de la cabeza y pregunté:

- ¿A qué te refieres?

- Lo sabe bien, Hans, pero por favor, solo le pido que no llore y que me cuente una de sus magníficas historias. – digo acercándome aquella figura.

En mis ojos aparecieron lágrimas que guardé para otro momento mientras asentía y comencé la historia. Se lo había prometido.

"Después de dos años sin padre, Sara supo que debía pasar página. Fue a ver a su madre. Se la encontró sentada en una silla de su despacho escribiendo algo. Pensó si debía entrar o no, pero al final decidió que sí. Lo suyo era más importante que lo que estaba escribiendo su madre. Pero se equivocaba, pues al acercarse vio como su madre escribía una carta. Una carta para una tal Carmen. Entonces su madre se giró, y al darse cuenta de su presencia, tapó rápidamente la carta. Sara, extrañada, preguntó:

- ¿Quién es Carmen?

- Nadie. – digo su madre, algo agobiada.

- Entonces, ¿me dejas leer la carta? – preguntó Sara alargando la mano. – Supongo que no te importará.

- A la que no le debe de importar es a ti. – dijo la madre mucho más preocupada que antes.

Pero sin darle tiempo a nada, Sara le quitó la carta de las manos a su madre. Silencio. Sara había acabado de leer la carta y la mantenía en sus manos temblorosas. La volvía a leer con ojos incrédulos. Cuando acabó, gritó:

- ¿¡Cómo!? ¿¡Soy adoptada!?

Su madre la miró.

- Sí, lo siento. Pensaba decírtelo, de verdad, créeme. Lo siento de veras. – dijo mirando al suelo.

- ¿¡Lo sientes!? ¡Yo sí que lo siento! Siento habarte conocido. Siento..., siento mucho que seas mi madre.

- Sara, sé que no lo dices enserio. Por favor...

- Sí, lo digo enserio. – dijo casi gritando. – Bastante enserio."

"Y se marchó de allí llorando por dentro y echando pestes por fuera. En su habitación, recogió lo necesario para marcharse y salió a la calle. Fuera era invierno, hacía frío y llovía. Era de noche. Una noche perfecta de invierno. La luna la miraba arropándola a que fuese con ella y se quedase allí para siempre. Pero Sara no se dio cuenta, pues sostenía la carta que le había quitado a su supuesta madre. La leyó entera. Ponía que la había adoptado hace 16 años, cuando tenía unos meses; y que aunque su madre hubiese tenido que adoptarla, su padre, para no separarse de ella, se había casado con su falsa madre."

"Sara dejó de leer la carta, se sentó en el bordillo de la acera y se puso a llorar. Había sido todo una farsa. Toda su vida. ¿Qué haría ahora? ¿Adónde iría? ¿Por qué no se lo contó antes? ¿Por qué la adoptaría? Millones y millones de preguntas surcaban su cabeza. Estaba confusa y perdida. Decidió que lo mejor era irse a casa de Julia, su mejor amiga, a pasar la noche. Cuando llegó, Julia se quedó helada con lo que le contó y la dejó pasar. Al día siguiente, Sara se despidió y se encaminó al aeropuerto. Allí cogió el vuelo más barato a Francia, donde se reunió con su madre y con la que vivió mucho tiempo."

Un lugar bajo el sueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora