Capítulo 18

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Supongo que volví al Paraíso porque era todo lo que me recordaba a Eva, y no me quería olvidar de ella. Porque era el Paraíso lo único que me quedaba de todo. De mi abuelo, de mi antigua vida, de Eva, de ese verano... Y en ese momento me pareció sumamente triste que solo me quedase eso. Así que, como cuando te das cuenta de que tienes 34 años, y ninguna meta en la vida, me puse a llorar. Y lloré por mi abuelo, y por todo lo que me decía. Porque me llamaba de usted. Lloré al recordar aquel año con Nerea. Por la primera vez que vi a Eva, y el resto de nuestras primeras veces. Lloré por el día que encontré el Paraíso. Lloré por mis padres. Lloré por todos esos libros que había escrito y que habían sido mi única compañía desde la muerte de mi abuelo. Lloré por Estela, porque me había caído bien con la primera sonrisa que me dedicó. Lloré por mi historia con Eva. Y lloré porque me dolía todo tanto que no pude hacer otra cosa.

Para cuando Jauja me encontró, yo llevaba ya 15 minutos tirado al lado de la roca en la que encontré sentada a Eva aquel primer día, y estaba en trance. Se me acercó, cautelosa, y creo que hasta a ella le dolió la situación. Acercó su cara a la mía y me acarició suavemente la mejilla con el morro. Yo solté un gemido de dolor, y muchas lágrimas más me salieron a borbotones. Jauja se asustó un poco, pero no se fue, se tumbó a mi lado, indicándome con gestos que ella no se iba a ir. Y entonces comprendí que era lo último que me quedaba, porque el Paraíso lo había cerrado Eva.

Un lugar bajo el sueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora