¿Embarazada? ¿Era eso? Aún no era seguro, pero me daba miedo pensar que sí. Me gustaba Hans, sí. ¿Lo quería? Tenía que seguir pensando en eso. Y sabía que no estaba enamorada. Ni mucho menos. Aún no. Aún no... Pero aún así, me asustaba la idea de tener un bebé. ¿Yo cuidando de un bebé, siendo madre? Demasiada responsabilidad para una persona como yo.
Aquella noche me arrepentí bastante de la nueva Eva. La antigua era mejor. Aquella que no salía con nadie. Que había tenido contadas relaciones. La que no se enamoraba de nadie. Y ahora se planteaba decirle a una persona "te quiero". No. Mal. Eva, mal. Debía de volver a ser la antigua Eva. Esa que no temía a la soledad. Esa que para no sentirse sola dibujaba y cantaba. Y no la que era ahora. Esa que estaba supuestamente embarazada. Me giré en la cama y me levanté. Ese tema me había tenido en vela durante toda la noche. Me dirigí al cuarto de baño y me encerré en él. Eran las cuatro de la madrugada. Cerré con pestillo y me apoyé en la puerta, deslizándome hasta caer en el suelo. Encendí la luz, que me iluminó por completo. Me miré en el espejo. Al día siguiente tendría ojeras. Miré mi vientre plano y cuidado atléticamente y puse una mano sobre él. Puede que en ese instante hubiese vida en su interior. O puede que no. Sin pensarlo dos veces:
"Nunca imaginé lo que iba a pasar. Después de una noche de fiesta mayor. Nos dimos un beso, no hubo nada más. Volví hacia mi casa sin más pretensión. Después de unos días no sé que pasó, tenía mi cabeza tan llena de ti. Que quedamos pa vernos y un sol me incendió. Dijiste que siempre serías para mí. A toro pasao, vi que me había enamorao. Y es que esa noche, ay, estaba sembrao. Pa verse matao, por que no estás a mi lao. A toro pasao, a toro pasao."
Ya me sentía mejor. Nunca fallaba. Siempre que no me encontraba bien, cantaba esa canción. Era preciosa. De mi grupo preferido. Seguridad Social. Eran un poco antiguos, pero no me importaba. Para mí eran los mejores. Me miré en el espejo por segunda vez y salí del baño. Me acerqué a la cama y me tumbé. Pensé en Hans, en Nerea y en Estela, en Adrián y en mi supuesto bebé antes de caer dormida.
A la mañana siguiente, el despertador sonó a las siete y media. Yo me giré y le vi la cara a Hans. Me incliné y lo besé en los labios.
- Buenos días. – dije con una sonrisa en la cara.
- Mmmm... Buenos días, princesa. – contestó medio adormilado mientras me besaba.
Debo admitirlo. Me encantaba que me llamase princesa. Le sonreí y me levanté.
- Hans, son las siente y media. – le dije mientras me encaminaba a la cocina.
- Eva, ¿y qué? – dijo sonriendo, burlándose de mi tono.
- Pues que tenemos que arreglarnos, desayunar y llegar a la estación de tren antes de las diez.
Se rió mientras se levantaba.
- Ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes princesa. – dijo mientras me besaba.
Desayunamos los dos en silencio. Uno frente al otro. Regalándonos muy de vez en cuando sonrisas de complicidad.
- Ya he acabado. – dije levantándome de la mesa.
- Y yo, espera que te ayudo. – dijo al ver que iba a recoger también su plato.
- No, no hace falta, gracias. – le sonreí.
- Veeenga, que sí. Yo quiero. – se pegó a mí.
- No.
Y corrí a llevarme los platos a la cocina. Escuché una carcajada y unos pasos que se acercaban.
- Eso no vale. ¡Tienes que avisar! – rió señalándome.
- ¿Cómo que no vale? – me pegué a él y lo besé.
- Hummm... Café... – dijo saboreando mis labios.
- ¡Ja! Me tengo que duchar. Suéltame.
- Es que no puedo.
- ¿Ah, no? ¿Por qué?
- Porque te necesito... Y porque te quiero.
¿¡Enserio había dicho eso!? ¿¡De veras lo había hecho!? Era la más feliz del mundo. Síiiiii.
- Y yo. – dije en un murmullo casi imperceptible.
- ¿Y yo qué?
- Ya lo sabes.
- Sí, pero quiero escucharlo de tu boca.
Lo miré sonriente y él me devolvió el gesto. ¿Había comentado ya lo loca que me volvía su sonrisa? Lo besé.
- Y yo Hans. Te quiero.
Me besó y estrujó contra él. De eso me chafé haciéndole cosquillas, de las que tenía bastante. Corrí hasta el baño y allí me metí en la bañera. Al poco escuché como alguien abría la puerta y la cerraba con pestillo. Hans empezó a desnudarse mientras que yo, tras la cortina, me sumergía en la bañera llena hasta los topes de agua. Como estaba bajo esta con los ojos cerrados, no me di cuenta de cómo el cuerpo esbelto y desnudo de Hans abría la cortina y me observaba. Pero al sentir otro cuerpo en la posición contraria a la mía, saqué la cabeza rápidamente del agua. Pero Hans me volvió a sumergir con beso incendiario. Se colocó encima de mí y me volvió a besar apasionadamente.
- Sí que estás caliente. – me reí.
- Eso es culpa tuya. – me susurró con la voz ronca y sus labios sobre los míos.
Me reí y, rápidamente, lo sentí dentro. Fue dulce y movidito. Lo suficiente como para recordarlo bastante. Cuando acabamos, salimos del baño y nos vestimos. Solo eran las 8:05. Nos sobraba tiempo. Nos vestimos en su habitación. Yo me puse el único vestido que tenía. El único que me gustaba y que me quedaba bien. Uno fresquito de tirantes, blanco, que llegaba por las rodillas. Él se puso sus pantalones habituales y una camiseta azul marino.
- Péinate, anda. Después de lo del baño, tienes unos pelos... – me burlé.
- Será que no te has mirado al espejo. – me contestó con una sonrisa burlona.
Creo que era cierto. Me encaminé hacia el cuarto de baño y me miré en el espejo. Sí que tenía unos pelos de loca, sí. En realidad, mis pelos negros y rizados nunca habían sido fáciles de domar. Cogí un cepillo y un peine que había dejado yo misma en el lavabo y les eché agua. Me pasé el cepillo por la cabeza y me lo eché hacia atrás. Cuando estuvo lo suficiente mojado, me cogí una trenza de espiga. Salí del baño y Hans estaba sentado en su escritorio, escribiendo.
- Hans, ¿crees que es buen momento para ponerse a escribir? – le reproché.
- Siempre es buen momento. – dijo sin levantar la cabeza.
- Bueno, voy a comprar comida, vengo dentro de un rato, ok?
- Sí, no te preocupes. – dijo sin mirarme.
Le saqué la lengua enfadada y salí de la casa.