Después de la charla con Nerea, me dediqué a pensarla mucho. Y a darme cuenta de que, aunque no se lo dijese, llevaba razón. Pero me dio mucho miedo darme cuenta de eso, porque significaba muchas cosas.
Llamé a Nico y me contestó al tercer tono.
- Hey, ¿cómo ha ido? – y sonó preocupado.
Cogí aire antes de hablar, y formulé:
- Mal.
- Mierda, Eva.
- Ya lo sé. – y miré mis sandalias.
- ¿Quieres que vaya a recogerte? ¿Sigues en el hospital? Yo estoy trabajando, pero en un momento cojo el coche y vuelo hacia allí, ¿eh?
Cerré los ojos fuertemente, intentando no agobiarme.
- No, Nico, no te preocupes, de verdad, ya has hecho mucho por mí.
- Eva, por Dios, no seas tonta. Dime, ¿estás en el hospital aún?
- Sí, pero...
- Genial – me cortó. – Salgo para allá ahora, ¿vale? Espérame ahí, y te llevo a comer algo.
- Pero...
Pero ya había colgado, y no pude más que sentarme en la acera, a esperar.
Veinte minutos después, un Mercedes negro se paró enfrente de mí y me pitó. Salté del bordillo de la acera, y vi a Nicolás que me hacía aspavientos con las manos desde dentro. Me metí rápido en el coche, y nos movimos.
- ¿Cómo estás? – dijo a modo de saludo, mirando a la carretera.
- Mal. – me encogí de hombros.
Me lanzó una mirada fugaz y dijo:
- Bueno, te voy a llevar a un sitio que te encantará. Estoy muerto de hambre.
Sonreí. No le dije nada, pero yo también lo estaba.
Pasamos todo el trayecto en silencio, él mirando a la carretera, y yo por laventanilla.
- ¿Puedo poner música?
- Tú misma.
Sintonicé una radio al azar y me dejé llevar por la voz de Fito y Fitipaldis, que en ese momento cantaba Soldadito Marinero.
No sé decir cuántos minutos ni cuántas canciones pasaron hasta que nos paramos y Nico me abrió la puerta gentilmente para que me bajase del coche.
- Gracias. – le sonreí.
- De nada. – me respondió con un guiño.
Estábamos a las puertas de una nave, en medio de otras cien naves en un polígono. Fruncí el ceño y me giré hacia Nicolás.
- Dime que no me has traído a un sitio que se llama Boleando. – le dije entrecerrando los ojos y poniendo cara de suspicacia.
Soltó una carcajada fuerte y dijo:
- No te dejes impresionar por el nombre, es una gran bolera...
- Ahórrate el discurso. – le corté encaminándome hacia dentro.
Mientras abría la puerta, aún lo escuchaba reírse de mí.
Es cierto que solo había ido a una bolera, cuando era mucho más pequeña, en un cumpleaños de una amiga, pero ni siquiera se podía comparar con esa. La de mi infancia era un sitio algo más pequeño, más ambientado para niños pequeños, con parque de bolas y todo. Muy iluminado y más infantil.
Pero en la que acababa de entrar, era todo lo contrario. Las luces estaban apagadas, cuando entrabas con lo primero que topabas era con máquinas de juegos, futbolines y todo los demás. Había láseres de colores neón y una música mucho más acorde para personas de nuestra edad.
Me reí.
- ¿De qué te ríes? – preguntó Nicolás cuando se puso a mi lado.
- Esto no se parece en nada a mi concepto de bolera. – le miré.
- ¿A no?
- No.
- Pues déjame que te sorprenda aún más. – y sonrió de tal manera que hasta me asustó un poquito.