- Hummm... ¿qué hora es? – pregunté dándome la vuelta en la cama.
Espera, ¿qué cama? Me levanté sobresaltada y localicé a Nicolás dormido a mi lado. Y yo apenas sin ropa. Por un momento, me agobié. Poco a poco empecé a recordar. El hospital. Hans. Estela. Nicolás. La llamada. La peli. Las palomitas. Las lágrimas. La carrera...
Refunfuñé y me tiré a la cama de malas maneras.
- No me lo creo... – protesté enfadada conmigo misma.
- Buenos días, aunque igual no son tan buenos para ti. – se burló Nicolás, recién despierto por mi culpa.
Lo miré con mala cara y me metí bajo el edredón.
- ¿Puedo preguntarte una cosa? – pregunté.
Adelante.
- ¿Por qué si es julio, ayer llovió y tienes el edredón puesto sobre tu cama?
Soltó una carcajada preciosa (hummm... ¿había pensado eso en voz alta?),y me respondió.
- Pues, mira, el por qué ha llovido no lo sé, pero he puesto el edredón por eso mismo. Lluvia, frío... De estas cosas que van cogidas de la mano. – y con una sonrisa gamberra y un guiño se giró en la cama.
Resoplé y él se rió por lo bajo.
- Te he oído. – le dije mientras me levantaba y salía de la habitación.
- Lo sé. – me gritó desde esta.
Fui hasta la cocina cabeceando, dispuesta a encontrar mi ropa, salir deallí y llegar al hospital milagrosamente estando decentemente presentable.
Mientras buscaba mi ropa, llegó Nicolás despeinado, con una camiseta blanca y unos pantalones de pijama bastante ligeros. Todo sea dicho, estaba genial.
- ¿Te preparo el desayuno, cariño? – me preguntó con tono de burla, intentando darme un pegajoso beso en la mejilla.
- Cómprate un perro. – me reí, poniendo mi mano entre sus labios y mi cara.
Volvió a reírse de forma espléndida (en serio, ¿qué me pasaba?), y me dijo:
- ¿La verdad? Tengo un gato. – se giró y miró por el pasillo, luego me miró a mí. – Estará por ahí perdido.
Esta vez, la que se rió fui yo.
- Oye, ¿dónde está mi ropa? – le pregunté buscándola.
- En el salón. – me respondió haciendo café (que, para qué engañarnos, olía de escándalo).
- Ve preparándome uno, solo, por favor. Tengo que ir al hospital.
Lo escuché soltar un taco, y al segundo se estaba asomando por la puerta del salón.
- ¡Es verdad! ¿Qué pasó ayer? No quisiste explicarme mucho cuando llegaste.
Le sonreí agradecida y le dije:
- Gracias por acordarte, tarde, pero por hacerlo. Y preguntar. – y le guiñé el ojo graciosa.
- Es que, entiéndelo. Te presentas en mi casa a eso de las doce y media de la noche, toda empapada, con un vestido blanco que se transparentaba, llorando a moco tendido... Pues no estaba yo muy centrado, no. – se metió conmigo.
Le tiré un cojín a la cabeza, pero él lo pilló al vuelo.
- En serio, me tengo que ir.
- Pero no me has contestado, ¿qué pasó al final?
Mientras hacía equilibrios al vestirme, me las arreglé para contarle por encima lo de Estela. Pero solo eso.
Cuando me quedé callada, Nicolás me miraba serio, de repente, me dijo:
- Venga, ¿estás ya? Yo te llevo al hospital.
No sirvieron de nada mis intentos de evasión; en media hora estábamos allí encajados.