Capítulo 23

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-¿Vas a verte con Max hoy? —me preguntó Micaela mientras salíamos de nuestra última clase del día.

-Pues, sí —respondo—. Conoceré a su familia, no sabes lo nerviosa que estoy.

Era hora de dar el gran paso, la primera vez que lo propuso tuvimos una gran pelea por el simple hecho de que no estaba lista para hacerlo, además, no éramos nada en ese entonces. Eso no quiere decir que no esté con los pelos de punta porque no sé lo que sus padres piensen o puedan pensar de mí.

-¿Estás reralmente lista para esto?

-Si te afirmo eso sería una mentirosa, mi estómago está todo liado.

-Te deseo suerte, amiga, pero eres la mejor persona del mundo, mi chaparrita hermosa —puso unos de mis mechones detrás de la oreja—, te irá bien, ya verás que sí.

Le doy un fuerte abrazo.

-Gracias, Micki.

-Debemos sacar un tiempo para hablar más de nosotras ¿sabes?, desde que ambas estamos de dulzonas con nuestros novios se nos ha olvidado compartir como antes —suspira triste—. No quiero que nuestra amistad se sacrifique por esto.

-Eso jamás pasará, Micaela, no tienes de qué preocuparte —tomo su mano— pero estás en lo cierto, en cuanto a que tenemos mucho sin compartir, debemos pensar más en nosotras también.

-O podemos salir con nuestros novios —se le ocurre—. Todos nuestros amigos tienen sus novias y viceversa, éramos nosotras las solteronas, y míranos ahora. Liadas hasta la madre, güey.

No me queda más que reírme, esta mexicana sí que tiene sentido del humor. El sonido de una bocina atrae nuestra atención, Arturo, ha venido por ella.

-Bueno ya llegó mi bomboncito blanco, hablamos en casa si es que no te quedas zorreando con Max —besa mi mejilla rápido—. Te quiero, besos.

Sonrío. Agito mi mano en modo de despedida. Me siento en una banca y me pongo mis audífonos. Me quedo mirando hacia el cielo y en un instante recuerdo mi noche con Max, será uno de esos momentos que nunca voy a olvidar, su delicadeza para conmigo no tiene explicación, sin dudas es un día digno de admirar. Decido llamarlo, estos días ha sido él quien viene por mí a la universidad, ya se ha convertido en una costumbre, desde que me busca vamos a comer.

-Hola, cariño —contesta.

-Hola, cielo, ¿estás muy lejos?

-No, en cinco minutos estoy en el campus —dice—. Lo siento, princesa, tuve asuntos que atender. Olvidé llamarte, ha sido un día agitado.

-Descuida —lo tranquilizo—. Conduce con cuidado.

-Eres lo más dulce —sé que sonríe— te lo recompensaré con comida.

-Mmm es una buena recompensa —sonrío—, pero creo que más grande eres tú.

-Te quiero, muñeca.

-Y yo a ti —mis mejillas arden—. Dale, te espero aquí.

Termino la llamada y sigo escuchando música. Últimamente estoy leyendo mucho, mientas más trabajos entrego a tiempo, más puedo dedicarle a la lectura, por cierto ya el mes que viene acabo de todo esto. Me encontraba saboreando las deliciosas letras de John Green en el libro Mil Veces Hasta siempre y encuentro una frase con la que me identifico al máximo que dice: "Encerrado en una celda que es exactamente de tu tamaño, hasta que al final te das cuenta de que en realidad no estás en una celda. Tú eres la celda". Pocas veces nos damos percatamos de que somos nuestras propias ataduras, nosotros comparamos protegernos con aislarnos, y hasta ahora lo entiendo, mi seguridad estaba en juego cuando me encerraba en mí, porque yo misma era mi asesino.

Bajo Las Alas De Un Soldado©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora