Capítulo 31

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Este sería el último día en el hospital, los odio, jamás me acostumbraré a estas cuatro paredes con olor medicina.

-Hola, Leona —dice una chica joven con bata blanca—. Soy la doctora Helen, ¿cómo te sientes?

-Bien —respondo—. Si no tuviese el pómulo como una bola de beisból quizás estuviese mejor, hace que me duela la cabeza.

Se acerca a mí.

-Es normal, abre un poco los ojos —enciende una pequeña linterna— todo está bien, curamos un pequeño golpe que tenías cerca del parietal, y otro en el hueso cigomático. Tienes un moretón en el pómulo izquierdo, que ya veo que lo sabes.

-Sí, el doctor vino anoche.

-Perfecto, todo mejorará, así que no te preocupes.

Eso espero, estoy muy angustiada esto definitivamente va de mal a peor, tengo miedo de que no tenga solución, miedo de que la única chispa de esperanza que aún reposa en mí se desvanezca.

-Aún duelen —me quejo.

-Y por unos cuantos días seguirán doliendo, tienes que ser paciente será muy incómoda la recuperación no sé cómo ha podido dormir —anota en su libreta—. Según me informaron ayer visitaste a la doctora Anderson, las pruebas que ella te recetó las hicimos con una prueba de sangre, ya que dormías y se dificultaba hacer las sonografías, y pues todo está bien, no hay nada de qué preocuparse —sonríe—. Y estas son las pastillas.

-Gracias —digo.

-Es un placer —vuelve a sonreír—. Si necesitas cualquier otra cosa o te sientes mal, puedes llamarme.

-¿Dónde está mi amiga?

-En la ducha, ya saldrá en un rato, supongo. Pase buen día.

Asiento y sale.

-Dios mío, sólo te pido que no me dejes caer más abajo de lo que estoy —sollozo—. O voy a morir de una depresión, ayúdame por favor, ¿Qué tengo que hacer para dejar de vivir este maldito infierno?

Micaela sale del baño y me levanto con todo el cuidado para ir a abrazarla.

-Lo siento Micki, no sabes cuánto lo siento —me disculpé—. Es mi culpa, lo siento.

-No fue tu culpa, valió la pena el golpe estamos bien las dos. Por ti mataría, Lena, eres mi mejor amiga, si tú vives yo igual, y si mueres pues que nos maten a los dos —dijo.

-Te quiero, mexicana.

-Yo también a ti, rubia —me abrazó—. Pero, ese no es el problema.

-¿Cuál es?

-Arturo me terminó —vuelve a llorar.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Dijo que no podía estar con alguien a quien le persiguen problemas, que a sus padres no les agrada la idea de que él esté en una relación con una persona con un desorden de vida —gimotea—. Yo lo amo, Lena, nunca me había enamorado de alguien, él lo es todo para mí, le valió mierda. Jamás me quiso, porque si lo hiciera estuviera consolándome en éste instante, no le importó lo que pasamos tú y yo. Sólo se fue.

Le pongo su cabeza en mi hombro y la dejo llorar todo lo que quiera. Ese hijo de puta, nadie se mete con mi mejor amiga, ya le daré su merecido por poco hombre. Por eso, es mejor sorprenderse que decepcionarse, lo último que me pasaba por la mente era que Arturo iba a ser una persona de ese tipo, alguien que no tiene sentimientos o que no les importa las adversidades por las que pasan los demás. Me provoca mucha tristeza ver a Micaela en este estado, recuerdo lo entusiasmada que estaba cuando empezó a tratar con él, incluso; rechazó el estudio que sus padres habían buscado para ella con tanto esfuerzo fuera de la cuidad sólo por estar a su lado. Es un desconsiderado, espero que la vida le de tan duro que tenga que volver a rogar, y que Dios me perdone por lo fría que me expresé pero sólo Él es testigo de lo que nos ha tocado vivir a ambas.

-Ya, preciosa, que las princesas no lloramos por brujas que quieran arruinarnos el cuento ni por sapos que se creen príncipes —limpio sus ojos con mis pulgares—. Vendrán mejores, él se lo pierde, vales mucho más, cualquiera quisiera tener una mexicana con toda la onda, ¿tus padres han venido?

La hice reír.

-Tú sí que eres un caso güey, y sí, mientras tú jugabas a la bella durmiente vinieron y me acompañaron a desayunar, esta cosa que tengo en la frente la odio, parece que me saldrá un cuerno.

Nos reímos, y continuamos hablando por un buen rato.

*****
A Micaela y a mí nos dieron el alta. Micki se fue a casa de sus padres, ya estaban al tanto de la situación y yo misma los llamé para que la mantuvieran segura, a lo que aceptaron inmediatamente. Apuesto mi vida que desde que llegó fue a dormir, además de todo lo que pasamos tiene mucho en que pesar. Los padres de Max insistieron en que me quedara en su casa, pero yo quería amanecer en la del amor de mi vida, me sentiría más cómoda y protegida allí, por cierto, Max iba a volver para comprobar con sus propios ojos que yo estaba bien, pero ya ha viajado demasiado, si va a regresar a casa que sea para quedarse, no soporto despedirme tanto.

Abrí la puerta, el olor de Max por toda la casa acariciaba mis fosas nasales, mi cuerpo dolía horrores, tenía que dormir con carácter de urgencia. Puse todos los medicamentos que me recetó el doctor en la cocina para no olvidar tomarlos a la hora que corresponden, y sólo llevé conmigo el que me tocaba minutos más tarde, subo a la habitación y lo primero que hago es entrar a darme un relajante baño de agua tibia, mientras se llena la tina observo mi rostro en el espejo, recuerdo cuando Alfred me pegaba cada vez que se me ocurría decirle a alguien lo que hacía conmigo, aunque era una niña, siempre confié lo suficiente en mi mamá, pero por alguna razón nunca tuve el valor de contarle el infierno por el que pasaba cada miserable día que él se ofrecía a "cuidar de mí". Por desgracia, esas ocasiones siempre eran viajes a los que no podía ir por culpa de la escuela, era imposible tomar tantos permisos, y por más que mis padres quisieran llevarme con ellos era una situación que se les salía de las manos. Nunca en mi vida desearía que alguien pasara por desastres como estos, pero está muy claro que enfermos como Alfred existen, y también se reproducen de una manera asquerosa, quizás en mí no había espacio para hablar de ello por la vergüenza, es normal que nos provoque náuseas hacerlo, por el simple hecho de que te sientes culpable y vulnerable, atada en un agujero del que a penas imaginas que algún día podrás salir, o como muchas inocentes que esperan una eternidad, como yo, para dejar salir toda esa carga que tenía nuestra espalda hecha pedazos.

Desnudé mi cuerpo y deslicé mis pies por la tina, sentía como el agua besaba cada esquina de mi piel de manera tierna, cuando por fin ya estoy completamente dentro dejo descansar mi cabeza en una toalla enrollada. No me muevo, respiro al compás del pequeño hilo de brisa que entraba por la ventana, era como una especie de ritual para no darle paso a la tensión y al estrés que me atrapa cada segundo que ve mis nervios no están en su debido lugar. Lavé mi pelo y roseé gel en mi pálida anatomía finalizando la deliciosa terapia, después de secarme puse la pomada antiflamatoria en mi pómulo hinchado con más cuidado de lo usual, por el dolor, y me tomé la pastilla, me vestí con unos de los suéter de Max. Entré a la cama y cubrí con sábanas mis pies, abracé una de las almohadas y caí de lentamente en los brazos de Morfeo.

Bajo Las Alas De Un Soldado©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora