Capítulo 41

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Días después...

-Leona Massiel Fitsher y Rubí Micaela Ramírez, facultad de arte —dijo el decano.

Mi amiga y yo nos tomamos de las manos y subimos al escenario en busca de nuestros diplomas. El decano nos da dos besos a cada una y luego nos entrega nuestros títulos. Era increíble, me tocaría dar el discurso, nunca he tenido miedo escénico, pero en éste momento tengo un nudo en la garganta, no por miedo, sino porque con todas las emociones que he tenido en estos meses (que aún no pasan) a penas sé dónde estoy de pie. Me pongo en frente del atril y respiro profundo. Vamos, Leona.

-Bienvenidos sean todos a la trigésima entrega de títulos de la Universidad de Phoenix, cada estudiante aquí presente pasó por miles de adversidades para lograr una meta como esta —tomé aire—. Yo me identifico mucho con el campus, ya que luego de superar problemas que fueron muy difíciles entré a tomar mis clases, conocí personas maravillosas —miré a mis amigos— que hoy junto conmigo celebran este gran éxito. Estar aquí me enseñó a no rendirme, a trabajar por lo que en realidad vale la pena luchar, fueron muchas las veces que estuve despierta hasta tarde preparando tareas, pero hoy me doy cuenta de que no fue en vano. Aprendí el valor de la unidad, la solidaridad y el compañerismo. Quiero agradecer a Dios y a mis familiares, sé que me alejé mucho tiempo de ustedes —se humedecen mis ojos—. En ocasiones hay que dejar cosas detrás para poder conseguir lo que te propones, quizás no les di el calor suficiente, pero de no ser por ustedes hoy no sería la chica que ven aquí, a mis amigos, gracias por soportarme, por alentarme a luchar, por no dejarme sola cuando las cosas se tornaban difíciles, por ser mi segunda familia. Al amor de mi vida, por salvarme, por ser mi bastón, el mejor guía, por ser mi acompañante en un viaje como éste. Te amo. Hoy con gran orgullo podemos decir que hemos vencido, esto es sólo un comienzo de muchas cosas maravillosas por venir.¡Somos vencedores!

La ola de aplausos no duró ni un segundo en aparecer, Micaela se acercó a mí y me abrazó fuertemente.

-Lo hicimos, rubita —dijo sollozando.

-Lo hicimos, mexicana.

Mis padres y mis abuelos estaban llorando de la emoción. Max aplaudía junto a los demás, le dediqué una enorme sonrisa la cual devolvió, levantó los dos pulgares. Puse una de mis manos en mi vientre, logramos superar esto juntos.

Bajé con cuidado del escenario y allí me esperaban todos.

-¡Mi niña al fin es toda una profesional! —exclamó mi madre.

-Felicidades, mi princesa.

-Gracias papá y mamá.

Nos empezamos a tomar fotos de todo tipo. Pensé en éste día por mucho tiempo, y al fin lo hice.

Después de la ceremonia decidimos ir a cenar la familia completa, fuimos a un restaurante hermosísimo en el centro de la cuidad, Max encargándose de todo como siempre. Mi apetito por el embarazo ha llegado a un punto tan grande que los que son cercanos a mí se asustan, no es fácil llevar una segunda persona, como por dos. Mi físico ha ido cambiando poco a poco, se me ven unos enormes cachetes, mis caderas se notan más y no sé si soy sólo yo, pero noto mis senos más grandes también. En ocaciones los malestares acaban conmigo, es una vida caóticamente hermosa, a pesar de lo que paso.

-Estás hermosa, mi amor —se acerca Max a mi oído.

-Mmm, ¿eso crees?

-Siempre lo he dicho, tengo una jodida suerte, la mujer más preciosa que mis ojos han podido ver —besa mi cuello.

Me giro para quedar de frente a él.

-Yo también tengo el hombre más apuesto que hay en Arizona —digo—. O no, en el mundo.

Me acerco a él para besarlo, mi mayor adicción es Max, mi razón de vivir. Mi todo.

-Vamos a unirnos a tu familia, te tengo un obsequio.

Caminamos hacia la mesa donde todos estaban charlando. Ya habían traído la cena y yo muy perdida en mis pensamientos allá afuera. 

-Ranita, cuidado si explotas a mi bisnieto —bromea mi abuelo.

-Descuida, eso no pasará, es él que me tiene como una vaca abuelo, me pide comida hasta en las madrugadas.

-Ya veo, de tal palo, tal astilla —respondió.

Empezamos a reír.

Al momento escuche el sonido de un cuchillo tocando una copa. Max.

-Bien, en primer lugar quiero darles las gracias a la familia Fitsher por aceptarme y tratarme como si fuera su hijo, también quiero felicitar a mi conejita porque cumplió una de sus metas, eres genial, nena, y por eso —se busca en la chaqueta y saca dos sobres— quiero obsequiarte el viaje de tu vida, dentro de estos sobres hay dos boletos de avión para irnos a Grecia. Recuerdo que en una conversación que tuvimos me dijiste que anhelabas ir, y éste es el momento indicado para darte la sorpresa.

Todos hicieron ese típico "awwww" cuando escuchan a alguien decir algo tierno. Mis ojos se aguaron de felicidad, me puse de pie y lo besé, es el mejor novio del mundo.

-¡Te amo, te amo. Eres el mejor! —chillé.

-No es sólo eso —me separo de él.

-¿Ah no?

Respira hondo.

-Delante de toda tu familia quiero agradecerle a Dios por ponerte en mi camino, eres más de lo que esperaba en mi vida, tus padres y mis padres creen saber lo mucho que te amo, pero ni ellos, ni nadie, se acerca al grado de amor que siento por ti, porque a veces ni yo mismo puedo explicarlo —se arrodilla—. Por eso, he decidido pasar el resto de mi vida contigo y nuestro bebé dándote todo de mí y siendo oficialmente tuyo, ¿le harías el honor a éste soldado de ser su esposa?

Me quedé en estado de shock, ¿Había escuchado bien? ¡¿DIJO REALMENTE ESO?! ¡OH MI DIOS! ¡OH MI AMADO DIOS! Se me ha cerrado la garganta, mis cuerdas vocales se secaron. Quisiera responder, ¡Maldición!

-¡DI QUE SÍ, NO MAMES GUEY! —gritó Micki.

Por mis ojos corrió un manantial de lágrimas.

-Sí —respondí finalmente.

Me colocó un hermoso anillo en el dedo anular y se puso de pie. Lo besé, lo besé como si fuera la última vez. Oficialmente me declaro completamente de mi señor Ley y Orden, la señora Blount.

Bajo Las Alas De Un Soldado©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora