Capítulo X (Parte I)

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-Está bien –dijo el médico–. Por suerte, esta vez no ha sido grave. Pero tengan cuidado la próxima vez, muchachos. Una fractura de cadera a su edad puede ser muy grave. Cuídenla mucho, ¿de acuerdo?

-Sí, no lo dude, doctor –respondió el hermano de Tami–. Muchas gracias.

Tras esto, el hombre de la bata blanca se marchó por el pasillo del hospital, que era aún más blanco. Tami se cruzó de brazos y su hermano se llevó una mano a la cabeza y, suspirando, se sentó. Miró a su hermana.

-¿Estás bien?

La niña asintió sin dejar de mirar el suelo. Kou la miró un momento, preocupado. Se levantó de nuevo y posó ambas manos en los hombros de su hermana menor.

-Tami, no te preocupes. Ya está todo bien, abuela se va a recuperar –le agarró la cara con las manos para que lo mirara–. Ya está.

Tami lo miró.

-¿Qué va a pasar cuando abuela no esté? –Soltó.

De pronto, el corazón de Kou dio un vuelco. Había pensado en eso miles de veces, pero el miedo nunca había sido tan real como en ese entonces. Cuando el destino decidió llevarse a sus padres, su abuela era la única familia que tenían y, por tanto, la única que podía hacerse cargo de ellos. Pero su abuela no estaría para siempre. A pesar de lo ocurrido, era ley de vida que estos murieran, en realidad, después de su abuela. Pero no siempre ocurría así. Kou tragó saliva.

-Aún le queda vida por delante, enana –respondió–. Tiene más vitalidad que tú y yo juntos... Cuando se vaya, yo ya seré mayor de edad y podré hacerme cargo de ti. Incluso puede que tú también seas mayor de edad.

-Tengo once años –dijo con suavidad–. La salud de abuelo empezó a decaer dos años antes de que muriera... Si a abuela le pasa lo mismo, ni siquiera tú serás mayor de edad.

Kou abrazó a su hermana. No sabía qué decir porque había posibilidades de que lo que ella estaba diciendo fuera lo que iba a pasar.

-Olvídate de eso por ahora. Abuela está bien.

Con la cabeza en el pecho de su hermano, lo desobedeció. No podía dejar de pensar en que, más temprano que tarde, su abuela se iría y los dejaría solos.

Tras cenar en la cafetería del hospital, volvieron al pasillo en el que se encontraba la habitación de su abuela. Aún no les permitían visitarla, pero no querían irse del hospital para no dejarla sola. Se sentaron en las sillas de espera y, tras unos minutos, Kou cayó rendido. Tami admiraba su capacidad para quedarse dormido en cualquier lugar, cosa que ella no era capaz de hacer por mucho que se esforzara. Cogió un periódico que había en una mesita y comenzó a hacer crucigramas. Poco más de una hora después, el hospital comenzó a adquirir un ambiente tétrico y siniestro debido al silencio y a la oscuridad de la noche. Una de las luces de techo, la única que parecía funcionar en ese pasillo, parpadeaba constantemente. De pronto, un hombre con una bata blanca se acercó y se detuvo frente a Tami, observándola. Esta se revolvió en su asiento, incómoda. El hombre dio un paso adelante y Tami lo miró a la cara. Estaba sonriendo.

-Hola –saludó y, amable, alzó la mano.

-Buenas noches –devolvió el saludo, dándole la mano.

El hombre aparentaba unos cuarenta años. Era alto, y su piel morena combinaba con sus ojos y su pelo castaños. Pelo que llevaba, por cierto, tremendamente despeinado.

-Me llamo Tai –se presentó–. Taichi Yagami. ¿Me puedo sentar?

-Sí, claro –el hombre se sentó a la izquierda de Tami, dejándola entre él y su hermano, que continuaba profundamente dormido–. Yo me llamo Tami Nakamura, y este es mi hermano, Kou.

Digimon Adventure: Futuro ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora