Capítulo XIV

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Shin jugó con la pequeña piedra de cuarzo negro que tenía en la mano derecha mientras observaba a cada uno de los niños que pasaba por delante de él. Su cuerpo parecía indiferente a lo que ocurría, como si estuviera allí porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Pero sus ojos grises se clavaban en los pequeños con tanta intensidad que muchos de ellos terminaban girándose al notar su mirada como una flecha. Una niña de cinco años se detuvo frente a él con una sonrisa y una suave brisa meneó el pelo de sus coletas. Ella inclinó la cabeza hacia un lado con curiosidad y Shin entornó los ojos, mirándola de arriba abajo. No necesitaba comprobarlo para saber que no era una de los niños elegidos que faltaba. Su madre le dio la mano y se la llevó de allí con el teléfono pegado a la oreja. Sin moverse ni un milímetro, elevó la mirada hasta la azotea del edificio que había al otro lado del parque, pero IceDevimon continuaba en la misma posición.

-BlackSalamon –murmuró.

La digimon apareció detrás de él simulando ser un perro normal y corriente. Shin bajó la mirada hasta la piedra negra en forma de hoja de arce que acariciaba con los dedos mientras su compañera frotaba su pelaje azabache contra su pierna. Después subió al banco y se hizo una bola para tumbarse a su lado con los ojos todavía abiertos.

-¿Estás preocupado por Mika?

-Estoy deseando que no encuentren a los nuevos elegidos para que te corten el pescuezo.

BlackSalamon sonrió sin mirarlo.

-Tienes suerte, por ahora no tienen nada.

Shin le echó un vistazo al Icemon que fingía ser una estatua en mitad del parque. Las palomas le habían dejado un par de heces sobre la cabeza y su expresión se había endurecido desde entonces, pero nadie salvo él lo había notado.

Se guardó el colgante con la piedra en el bolsillo del pantalón, se colocó la capucha tras la que pretendía ocultarse y se levantó sin decir nada. BlackSalamon lo siguió con un adorable ladrido que llamó la atención de los niños más cercanos. El chico de pelo castaño caminó varias calles con su compañera pisándole los talones hasta que llegó a un prominente edificio de color gris apagado. Se quedó parado mirando las ventanas con expresión indescriptible, deteniéndose en una en concreto. Un pinchazo le atacó el corazón sin miramientos y tuvo que tragar saliva y ponerse una mano en el pecho en un intento por detener el dolor. Desconocía todavía el nombre de aquella sensación pero, por mucho que le hiriera, le era imposible dejar de sentirla y dejar de quererla.

-¿Vas a entrar? –Inquirió BlackSalamon.

-Quizás uno de los nuevos elegidos está aquí –explicó. Pero ambos sabían que ese no era el motivo.

Entró en el complejo y subió ocho pisos en el ascensor. Con el corazón acelerado, se introdujo entre los pasillos y se detuvo frente a uno de los apartamentos. El metal de la puerta era exactamente el mismo: frío y apagado. Posó la mano y pudo notar la vibración de siempre, lo que indicaba que todos los elementos electrónicos y tecnológicos dentro de la casa funcionaban a la perfección. De pronto, la puerta se abrió. Shin corrió veloz hasta doblar la esquina, dejando a BlackSalamon atrás, con la seguridad de saber que nadie sospecharía de ella. Asomó la cabeza con cuidado para ver de quién se trataba.

Una niña de siete años salió por la puerta. El pelo castaño, que le llegaba por encima del hombro, estaba adornado con una pequeña flor de color celeste que parecía avivar el gris de sus ojos. El chico salió de su escondite y se quedó observándola en silencio al final del pasillo, con aquella sensación ardiendo de manera más intensa en su pecho. La niña caminó unos pasos y se detuvo de golpe con la boca entreabierta. A pesar de que sus ojos estaban clavados en Shin, estos no lo podían ver y él lo sabía. BlackSalamon ladró y la pequeña sonrió y se agachó con intención de tocarla, a lo que la digimon reaccionó acercándose a su mano para que pudiera acariciarla.

Digimon Adventure: Futuro ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora