Capítulo I

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Vale, nunca se le había dado bien dibujar, y vale, tampoco es que se esmerara demasiado, pero su último dibujo era el colmo. ¿Cómo había podido hacer algo tan desastroso? Eso no era arte ni era nada. Ni siquiera se le podía calificar de garabato, como diría su abuelo. Miró a su izquierda y vio a Nana sentada a su lado, dibujando. Su dibujo sí se podía considerar como tal. Desde luego, la chica estaba hecha para eso. Katia volvió a mirar la pantalla de su tablet, donde se encontraba su obra maestra, y suspiró. No podía entregarle eso a su profesor. Era demasiado feo, así que lo borró todo y volvió a empezar. Con un poco de suerte su profesor vería su creación como arte "abstracto".

Menos de quince minutos después tocó el timbre y Katia y Nana recogieron y emprendieron la marcha hacia su casa. Al final Katia le había entregado al profesor algo improvisado, algo que dudaba mucho que mereciera más de un 6.

Se giró para mirar a la chica que estaba a su lado. El pelo violeta, que le llegaba por debajo de los hombros y le tapaba parte de la cara, contrastaba con sus grandes ojos azules. Le devolvió la mirada.

-¿Qué? –Preguntó Nana.

-Que vale –respondió Katia–. Nos vemos esta tarde, entonces.

Nana sonrió.

-Vale, voy a tu casa a las...

-¡Katia! –interrumpió una voz. Era una voz masculina, que aunque Katia la conocía bastante bien no quería creer que fuera suya. Se paró en seco y se dio la vuelta. Efectivamente, ahí estaba el chalado de su abuelo, corriendo hacia ellas.

-Katia, por fin te encuentro –le dijo jadeando, ya a su lado y con las gafas de cerca medio rotas. ¿Cuándo pensaba arreglarlas?

Las niñas se miraron.

-¿Qué haces aquí, abuelo?

-Tienes que venir conmigo. Vamos, te lo explico en casa –añadió cogiéndola de la mano.

La verdad era que Katia no quería ir. No quería ir con su abuelo porque estaba loco. Ir con él supondría ver uno de sus experimentos inútiles, perder el tiempo.

-¿Por qué tanta prisa? Abuelo, tengo que ir a casa –le soltó la mano y se puso de nuevo en marcha, ignorándolo. No le daba vergüenza que sus compañeros de clase la vieran con él; ya estaba acostumbrada. Simplemente no lo tomaba en serio.

-Katia, por favor –le cogió del brazo.

Nana observaba la escena en silencio. Le daba pena el pobre hombre, le caía bien, pero también pensaba que estaba un poco mal de la cabeza, igual que su madre, su padre y todos los que lo conocían.

Katia lo miró de nuevo. Tenía el pelo alborotado, unas ojeras enormes y la barba de varios días. Además no olía demasiado bien y llevaba la bata manchada. Se preguntaba qué chisme estaría inventando ahora. Puso los ojos en blanco.

-Vamos, te invito a comer –dijo, pero se corrigió–. A las dos.

-Yo tengo que ir a casa –se excusó Nana a punto de marcharse.

-No, no, no –le cortó la pelirroja–. Nos invita a las dos.

Nana sabía que a Katia no le hacía gracia quedarse a solas con su abuelo, pero a ella tampoco le apetecía estar con él. No decía más que tonterías.

Al final ambas cedieron a las súplicas del viejo, que las llevó en coche hasta su casa. Allí las invitó a pizza y a helado. A un helado con un sabor artificial que Katia detestaba. Habían llamado antes a casa para decirles a sus padres que comerían fuera, que no se preocuparan. Por suerte mañana era sábado, así que se lo tomaron bien.

Digimon Adventure: Futuro ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora