Capítulo XI (Parte I)

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Tami se detuvo en mitad de aquel centro comercial. Lo conocía, había estado allí miles de veces, pero no conseguía recordar cómo había llegado hasta ahí en ese momento. Miró a su alrededor esquivando a todas las personas que pasaban a su lado. Todo cuanto hacían estas era consumir sin control cosas que, en la mayor parte de los casos, no necesitaban. Con un repentino mareo y una punzada en el estómago, la niña comenzó a caminar hacia el único supermercado que había, que estaba justo al lado de la farmacia, la floristería y la puerta principal del edificio. De pronto, una mujer gritó. Todos los presentes pararon en seco lo que estaban haciendo para mirarla. Era una mujer joven, de unos 30 años, con el pelo negro suelto y los ojos oscuros. No era muy alta y llevaba una pequeña bolsa de la compra con algo de fruta que había dejado caer al piso.

-¡Chika! ¡Chika! –Gritaba– ¡Chika! ¡¿Dónde estás, cariño?!

Desesperada y dejando la bolsa atrás, se movió entre la gente buscando una cara conocida, buscando la cara que respondía al nombre de "Chika". Tami la observó durante algo más de un minuto, convencida de que había visto a esa tal Chika en alguna parte, de que había hablado con ella en alguna ocasión, y comenzó a seguir a la mujer. Por algún motivo que no conseguía comprender, también la cara de aquella mujer le resultaba conocida. Tras dos minutos buscando a la niña, la mujer se fijó en Tami y se detuvo en seco.

-Tú, tú... –susurró, desesperada– ¿Has visto a mi hija? Mi hija, se llama Chika.

Tami negó con la cabeza, aturdida.

-Sí, estoy segura de que la has visto. Tiene siete años, es pequeñita y algo inquieta. Tiene el pelo negro como yo, cortito, le llega por los hombros, y los ojos... los ojos son marrones. Pero no marrón oscuro, sino marrón claro, algo como cobrizo. ¿Te suena? Tienes que haberla visto en alguna parte, estoy segura...

La chica de lacio pelo castaño cerró los ojos con fuerza y se tapó las orejas. No quería ver a aquella mujer, no quería saber quién era su hija ni lo que le había pasado. Lo único que quería era irse a casa y tumbarse en la cama con las ventanas cerradas. Le dolía la cabeza, y aunque no entendiera nada de lo que pasaba, sentía que las cosas no estaban yendo como deberían, como si todo lo que le rodease no fuera del todo real. Su abuela, su hermano, y múltiples momentos que se agolpaban en su sesera, deseosos de convencerla de que todos habían ocurrido. Pero Tami sabía perfectamente que no todas esas imágenes habían sucedido en la vida real. Estaba convencida de ello. Sin despegarse las manos de la cabeza, abrió los ojos, esperando que la mujer hubiera desaparecido. Pero no, la mujer seguía delante de ella, diciéndole cosas que no lograba escuchar y desesperada porque Tami le diera una solución a un problema que no era suyo. La niña de once años cerró los ojos, esta vez con más fuerza, y deseó con todo su ser que las cosas volvieran a la normalidad, que las imágenes falsas desaparecieran y que las reales se manifestaran en forma de recuerdos, recuerdos de momentos reales que hubieran ocurrido en su verdadera vida.

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-Hace muchos años, cuando apenas acababa de convertirme en Wizardmon, unos soldados de El Gran Bando nos obligaron a visitar unas montañas cercanas en busca de algo material que fuera útil para vender en el mercado... El mundo se estaba sumiendo en la miseria y ellos, que eran probablemente de los que se encontraban en mejor posición, querían más y más... Durante varios meses buscamos y buscamos, desesperados por que los soldados no nos hicieran daño. Pero un día me pareció ver una pequeña criatura con unas características físicas fácilmente diferenciables.

Jake y Chika miraron a la extraña mujer humana que decía pertenecer al Mundo Digital. Ambos, junto a Lopmon y un dormido Monodramon, se habían sentado en el suelo frente a Wizardmon para escuchar la historia que este tenía que contarles y que, creían, debía ser relevante para la salvación del Mundo Digital.

Digimon Adventure: Futuro ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora