Capítulo 2.

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—¿Quién era ese bombón?– Preguntó.

La miré con desagrado, justo ahora tenía ganas de gritarle sus cuatro cosas en la cara, pero, me consideraba un persona con mucha moral y educación como para rebajarme tanto. Aunque tampoco quisiera decir que no iba a reportar su comportamiento.

—¿Qué te importa?–Espeté.—Prepárate, porque esto lo sabrá la señora Scott.

Esto podría verse como un acto chismoso, claro que sí. Pero trabajando con una persona como Keysi, tu imagen se iba directo al caño, no estaba dispuesta a volver a pelear frente a un cliente porque necesitaba de su ayuda. Necesitaba un cambio de compañera, y muy pronto, por lo que dirigiéndole una mirada asesina, me dirigí hacia la oficina de mi jefa. Golpeé tres veces la puerta, como el letrero que colgaba de ella lo decía, y esperé una respuesta.

—Adelante.– Gritó.

Tomé el pomo con mi mano y lo giré, abriendo la puerta de madera oscura. Ahí estaba ella, con sus pequeños anteojos sobre el puente de su nariz y con ambas manos entrelazadas sobre el escritorio. La decoración de la oficina me resultaba un tanto graciosa, con cuadros de animales por todos lados: perros, gatos, aves, etc.

Cerré la puerta y caminé lentamente hasta sentarme en la cómoda silla giratoria de color blanco que estaba frenta al escritorio.

—¿Qué ocurre, pequeña Lauren?– Preguntó. No era secreto que la señora Scott me tenía un gran cariño, muchas veces ella lo había dicho.

Relamí mis labios y me erguí, dándome unos segundos para ordenar las palabras en mi mente.

—Verás, quiero hablar de un tema que ya llevo tiempo queriendo decírtelo.– Empecé, asintió dándome ánimos a seguir. —Es sobre Keysi. Su comportamiento con los clientes ya se está pasando de la raya, creo que deberías hacer algo al respecto, no es algo agradable para los clientes creo yo.

Esperaba, no, rezaba para que con solo esto la despidiera, sí, era demasiado cruel que quisiera eso pero ¿Qué podía hacer yo? además, testigo soy de que su pago es totalmente regalado. Jamás se mueve se su silla si no es para ir a retocarse el maquillaje, suena estúpido, lo sé. Pero es así.

—Vaya, eso es un gran problema.– Dijo, haciendo una mueca.—Hablaré con ella mañana. Puedes irte, cariño, ya has terminado por hoy.

«Y si puede también la despide.»

—Gracias, señora Scott, adiós.

Cerré la puerta detrás de mi cuando salí y me dirigí al mostrador, agradecí al cielo que Keysi ya se hubiera ido porque la verdad no tenía ganas de verla. Con mucha felicidad de que haya terminado mi exhausta jornada de trabajo, abrí las puertas de la boutique y me encaminé hacia mi casa donde me encontraría con Jessica.

Hacía aún más frío que en la mañana, incluso, algunas personas llevaban una sombrilla por si al cielo se le ocurría llover, pasé por una cafetería y compré un café caliente, al menos eso me daría un poco de calor.

Mientras recorría las calles de Londres, me preguntaba si alguna vez volvería a ver a aquel hombre de ojos azules y, si llegaríamos a hablar de nuevo.

El camino se iba haciendo más corto hacia mi casa y al llegar a la puerta introduje la llave, para después girarla y escuchar el click que indicaba que la puerta ya se había abierto.

—Hey, ¿Cómo te fue?

—Bien y mal.

—¿Por?

—Ya sabes, problemas con la maldita de Keysi, lo mismo de siempre, Jess.

—Perra.– murmuró y ambas reímos.

Me despedí de Jessica y subí las escaleras, con el fin de ducharme y dormir, tenía tanto sueño que ni siquiera pude cenar.

Una vez bajo las cobijas, caí en los brazos de Morfeo.

(...)

Corría por las calles de Londres para llegar temprano a la Universidad. Y cuando digo corría, en realidad sí iba corriendo, me había despertado tarde e iba a llegar tarde a las clases, y eso era algo que no podía permitirlo. Iba tan apurada corriendo que no me fijé en las personas que se cruzaban en mi camino, cuando por accidente terminé chocando con una. El golpe fue tan duro que reboté en el impacto y estuve a punto de caer de espaldas, si no fuera porque dicha persona me tomó con un brazo de la cintura, impidiendo así que cayera. Ahogué un grito y tomé de los hombros a quien me había salvado de caer, lo primero que vi y que me dejó impactada, fueron dos ojos azules.

—Castiel. – susurré casi sin aliento.

—Vaya forma de encontrarnos, señorita – dijo y mis mejillas se tiñeron de rojo.

Me soltó y rápidamente acomodé mi vestido bajo su atenta mirada y su aterradora sonrisa.

—¿Por qué tanta prisa? – Preguntó, con curiosidad.

—Uh, voy tarde a la Universidad y... – miré mi reloj.— Ya no tiene caso que siga corriendo, ya se fue mi autobús.

—¿Te llevo? – se ofreció.

Lo miré casi al instante, ¿Había escuchado bien?

—Oh, no, no, claro que no. No se moleste, pediré un taxi.

—No es ninguna molestia, la voy a llevar a la Universidad. Me niego a aceptar un "no".– Su voz había sonado muy dura, me daba la impresión de que aquello era más bien una orden que un ofrecimiento.

No me quedó de otra que seguirlo, la verdad es que necesitaba ese aventón.
Caminamos alrededor de cinco minutos hasta llegar a un Audi negro. Era realmente hermoso y lujoso. Un lujo que jamás en la vida podría darme. Abrió la puerta para mi y con una sonrisa le agradecí.

Entró y puso el Audi en marcha, el ambiente era incómodo, muy incómodo, me sentía pequeña e intimidada. De vez en cuando carraspeaba, tanto tiempo sin hablar me ponía la voz rasposa.

—¿Y qué estudias? – Preguntó, rompiendo el silencio. Había habido tanto silencio que me cuestioné si fue real o no.

—Moda.

—Interesante – murmuró.

En todo el camino no volvió a hablar, ni yo hice el intento por hacerlo. Aparcó frente a la Universidad una vez llegamos. Miré por la ventana –polarizada como las demás– casi todos habían vuelto su cabeza hacia el flamante auto color negro. Me sentía pequeña aún cuando nadie sabía que era yo quien bajaría de ese auto.

—Gracias.– Susurré.—Y disculpe por haberlo golpeado.

Sonrió de costado, había sido un gesto simple pero sensual.

—Tranquila, me alegraste el día con tu inesperada presencia.

¿Le alegré el día? Es casi imposible de creer. Me sonrojé y abrí la puerta para salir.

—Adiós, Lauren.

—Adiós, Castiel.

Cerré la puerta y lo vi alejarse por la calle. Sonreí inconscientemente, y caminé hacia las puertas, bajo la atenta e incómoda mirada de todos los presentes en el estacionamiento.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora