Capítulo 89.

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Maratón 2/3.

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Casi cuarenta y cinco minutos en auto, tres paradas para ir al baño, cinco para tomar fotos, dos vómitos y al final todo valió la pena. ¿Esto es el paraíso? Oh, Dios se lució creando Edale. Tanto verdor y árboles, me hacen sentir en paz. Mi asombro y emoción crecieron aún más al ver la hermosa casa de campo de Castiel.

—Oh por Dios.– Susurré, sentía mis ojos brillar.

Apreté mis puños a mis costados y moví la pierna derecha con inquietud, me moría por hacerlo, de verdad que moría.

—Anda, hazlo.– Dijo el ojiazul, llegando a mi lado. Lo miré solo una vez, no hizo falta más insistencia.

Eché a correr como si de eso dependiera mi vida, corrí por toda la colina, extendiendo mis brazos y sintiendo la brisa chocar contra mi rostro, disfruté de la manera en que revoleaba mi cabello. Cerré los ojos y dejé salir un grito de júbilo. Poco a poco fui disminuyendo mi velocidad, hasta tener que apoyar mis manos en las rodillas, jadeante pero feliz.

Me giré, buscando al hombre con ojos de tormenta. Ahí estaba, a unos cuantos metros de mi, con ambas manos en los bolsillos de su abrigo y con una enorme sonrisa en su rostro. Oh, Dios, ¿Era sano amarlo tanto?, quise echarme a llorar de tanto amor ¿Raro, no?. No podría explicar cuan gratificante era todo esto.

—¡Ven!– Grité, poniendo ambas manos alrededor de mi boca.

Movió la cabeza a ambos lados y empezó a caminar, aún con la sonrisa en su rostro. Mi pecho subía y bajaba, ¿Cansancio o emoción por tenerlo cerca?, ese era el gran acertijo, pues él provocaba tantas cosas en mi que ya no lograba descifrar por qué sentía todo esto.
Finalmente llegó a mi lado, posicionándose frente a mi.

—Te ves muy feliz.– Dijo.

Asentí enérgica.—Lo soy.

Nos miramos, perdiéndonos en nuestros ojos, amaba su tormentoso azul. Solo Dios sabe cuanto lo amaba. Se acercó, abrazándome.

—Te amo.– Soltó, así sin más.

Dios, ¿Podrá él escuchar mi corazón? ahorita mismo quiere romper mi pecho, tengo la certeza que con el pasar de los años, la reacción siempre será la misma y aún más intensa.

Sonreí.

—¿Y tú?– Preguntó impaciente.—Dilo, di que me amas.

Achiqué mis ojos con malicia.

—Lo diré.– Asentí.—Pero...¡Solo si me atrapas!

Me solté de sus brazos y salí corriendo, me carcajeé cuando escuché su grito.

—¡Ven acá, te atraparé!

Miré sobre mi hombro, venía corriendo detrás de mi, su sonrisa era radiante.
No supe como, pero logró alcanzarme, me tomó de la cintura y ríendo me alzó.

—Ahora, pequeña escurridiza, dilo.– Exigió, jadeante.

Rodeé su cuello y abracé sus caderas con mis piernas. El tiempo pareció detenerse, todo a nuestro alrededor era insignificante, solo existíamos nosotros dos. Nadie ni nada más. Sus ojos expresaban dulzura, acaricié su nariz con la mía, provando un estremecimiento en su cuerpo.

—Te amo, Castiel Johnson. Prometo siempre hacerlo.

(...)

La tarde del viernes pasó rápido, Castiel me llevó a caminar por las colinas, vimos el atardecer e, hicimos el amor, en el patio de la casa.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora