Capítulo 101

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     Mi abuela, la vieja Ginger, una vez tomándome en brazos me sentó en su desgastado regazo y yo, buscando más afecto de su parte, recosté mi cabeza en su pecho y sollozante (mientras daba palmaditas en mi espalda) le pregunté por qué las personas morían, por qué si nacían no podían vivir para siempre. Recuerdo la mirada cálida y comprensiva que, aquella vez, brillaba con más intensidad en sus ojos.

—No morimos, cielo. Nacemos otra vez— dijo, sonriendo delicadamente. Teniendo seis años y como era de esperarse, no entendí aquellas palabras. Fruncí el ceño y curiosa le pregunté:

—¿Se puede nacer dos veces?

—Sí, mi niña.

     La respuesta, sinceramente, no me había aclarado mucho. Jamás me había tocado sufrir la muerte de alguien, y eso porque mi familia se resumía a mis padres y la vieja Ginger, así que nadie importante para mí se moría... hasta ese día. Tenía un único amigo, ambos vivíamos en la misma calle, era mi mejor amigo; pero un día enfermó y su cuerpo cada vez más parecía desaparecer, tal como su vida hacía en cada resoplar del viento, pocas veces podía salir y lo disfrutaba tanto como podía. No obstante, su enfermedad ascendía cada vez más, y jugando en el jardín de mi casa, Mathew (o Mathy, como yo le llamaba) se desvaneció y su cuerpo cayó rendido entre las flores de mamá. Me senté en la acera viendo como la ambulancia, haciendo ruido (que en aquel momento no auguraba nada más que gritos agonizantes), se alejaba con prisa y yo solo esperaba que Mathy se pusiera bien. Sin embargo, él no regresó...nunca más. Papá dijo que a veces era necesario irse, sino que, no siempre estábamos decididos a vivir en este tiempo y debíamos morir. Pero yo no estaba conforme con su explicación, Mathy nació en esta vida, en mi vida, ¿por qué no podía quedarse?

     Pero, a lo que en realidad quería llegar con esta perorata, era la poca distancia que había entre la vida y la muerte, en los pequeños instantes que nos hacían sentir inmortales y capaces de sobrevivir a cualquier enfermedad solo por haber permanecido horas bajo la lluvia y no haber cogido la gripe, por ir sumidos en la interesante conversación del chat  y haber levantado la mirada justo a tiempo para evitar que el camión nos fundiera con el pavimento; y, sin embargo, sentíamos esa presión en el pecho a menudo cuando observabamos el cielo e imaginábamos el futuro, un futuro en la nada. Sentir que habíamos burlado a la muerte y no ser conscientes de que aquello significaba que nos iba pisando los talones.

     Me parecía divertida la forma en que se iba escribiendo mi vida, ya había muerto una vez porque sí, mi corazón sí se detuvo y volvió a latir como si estuviese en pleno éxtasis; y sí, lo seguiría llamando un milagro de Dios. Dos veces la muerte me había gritado: ¡ESTOY CERCA!

    Aún me faltaban muchas batallas por ganar y tal vez aún no estaba preparada para la otra vida, estaba segura que al despertar de esta oscuridad abrumadora iba a estar muy adolorida. Yo no estaba muerta, aún no.

•••

     Cuando al fin pude siquiera hacer que mis pestañas revolotearan, pensé en que habían pasado tal vez muchos años, entre esos momentos en los que estuve flotando en la inconsciencia y la lucidez, dislumbrando confusas veces una silueta moverse de aquí a allá. Y para una persona sumida en un miedo grandísimo por encontrarse con sus extremidades paralizadas, eso no podía ser bueno, contando con que mi imaginación a veces traspasaba los límites, y es que en verdad quien quiera que fuese se veía aterrador. Apreté los párpados fuertemente, sintiendo un leve escozor, probablemente por llevar —Dios sabía cuánto— mucho tiempo sin abrir. Obligué a mi cerebro a que mandara un enorme mensaje a mi cuerpo, para que se moviera o emitiera dolor, algo que me dijese podía siquiera caminar... y eso me asustó.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora