Juegos traviesos

Mi nombre es Sam

Después de lo que me pareció una eternidad caí en cuenta de que no estaba sola y, como por arte de magia, noté una extraña sensación  en la parte trasera de mi cuello. Lentamente, con la mayor parte de mi cuerpo entumecido, comencé a voltearme para salir de dudas y, tal como pensé, el chico me observaba atentamente, con lo que yo calificaría como preocupación.

-Lo siento, me dejé llevar un poco por el momento, he tenido muchos problemas últimamente y creo que era demasiado. Luego llegaste tú y estaba muy agradecida pero muy alterada y, bueno... solo quiero decir gracias, ¡Gracias...! Mmm-

El chico tenía una pequeña sonrisa en sus labios, supongo que si yo me hubiese escuchado a mí también me daría gracia. Sin inmutarse por mi vómito verbal estiró su mano para ofrecerme ayuda y comenzó a hablar.

-Sam-

-¿Cómo?-

-Sam-

-¿Qué Sam?-

-Sam- soltó una pequeña risa- mi nombre es Sam-

-Oh- fue todo lo que dije en tanto él me tomaba por los hombros. Por algún motivo me ruborizé ante su atenta mirada, lo que me hizo bajar mi cabeza y notar el estado de mi vestido. Si antes fue un lindo vestido en tono pastel, ahora estaba desgastado sobremanera en las orillas y sin olvidar un par de manchas por aquí y por allá. 

No puedo negar que me sentí algo fuera de lugar por esto, lo que antes me había parecido un lindo conjunto para salir de fiesta... ahora era un total desastre. Pero Sam debe haber notado mi incomodidad porque enseguida me levantó el mentón para poder hablarme mirando a mis ojos.

-Tranquila... eso no es de importancia en este momento. No cuando apenas te salvaste de un imbécil como aquel- dijo con una pequeña sonrisa en sus labios, transimitiéndome mucha tranquilidad de forma instantánea.

-Tienes razón, pero ya me sentía consciente de mi apariencia antes de todo esto... ahora con mayor razón. Y sobre haberme salvado, eso te lo debo todo a ti, si tu no hubieras aparecido o tan siquiera preocupado por mi, ahora... no quisiera ni imaginarme donde estaría- respondí con la voz quebrada al final de la oración. Sam me abrazo, pero no fue uno de esos estúpidos abrazos que las personas dan de forma hipócrita, donde intentan consolarte pero vuelve la situación aun mas incomoda; no, este abrazo me transmitía paz y apoyo incondicional -sabes... para haberte conocido recientemente, se siente muy bien estar de esta forma contigo-

Bien, quien no ha tenido un momento vergonzoso en su vida pero... cuando me di cuenta que dije eso en voz alta sentí como si estuviese frente a un publico enorme solo en ropa interior. No falta decir que me puse roja como un tomate, tanto que hasta creo poder haberme vuelto una pelirroja, y no encontré un escondite mejor que el cuello de Sam, quien en ese momento parecía muy entretenido con el espectáculo, era eso o su pecho tenia la costumbre de vibrar y emitir un sonido melodioso.

-Sabes, tus orejas parecen confitadas en caramelo rojo. Hasta se me antojo comer algo dulce. ¿Que te parece ir a una cafetería que queda cerca de aquí, y que tiene los mejores bizcochos del mundo? Y solo para hacer mas provocativa la oferta te diré que... ¡Yo invito!- Vaya, que sorpresa de chico. No llevamos ni una hora de conocidos y ya acierta en su invitación.

-Que puedo decirte... diste en el blanco. Pero te advierto que la cuenta te puede salir algo cara-

-No hay problema, yo puedo permitírmelo- luego me tomo de la mano, me guiño y me condujo un par de minutos hasta que llegamos a un pequeño café que por fuera no parecía la gran cosa, pero no falto mas que se dejara filtrar el olor del interior hasta mi nariz y supe que pronto tendría la gloria en mi paladar. La boca se me hacia agua solo de pensar en las delicias que podría probar -Sabes... como sigas así tendré que llevarte a un hospital luego de aquí, seguro terminas con una subida de azúcar- dijo el muchacho al ver mi cara de hambrienta, no que realmente tuviera tanta hambre pero el aroma de una buena cafetería siempre sabía como abrir mi apetito.